Chapter VIII

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VIII

-Oh diablos.-masculló Ian.

¿Por qué diablos Ian siempre tenía que estar en mis peores momentos "salvándome"?

Ahora se cumplían las dos veces en las que Ian me encontraba en el piso como una maldita serpiente.

Estando con él, posiblemente me volvía torpe, o era algo de lo que nunca me había dado cuenta.

-Me voy a morir.-gemí de dolor.

Ian me levantó con mucho cuidado y me apoyó en un tronco de árbol.

Se quitó su chaleco negro, y después su camisa azul a cuadros, quedándose solo en su camiseta blanca con cuello en "v". La camisa azul la hizo bola y con ella me limpió la cara suavemente y las rodillas, mientras yo hacia muecas de dolor y gemía bajito.

-¿Crees que puedas caminar?- me preguntó suavemente cuando terminó de limpiarme.

Anudó su camisa en mi cintura.

Asentí y traté de caminar, pero grité de dolor. Para mi sorpresa mi tobillo dolía asquerosamente, ésto era una agonía.

Ian rápidamente vino hacia mí y me cargó como cuándo el novio carga a la novia en la noche de bodas. Pasé un brazo por su cuello y con la otra mano me limpié las lágrimas traicioneras.

-¿Por qué me tienes que salvar siempre?- pregunté escondiendo mi cabeza en su cuello.

Ian siguió caminando, sin responder.

Suspiré, sin ánimos de pelear.

Al llegar a su Jeep, el me paró con mucho cuidado enseguida de su carro, después abrió la puerta del pasajero y volvió por mi para cargarme de nuevo como bebé.

Me sentó con mucho cuidado, como si yo fuera un trozo de vidrio muy fino o un delicado pétalo de rosa que en cualquier momento se pudiera romper.

-Sube tu pierna arriba, si la dejas abajo quizá se inflame y puede ser peor.- ordenó.

No se subió al carro hasta que vio que subí la pierna.

Maldito mandón.

Cuando ya íbamos entrando al pueblo yo comencé a odiar éste silencio incómodo que nos había acompañado en todo el camino.

-Dí algo.-murmuré.

-Algo.- dijo.

-No seas idiota, enserio, ésto es frustrante y comienzo a odiarte.

Ian se rió fríamente.

-Sienna, ¿qué quieres que te diga?

-No tengo ni la más mínima idea, pero dí algo.

Un piquete de dolor en mi tobillo hizo que chillara de dolor.

-Bueno, pues quiero que sepas que me siento como la mierda al verte así, lastimada y con tu cara de sufrimiento, y es mi culpa.

Ahora fui yo la que reí.

-A ver, conmigo no te hagas el jodido mártir que no funciona.

-¿Pero qué diablos, Sienna? Estoy diciendo lo que pienso y luego tu me atacas siempre te encuentras a la defenisva, entonces, ¿qué diablos debo hacer para que no me estés atacando con tus estúpidas palabras hirientes? Porque, aunque tu lo digas como algo natural, lo que dices lastima, tienes que madurar, joder.

Mis ojos se empezaban a llenar de lágrimas, no de tristeza, sino de rabia. Tenía ésa estúpida manía de llorar de coraje.

Y aquí comenzaron los gritos

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