Chapter XXI

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Ian

"La muerte nos iguala a todos. Es la misma para un hombre rico que para un animal salvaje." Dalai Lama

Mamá me dijo una vez que nunca llorara por una persona ya fallecida, porque según ella, ésa persona no querría verme llorar. Decía que no debía extrañarla, porque ésa persona estaba a mi lado. También que no debía olvidarla, porque algún día volvería a encontrarla.

Hacía 4 años que había perdido a mi padre, hacía 3 días que había perdido a mi madre.

Estaba sentado en medio de las lápidas de mis padres, tomando directo de una botella de Heineken.

Si tan sólo no me hubiera ido todo aquél mes, me hubiera dado cuenta de los síntomas de mamá, ella se hubiera salvado y así yo no estubiera en el cementerio bebiendo como un pobre iluso. Estuviera en casa junto a mamá, quizá comiendo unas de sus galletas pre cocinadas que compraba en la tienda, escuchando sus chistes sin sentidos que escuchaba en la oficina. O mirando The Voice, ella criticando el estilo de Cristina Aguilera y yo sólo comiéndome una banderilla.

Pero el hubiera no existe.

No te crees lo que está pasando hasta que miras el ataúd descender, cuando todos te miran con pena, te abrazan y te dan el pésame.

Hace pocas horas me dí cuenta que nada de ésto es una ilusión, que todo ésto es verdad, que estoy más solo que nunca, que oficialmente soy huérfano.

Terminé mi cerveza de un trago y la tiré lejos, sólo escuché el impacto y el sonido de el vidrio que se rompía.

Recargué mi cabeza en la lápida de mamá.

La extrañaba. ¿Por qué me la habían arrebatado tan rápido? ¿Por qué?

Lloré hasta que me quedé dormido.

Alguien tocaba mi brazo, me empujaba y me sacudía.

Estaba acostado en algo frío y duro, no quería abrir los ojos por nada del mundo. Sentía que si los abría, mamá ya no iba a estar conmigo como en mi sueño.

-Ian, vamos, levántate.-dijo la única voz que podría conmigo y con mi tristeza.

Abrí los ojos lentamente, miré a los lados y efectivamente, me encontraba en el cementerio. Estaba con todo mi cuerpo encima de una lápida y enfrente se encontraba escrito el nombre de mamá.

Él hueco en dónde alguna vez había estado mi corazón, se contajo e hizo que doliera, la herida volvió a sangrar cuando nisiquiera había cicatrizado todavía.

Sienna se sentó a mi lado, ella aún traía el luto consigo. Un abrigo color negro, pantalones negros y botas negras. Sus ojos traían también ojeras, de tanto desvelarse conmigo. Me sentía culpable porque ella no había descansado todos éstos días, siempre había estado ahí conmigo sin separarse ni un momento de mi lado.

-Es hora de la cena, ¿vamos?-me dijo suavemente, como si pensara que hablándome como normalmente lo hace, ella me pudiera herir.

Me senté y la miré fijamente, ella también me miró.

-¿Piensas que tengo ganas de celebrar algo cuando acabo de perder a mi mamá?- le pregunté bruscamente, sin importarme como se pudiera sentir ella.

Se le llenaron los ojos de lágrimas y apartó la mirada rápidamente.

-No te estoy pidiendo que vayas y celebres la Navidad, ¿vale? Sólo no quiero que te quedes aquí, tienes que comer algo, tienes que tener compañía.- me dijo mientras miraba al suelo.- Me preocupo por tí y la estoy pasando mal, también. Se que no se compara a lo que tú sientes, pero aún así...- terminó suspirando.

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