Capítulo 8.

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Capítulo 8

Me preocupaba Ryder. Mucho. Me preocupaba Rocío, también. Podría haber malinterpretado todo. Había visto cuando Ryder me besó, así que definitivamente debe pensar que tenemos algo. Si supiera que no tenemos nada.

–Clea, te necesito enfocada. –La voz de Alex me hizo salir de mis pensamientos. La teletransportación de Alex me daba más nauseas que la de Ryder. Habíamos aparecido en el bosque, en medio del camino de tierra, pero yo no podía dejar de pensar en Ryder y en si estará bien.

–Alex, necesito que me digas que está sucediendo. No pienso moverme hasta que me digas el por qué me trajiste aquí.

Puso los ojos en blanco. –Que obstinada, Clea. Mueve tu trasero y deja de estar en las nubes. –Me haló del brazo y me arrastró para seguir caminando. –Si te preocupa lo que piense Ryder, puedo encargarme, si realmente su relación se viera afectada por esto.

–Pff. Nosotros no tenemos una relación.

–¿Crees que puedes engañarme? –Me miró sobre su hombro. –Aún si pudieras engañarme con otra cosa, yo sé todo sobre el amor. Le gustas a él, a ti te gusta el; es tan fácil como contar manzanas.

–No es fácil. –Me solté de su agarre. –No interfieras.

–No lo haré. –Siguió caminando, sin voltear a mirarme.

Estuvimos caminando en silencio por unos cuantos minutos. Era estúpido tratar mal a Alex; como si el tuviera la culpa de mi desdichada vida. Él era prácticamente mi ángel de la salvación y yo lo único en lo que pienso es en que dirá o pensará Ryder. Me tiene nublados los sentidos.

–Llegamos. –Alex se detuvo a medio caminar y casi choqué con su espalda.

Se detuvo en un lugar que era conocido para mí.

Sentí como la sangre se drenaba de mi cara. –¿Cómo...?

–La tumba de Mina Tepes. –Murmuró Alex. –¿La reconoces?

–L–La he visto en sueños. –El árbol seguía emitiendo un leve resplandor y una grama verde y brillante rodeaba el pie del árbol. Aún eran claros y visibles los nombres grabados de Mina y su esposo en el tronco. Las hojas colgaban verdes y relucientes, con flores, rosas e infinidades de bellezas silvestres. Lo que más me sorprendió, me alivió y me asustó hasta la muerte al mismo tiempo, fue que no estaba el agujero que había visto en mi último sueño. Presentía que era algo malo, pero no estaba por ningún lado.

Miré a Alex. –¿Por qué me trajiste aquí? –El señaló el árbol.

–Te dije que había alguien que quería verte.

Un polvo blanco comenzó arremolinarse frente al árbol. Desprendía un olor a uvas y fresas junto con una cálida brisa. El polvo comenzó a tomar forma hasta que frente a mis ojos, apareció una chica; era alta, voluptuosa y mostraba una seguridad de sí misma, como si estuviera dispuesta a luchar contra el mundo. Tenía el cabello rubio, largo, casi por la cintura y me miraba con esos ojos tan conocidos; esos ojos gris verdosos que me había causado tantas emociones. Sus facciones eran tan sencillas y su belleza tan natural que bien podía ser afrodita o un ángel; cualquiera de las opciones.

Una ráfaga de viento hizo ondear el vestido blanco que cubría su cuerpo, hasta los pies.

–Hola. –Dijo en mi dirección. Su voz era realmente dulce y melodiosa.

–H–Hola. –Tropecé las palabras de vuelta. Ella me sonrió.

–Te doy las gracias. –Me dijo. Yo ladeé la cabeza. Ya tenía más o menos una idea de quien era esa preciosidad.

Magos de Mina: Belial, príncipe del infierno. (Libro #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora