Recuerdo los primeros días perfectamente.
Salíamos de la escuela y caminábamos rumbo a su casa, recorriendo la tan larga y breve avenida para llegar a ella. Si contáramos el tiempo que se necesita para llegar, te aseguro que serían apenas quince minutos; pero entre besos y abrazos, entre bromas, peleas y risas, nosotros ocupábamos una hora. Caminábamos siempre tomados de la mano. Creo que esa era mi parte favorita; la sensación de nuestras manos unidas, y ese deseo inmenso de no querer soltarnos nunca. Recuerdo besarla mucho en ese transcurso, y también recuerdo abrazarla cada que tenía la oportunidad. Los abrazos, siempre tan cálidos, tan significativos, tan perfectos para mí; nos quedamos ahí unos minutos, refugiándonos en los brazos del otro. Recuerdo la parte final de aquellas caminatas; siempre nos separábamos en la misma esquina, siempre quedándonos con ganas de seguir juntos un poco más, pero con la certeza de que al día siguiente nos volveríamos a encontrar.
Recuerdo nuestros primeros días perfectamente.