Capítulo 48

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Narra Ana:

           

Los últimos días se han basado en ensayos y más ensayos. La adaptación al nuevo escenario nos ha costado a todos.

Entre escena y escena, mientras el resto iba a tomar café, Alv y yo aprovechábamos esa media hora para encerrarnos en su camerino y... bueno, creo que está claro lo que hacemos cuando estamos a solas en su camerino con media hora libre.

Hoy es nuestro primer día libre después de dos semanas sin descanso y al listo de mi novio se le ha ocurrido hacer limpieza en su armario. Dice que necesita ropa nueva, así que lo mejor que se le ha ocurrido ha sido quedarse en calzoncillos y empezar a probarse todo. Lo que alguno de los dos diga que le queda mal irá al contenedor de la ropa.

Yo me encuentro con una camiseta de tirantes y en bragas sentada en medio de nuestra cama sin hacer, mientras él está al lado del armario, en frente del espejo.

-     ¿Y ésta? –me pregunta.

-     Alv, esa camisa está vieja. –me levanto y miro una de las mangas – ¡Y rota! Ésta a la bolsa. –digo mientras le quito la camisa.

-     Pero era mi camisa favorita.

-     ¿Cuándo tenías dieciocho años?

-     Puede.

Me río y le doy un beso mientras le termino de quitar la camisa y dejo que caiga dentro de la bolsa.

-     Venga, siguiente. –digo.

Saca la camiseta de Seattle y se la pone. Mis ojos se abren como platos.

-     No sé qué hacer con ésta...

-     ¡Ni se te ocurra tirarla!

-     Ui, creo que hay algo que no me has contado... -saca esa sonrisa torcida que tanto le caracteriza.

-     Con esa camiseta puesta te hacía gemelos hasta que salieran impares.

-     Entonces creo que no la tiro. –concluye.  Yo sonrío.

Se inclina sobre la cama para besarme y cuando estoy a punto de dejarme llevar vuelve al armario.

-     Está bien... Acabemos con esto. Oh Dios, no puede ser.

-     ¿Qué pasa? –pregunto.

-     ¡Mis guantes de boxeo! Me los compré para ir a boxear con Soraya tres veces por semana al gimnasio de Alcalá. Duré dos semanas. –se ríe.

Le quito los guantes y me los pongo. Empiezo a "dar golpes" al aire y se ríe de mí.

-     ¿Tienes algún problema con mis golpes, Gango?

-     Tienes mucho que aprender.

-     Pues no sé a qué esperas para enseñarme. –le reto.

Me coge por la cintura como un saco de patatas y me saca del dormitorio. Yo no paro de agitar las piernas.

-     ¡¿Pero dónde vas, loco?!

-     Al gimnasio, ¿no quieres que te enseñe?

-     ¿Al gimnasio? ¿En ropa interior? ¿Sin zapatos?

-     No creo que haya algún vecino por el rellano. –dice con normalidad.

-     ¿Y en la calle? ¿Y en el gimnasio? Alv, ¿estás bien?

-     Hay un gimnasio en el último piso, ¿no te lo había dicho nunca?

-     ¡No! –grito todavía en modo de saco de patatas.

Nota mental: Los príncipes azules no existenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora