(EN ESTA ENFERMEDAD TAN MÍA)
Estoy muriendo.
Me destruye,
poco a poco,
la enfermedad más peligrosa
que haya existido;
la que muchos quieren,
la que algunos odian,
la que nos mata,
pero nos mantiene vivos.
Estoy enfermo,
de verdad enfermo,
no encuentro
-ni espero encontraruna
salida.
Estoy enfermo,
me consumo,
de poco en poco,
por esa enfermedad llamada «vida».
Me enferman las noches frías,
las mañanas calurosas.
Me carcomen las ansias
de sólo querer, de soñar,
de no poder hacer las cosas.
Me fastidian las personas
que se jactan de santos,
que quieren ayudarme.
Quieren sacar de mí la nostalgia,
la soledad, la melancolía,
pero ellas no quieren dejarme.
Mi vida se convierte en una
constante crisis existencial.
Mis letras ya no dicen nada,
mis ojos ya no miran nada,
mis emociones se pierden
en el vacío de mi cabeza;
mi alegría, mi buen humor, mi estabilidad,
por las mañanas ya no se quieren levantar;
nos mata la resaca,
nos duerme la pereza.
Ya no me consuelan
las caminatas por el parque,
las reuniones entre amigos,
el café ya no me sabe;
se volvió amargo, frío,
pero en los amaneceres
callados y sombríos,
es el café de tus ojos
lo único que me mantiene vivo.
Ahora,
en vez de abrigos,
ocupo tus abrazos;
en vez de guías,
ocupo tu mano en la mía,
acompañándome paso a paso;
por arte, tengo ahora tu sonrisa perfecta;
por música, el latir de tu corazón,
tu risa siniestra.
Ahora esta enfermedad tan mía
deja de ser tan mala;
se acaba mi pena, la angustia,
mi fiebre, la hambruna.
Soy feliz en esta enfermedad,
en esta agonía, en mi decadencia,
donde tú, cariño mío,
eres la única cura.