Cuadros

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Asomo la cabeza por la ventana para ver el cielo gris.

- Parece que va a llover - me digo  en voz alta.

Observo las vistas que mi pequeña ventana me ofrece. Aún me sigue pareciendo buena idea eso de saltar a través de ella, aunque tragedias me traiga.

- Necesito buscar otra solución - me doy la vuelta enfrentándome a mi pequeña habitación.

Las paredes están recubiertas de papel que debido al paso del tiempo y a su descuido se ha deteriorado. Hay una pequeña telaraña en la esquina derecha. La puerta chirría cada vez que la abro. Mi cama no es muy cómoda. Tengo un cuadro enorme que cada día se ve diferente; normalmente tiene colores oscuros y garabatos inentendibles, pero otras, muy pocas veces he de decir, aparece algún color más vivo, como un amarillo o un azul cielo. Siempre me produce buen humor para todo el día. Sin embargo, hoy está completamente negro; me perturba.

Sé que necesito salir de aquí, permanecer en este lugar no me hace ningún bien.

Salgo por la puerta al son de su chirrío y camino hacia la cocina.

- Buenos días señora Cor - saludo a la vieja de la cocina. Siempre está ahí. Realmente no sé quién es, cuando llegué a este lugar ella ya estaba. Es una mujer muy sabia. Va vestida con su vestido gris con bordados blancos a juego con su delantal. El pelo en un moño y sus arrugas recorren toda la cara.

- Buenos días pequeña - responde mientras da un sorbo a su vaso de anís.

- Voy a irme - le digo.

- Adelante niña - alza su vaso hacia mí - que Dios te acompañe - se termina la bebida de un trago.

- ¿Eso es todo?

- ¿Qué más quieres que te diga? Tú no quieres estar aquí, se te nota en la cara. Tu eres la única que puede decidir sobre ti y puede decidir que hacer. Si te quieres ir vete, es tu decisión.

Observo como se sirve otro trago más y yo salgo de la cocina sin decir palabra. Ella tampoco quisiera que la dijera nada.

Camino hacia el piso de abajo. Me aterra este lugar pero nunca he tenido la fuerza suficiente para salir de aquí, por mucho daño que me haga.

Es un inmenso castillo con cientos de habitaciones con seres indescriptibles de todo tipo. La iluminación es a base de velas y candelabros. Todo lo que se oye es el ruido del viento chocando contra las hojas, voces agonizando y susurros sin sentido. 

Cada vez que camino por estos infinitos pasillos se me hace un nudo en la garganta. Necesito salir de aquí, no sé cómo, pero lo necesito. No puedo permanecer en este lugar agónico.

Pero estás tú, tú eres el que no me deja escapar. Me quieres para ti y para nadie más. No quieres que sea ni tuya ni de nadie. No me tratas bien, no me quieres, solo me utilizas para tu bien, no te importo. Pero a pesar de todo ello, estoy aquí, aunque no por mucho tiempo...

Dispuesta a escapar de esta pesadilla emprendo mi camino hacia allá donde quiera estar la salida. Camino y camino sin dar con ella. Veo delante de mí una enorme puerta que me trae muy malos recuerdos. Ahí se encuentra aquello que mas me aterra y mas temo. Puedo oír desde mi posición tu presencia, sabes perfectamente que estoy aquí.

Giro sobre mí misma y en ese instante abres la puerta. Abro los ojos como platos y comienzo a correr. Puedo sentirte cerca. Corro y corro por el laberinto de pasillos en el que me encuentro. Le rezo a Dios que desaparezcas y me dejes descansar.

Todo lo que me atormenta me persigue, necesito salir, necesito gritar y pedir ayuda; pero ni tengo voz ni un hombro en el que apoyarme. Estoy sola; el corazón me va a mil y no recuerdo lo que es una sonrisa. Vaya a donde vaya siempre hay una sombra detrás de mi, la cuál me agarra por la espalda y me clava las uñas hasta hacerme sangre. 

Me topo con una puerta y la abro con fiereza esperando encontrar la salida tras ella. Es una habitación, hay tres chicas de espaldas, cada una sujeta un cuchillo afilado. No les veo la cara pero puedo imaginar quiénes son y lo que quieren hacer con ese cuchillo. Sé que la mayor de sus alegrías sería clavarlo en mis profundidades hasta desgarrarme entera.

- ¡Hacedlo! - gritó exhausta - ¡Clavadmelo, sé que queréis! - ni se inmutan. A pesar de que podrían clavarmelo no lo hacen, porque el diablo te ofrece el plato pero no te obliga a comerlo, y yo lo devoré.

Salgo de la habitación derrotada. Ya no oigo las pisadas detrás de mí. Mi aliento y mi corazón han vuelto a su ritmo normal. Aprovecho para echar una vista a las altas paredes que recorren el largo pasillo en el que me encuentro.

- Un, dos, tres - cuento los cuadros que veo colgados - cuatro, cinco, seis - hay muchos y son de diferentes tamaños.

Continúo por el infinito pasillo y miro con más detenimiento cada cuadro.

- dieciocho, diecinueve, veinte - no me resultan muy agradables de mirar, sin embargo, no puedo apartar la vista de ellos.

Aparecen figuras y escenarios varios, pero todos son de colores oscuros y apagados, como si no tuvieran alma, como si la hubieran arrancado y atado a un ancla que ha sido arrojado por la borda en el inmenso océano. No me siento bien al mirarlos. Un escalofrío recorre mi cuerpo. Empiezo a notar la corriente gélida que entra por las ventanas de cristales rotos. Comienzo a andar más rápido, pero no consigo ver el final del pasillo. Necesito encontrarlo antes de volverme loca. He de salir de aquí antes de que vengas.

Sé que estás en alguna parte, y juro y que Dios me oiga que como te vea se me romperá el corazón aquí mismo. No me haces ningún bien. Necesito olvidarte.

Diviso algo que parece ser el último cuadro, sin embargo, no lo consigo ver con claridad. Agarro con fuerza el crucifijo de mi cuello y empiezo a correr perdiendo la cuenta de los cuadros que llevaba vistos. Me duelen las rodillas, están raspadas y débiles, correr hace que sufra más.

Solo un poco más, estás casi al final. El cuadro que vi cada vez se ve más nítido.

Freno en seco; he llegado al final. Es el último cuadro del pasillo. Me quedo atónita al verlo. No puedo creerlo.

En él puedo ver la figura de una chica joven. Tiene cara pálida y el rímel corrido por sus mejillas, ha estado llorando me figuro. Tiene el pelo suelto y luce enredado y revuelto. Lleva un camisón blanco hasta arriba de sus rodillas. Las tiene sangrando. Está descalza. Detrás de ella hay una figura masculina en movimiento. Veo como tiene colocada su mano sobre el hombro de la muchacha. Tiene un aspecto siniestro y no consigo ver bien su rostro. Ahora tiene la mano tapándole la boca a la chica. Ella muestra una expresión de miedo, me está pidiendo ayuda con la mirada.

- Me encantaría ayudarte - digo - pero esto no es más que un espejo y yo he de aceptar mi destino.

Pensamientos sin másDonde viven las historias. Descúbrelo ahora