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No sabía que iba a pasarme si seguía mirándolo de esa manera, podía quedarme congelado por siempre o el polvo me cubriría en una gruesa capa hasta parecer una montaña. 

Miles de ideas llegaban a mi cabeza con las cosas que quería hacer, y eran tantas. Empezando por admitirle que poco a poco iba cayendo por él y que cada vez era más intenso. Si tan sólo dejara de ocupar mis pensamientos veinticuatro horas al día tendría la posibilidad de idear un plan para salir de este embrollo.

Pero ahí, desde la distancia, podía ver a la persona que ocasionó todo esto caminando pacíficamente y sin una minúscula idea de lo que yo estaba sintiendo por él, y volvía comenzaba desde cero.

—Hola, Kook —mi nombre salió de sus preciosos labios, esos mismos que se habían dirigido a mi mejilla sin cautela días atrás, y que recordaba como la mayor dicha de todas.

—Hola, Tae —hice el amago de saludarlo con una mano en alto, pero me intimidé al verlo acercarse completamente y la cerré en un puño.

Se hallaba tan guapo. Luciendo el uniforme tan arreglado se veía como un príncipe sin duda. La camiseta escolar se le ceñía al torso y podía suspirar con sus apretados pantalones que hacían ver lo largas de sus piernas, más atractivas. Todo eso, acompañado de la sonrisa cuadrada que esbozó al notarme lo hacían verse más perfecto de lo normal.

—¿Cómo estás? ¿Te quedaste anoche jugando Overwatch después de que te llamé, verdad? —me observaba con suspicacia mientras yo negaba—. ¿Por qué esas ojeras me dicen lo contrario? Mentiroso —presionó ligeramente su dedo índice en mi nariz para molestarme y lo golpeé. Caminamos hacia el pasillo que daba con los casilleros.

—No es mi culpa —reí—. La tentación me presiona a jugar.

—Ah sí, claro. Excusas... —llegamos a los casilleros y me alejé para accionar el mío colocando la contraseña.

Saqué la bufanda extra que tenía dentro y me la enrollé en el cuello, por último saqué mi libro de inglés, ese mismo cuyas actividades no había hecho.

—Tae, ¿me pasarías la tarea de inglés? —le pregunté desde mi sitio al castaño inmerso en el interior de su casillero.

—Sólo te ayudo porque técnicamente me obligaste a ser tu mafia, término que todavía no entiendo pero que vienes pronunciando cada vez que necesitas la tarea —me arrojó un pequeño cuaderno que atrapé bien, aun cuando me iba cayendo de lado.

—Gracias, gracias, gracias —solté una maquiavélica risa, me había salido con la mía.

—Ningún gracias, suelta los postres de Jin más bien.

—¡Oh! ¡Hoy te mandó un pedazo del pastel de fresas que preparó ayer! —terminé de guardar el resto de libros en mi mochila y caminé hacia Tae.

—¡No lo decía en serio! —cerró con fuerza su casillero—. Dile que deje de mandarme postres.

Digamos que Jin ahora era el chef personal de Tae, y amaba consentirlo como su fan número uno.

—Mira, yo no controlo a Jin —él lo sabía—, así que díselo tú porque no creo que ni en un millón de años, él me haga caso —mi corazón latió más rápido cuando vi que apareció un adorable mohín de molestia en sus labios, sacudí con regocijo su cabello, desordenándolo.

No puedes verte tan perfecto, basta.

—¡Oye! ¿Por qué haces eso? ¡Mi cabello! —gruñó quejándose y acomodando las hebras de su -ahora- alborotada melena, lucía como un león amargado de esa forma.

—Porque no puedes lucir tan perfecto —ese total descaro había salido tan directo de mi boca, y lo peor fue que no me importó en absoluto, ni cuando noté que su cara estaba ardiendo.

My School Days→Vkook/TaekookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora