Chapter XXIII

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IAN

No puedo olvidar sus ojos totalmente rojos y llenos de lágrimas. Se estaba haciendo la fuerte, no quería llorar enfrente de mí. Lo sabía. Pero hubo un momento en el que ella no pudo más y se rompió. Nunca iba a olvidar su cara, sus mejillas surcadas en lágrimas y su nariz roja.

Había sido muy duro con ella, lo único que le dejé fue una estúpida nota, una estúpida nota porque soy un jodido cobarde. No esperaba que me perdonara, pues la había abandonado. 

Al subir a ése inmenso avión, lo único que sentía era emoción, la adrenalina corría por mis venas. No sabía porque me sentía de ésa manera ya que había tomado ésta decisión de la forma más egoísta. 

Había muchos chicos y también chicas de diferentes orígenes, asiáticos, latinos, blancos y negros. Algunos venían a la guerra con la esperanza de servir a una nación que ni siquiera era suya, para que de ésa manera ellos pudieran ser legales en USA. Muchos estaban llorando, otros tenían cara de póker y otros increíblemente sonreían, como si la idea de matar gente inocente les hiciera felices. Todo ésto era una locura. 

Eran muchísimas horas de viaje, mucho tiempo para socializar, sin embargo, nadie decía nada, simplemente miraban inexpresivos al frente, alertas a cualquier orden del general que venía con nosotros. 

Yo pensaba y estaba totalmente seguro, que al estar bajo la protección del gobierno americano estaría seguro, pero fue todo lo contrario. 

Al entrar al espacio aéreo de Afganistán, las alarmas comenzaron a sonar, hubo turbulencias y los cinturones se bloquearon, no podíamos desabrocharnos por más que intentábamos. 

Ahora tenía tanto miedo, estaba totalmente aterrorizado, quería simplemente bajarme del avión y regresar junto a Sienna. 

Me sentía como cuando estás a punto de subirte a una montaña rusa, con el estómago comprimido, con una extraña presión en el pecho de angustia, las manos temblando y las inevitables ganas de ir al baño. También sentía ése arrepentimiento de ya estar en el carrito de la atracción, con el cinturón bloqueado, con la barra protectora empujando tu pecho y la sensación de querer bajarte ya. 

Nunca he sido una persona muy intrépida, nunca he tomado riesgos y las veces que me he atrevido a hacer algo extremo, ha sido para complacer a los demás. 

El general Cole, nos miró con escepticismo, el estaba parado en medio del avión sujetándose de las barras que estaban en uno de los asientos. 

-¿Están asustados por ésto? ¿De verdad? Esto no es ni una mínima parte de lo que pasarán allá abajo. Si unos cuantos misiles los asustan, es mejor que regresen con sus mamis.-gruñó. 

El general Cole era corpulento, alto e intimidador. Su cabello estaba al ras, así como todos nosotros, tenía mandíbula cuadrada y ojos fríos y calculadores. Una cicatriz iba desde su ceja izquierda hasta la comisura de la boca. 

-Quiero que demuestren allá abajo de lo que son capaces de hacer. Recuerden el porqué nos encontramos aquí y con que objetivo.- nos dijo mirándonos a todos y a cada uno. 

Al cabo de un rato, las alarmas se callaron y las turbulencias pararon. Suspiré aliviado. 

-A ver, pongan atención.-dijo el sargento Cole.-Al bajar de éste avión, tienen que traer sus armas ya listas y preparadas para cualquier cosa que pueda ocurrir. Todos tienen el campamento al que van a ir, así que éso me voy a saltar.- siguió mientras leía una libreta.-Ahora les voy a asignar un compañero, deberán trabajar en equipo y cuidarse unos a otros, ése compañero estará con ustedes todo el tiempo que estén aquí. Claro, si no que son demasiado estúpidos y lo dejan morir.-terminó con crudeza. 

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