Fuego

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El fuego es precioso. Es de lo más bello que he visto en mucho tiempo. La llama que sale por mis mecheros me hipnotiza, cada una es muy diferente, cada una me aporta algo diferente.

Si tienes un mechero eres la pirómana del grupo, ya está. Sin más.

No entiendo por qué siempre que alguien me ve con un mechero me pregunta si fumo. Me gusta quemar cosas, todavía no fumo.

El mechero es como mi amuleto de la suerte, supongo. Soy incapaz de salir a la calle sin él, ese sentimiento me hace sentir desnuda o vacía.

No sabéis lo agradable que es estar una noche cálida o gélida con un mechero entre las manos y encenderlo centrándote solo el rojizo que desprende. O ver cómo el fuego consume un escrito del que al parecer no te sentías tan orgullosa, de un escrito que solo tú entiendes, por lo que te quieres deshacer de él. O ver cómo el fuego consume una pequeña hoja de papel en la que escribiste el nombre de un amor no correspondido. Ver cómo el fuego cumple su función; eliminar cosas que no quieres ver más, que son un mísero recuerdo, bueno, más bien un recuerdo que quieres que sea mísero, pero que sin embargo es un recuerdo que te come la cabeza día y noche.

Es por eso mi afición a los mecheros, no sólo sirven para encender cigarros, puros, porros o cualquier otra cosa de ese estilo. Es por eso que colecciono mecheros. Colecciono historias guardadas en pequeños dispensadores de fuego.

¿Ya lo entiendes? ¿Dejarás ya de preguntarme por qué llevo siempre un mechero?

¿Me dejarás hacer lo que me de la gana? ¿O no?

No voy a seguir con la promesa cumplida, lo siento. Si te he decepcionado me da igual.

Una llama.
O mejor varias.

Pensamientos sin másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora