Más que preguntas

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Después de estar alrededor de un minuto abrazándolo, logro parar de llorar un poco y lo suelto.

Aún derramando lágrimas quito mi abrigo y lo pongo en el sofá. Sigo temblando, mi cabeza duele y no puedo ordenar mis pensamientos. Entro a la habitación y él me sigue.
Me siento en un extremo de la cama y Till se coloca a mi lado, me abraza.

—¿Podemos recostarnos un poco? —pregunto observándolo.

Asiente y se sienta en la cama recargando su espalda en la cabecera. Me siento sobre él, en sus piernas, observándolo al rostro y con cada pierna a sus costados para permitirme tener más cercanía física. Me abraza por la cintura mientras que mis manos se aferran a sus hombros y mi cabeza trata de refugiarse en el espacio de su hombro y cuello. Inhalo su olor.

—Lo siento —dice tratando de mantener la cordura para no llorar— no debí hacerlo. Gwen soy un imbécil y lo lamento.

Aún tengo muchas dudas. Ellos parecían conocerlo, sabían su nombre. Todo es confuso y lo único que necesito son respuestas, necesito la verdad.

—Está bien —digo aún con mis manos temblorosas— está bien —repito estas últimas palabras susurrando. No sé por donde comenzar con el bombardeo de preguntas.

Después de unos momentos él quita su tacto de mi cintura, toma mi rostro y esta vez no me niego. Sostiene mi rostro entre sus manos mientras que sus ojos desean llorar pero él no lo desea y cuando me observa parece romperse en pedazos.

—Te lastimó. Tienes sangre. Vamos a limpiarte.

Me aparto de él y vamos al baño. Me sube en el gran lavamanos mientras comienza a buscar lo necesario para sanarme. Me giro para verme en el espejo y observó mi labio un poco sangrado. Mi mejilla comienza a tener la marca del golpe.

Me acomodo de nuevo y mis lágrimas no dejan de salir. Él se lava las manos y enseguida toma un algodón, lo moja en alcohol, comienza a ponerlo en la parte donde estoy sangrando. Obviamente cuando hace contacto la sustancia con mi piel, arde. Él puede notarlo y me da su mano para que la tome.
Cuando termina pone una bendita y tira el algodón manchado de color rojo.

—Eso estará bien para mañana pero me preocupa la marca que dejará —no digo algo, trato de sonreír— ven —dice tomando mi mano y saliendo del baño.

Nos acomodados como estábamos hace un momento.

—Till, ¿quienes eran? —pregunto y puedo escuchar como traga saliva y me sostiene más cerca de él.

—¿Yo que sé Gwen? Hombre ebrios que se sobrepasaron.

Me separo para verlo a los ojos. Ellos se clavan en los míos. Conozco a Till, claro que lo hago y miente.

—Sabían tu nombre, como si te conocieran. ¿Qué está pasando Till? Últimamente llegas tarde, trabajas los fines de semana, duermes más tiempo. Sabes que puedes confiar en mí. Nunca te he fallado y jamás lo haría.

Él suspira. Desvía su mirada y enseguida vuelve a verme.

—No sé quienes eran ellos, créeme. He resuelto muchos casos, como ayudante y siendo el litigante. Podrían conocerme por eso. Sé que las cosas han sido difíciles últimamente para nuestra relación pero te amo. No me iré de ti, lucharé por ti hasta el final Gwen, porque eres extraordinaria.

Me mantengo observándolo de nuevo. Una parte de mí no quiere creerle pero mis emociones dicen que debo hacerlo.

—Sólo vamos a dormir, por favor —digo desanimada.

Él besa mis labios y yo también lo hago. Finalmente sólo me aparto y me recuesto dándole mi espalda. Él pasa su brazo por mi cintura y me abraza, besa mi hombro o cuello y de pronto se detiene y sólo acaricia mi cabello. Sabe que tengo una especie de "debilidad" con mi cabello. Me relaja que lo acaricien y por esa razón no pasa mucho para que finalmente pueda dormir, sin siquiera haberme puesto la pijama.

Al despertar hago mi rutina. Mientras él se baña, yo preparo el desayuno. Cuando termina yo me baño y él desayuna. Al salir él se despide de mí con un beso rápido en los labios, una sonrisa, un "te amo" y se va.
Arreglo mi ropa y me maquillo un poco. Seguido de eso desayuno y a las 8:20 me dirijo al trabajo.

Comienzo con el orden que tengo. Cada dos días atiendo a los mismos pacientes. Justo cuando he terminado del tercer paciente del día, veo a Christoph entrar.

Me sonríe y yo hago lo mismo. Se acerca pero su sonrisa se borra enseguida. Camina hasta estar frente a mí, se arrodilla cuando yo pensaba ponerme de pie.

—¿Quién te golpeó? —está consternado. Observa mis ojos y mi golpe

—Fue un accidente, un error. No pude cubrirlo con maquillaje, se veía peor.

—Gwen, esto está mal. ¿Quién lo hizo?

—Salí con mi novio ayer y...

—¿Novio? —ahora está asombrado. No le importó interrumpirme—. ¿Él lo hizo?

Suelto una risa nerviosa.

—Claro que no lo hizo él. Unos hombres en la calle. Es extraño pero pasó. Estoy bien y listo.

Christoph ahora me está dando una plática de violencia doméstica. Que no debo permitirla y puedo confiar en él por cualquier cosa que yo necesite. Todo esto lo sé, he dado esta plática a muchos conocidos. Chris se va en cuanto llega la siguiente paciente.

—Él entra a mi habitación y tenemos sexo —dice Lisa, una chica de 21 quien piensa que está muerta, se le llama Síndrome de Cotard— en realidad me gusta pero en la habitación no estamos sólo él y yo. Hay alguien más, es una mujer quien sólo se queda observando todo. Al parecer lo disfruta.

—¿Y desde cuando sueñas eso? —pregunto intrigada. Extrañamente no es la primera vez que escucho este mismo sueño, en los pacientes de este hospital.

—Yo no lo soñé, eso paso la última vez que hablamos —hace dos días.

—¿Segura que no fue un sueño?

—Te puedo jurar que no lo fue, Gwen. No fue un sueño y no podrás decirme otra cosa porque yo lo sentí. Nunca nada se sintió tan real porque él no está muerto, yo si. Sé lo que está vivo y muerto.

—¿Viste su cara? —ella niega.

—No la vi porque él no puede ver la mía. Mi rostro comienza a pudrirse y él lo sabe.

Un caso como este, que parece no avanzar, necesita el doble de ayuda, por mi parte y por la parte de Christoph.

Ella sale con una sonrisa. Ahora la extrañeza de su enfermedad ya no me parece sorprendente, lo que sí lo hace es que; ese sueño del que ella me habla, lo ha tenido otro chico. Hay algo llamado efecto Mandela. La mente tiene la capacidad de crear un recuerdo que jamás ha sido real, pero se siente verdadero.

Más tarde voy de regreso a casa. Esta vez yo hago de comer y escucho el sonido de la puerta siendo abierta. Pronto, por detrás de mí, siento sus brazos rodeándome por la cintura.

—Hola —escucho su profunda voz.

—Hola —contestó con una sonrisa.

—¡Si! Comida casera —hace una pausa y enseguida escucho su voz diferente, seria y seductora—. Te ves muy linda.

Sonrío y apago el fuego de la estufa. Me giro y él enseguida comienza a besarme. Por alguna razón eso siempre significa algo bueno pero sus labios comienzan a pedir cada vez más. Él comienza a caminar, lo que me obliga a hacerlo también. Con sus manos en mi cintura me eleva hasta hacer que me siente en una encimera, a un lado de la estufa. Till se coloca entre mis piernas y mientras con una mano acaricia mi pierna, con la otra sostiene mi cintura y mantiene mi cuerpo cerca.

—Me debes algo desde ayer —dice antes de comenzar a besar mi cuello y de que sonría por esto, pero sus besos, y su tacto, no me dejan pensar más.

El Nuevo Mundo // Richard Z. KruspeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora