Límite

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Han pasado cuatro días. Gwen y Till se han negado a hablar. Él considera que es lo mejor, la chica está de acuerdo con eso, y no quiere volver a encontrarse a esos tipos asquerosos. Ella podrá salir mañana mismo. El hombre aún debe guardar reposo.

Está desesperada, necesita hablar con Richard, sabe que algo malo podría pasarle, trata de confiar pero no encuentra paz. Su padre ha tratado de buscar a Richard, pero en el instituto no dejan entrar a personas que no sean familiares o conocidos de los pacientes, ni siquiera permiten dejar recados. August, al ser doctor, comprende esta política y por esa razón no insiste y decide tratar de tranquilizar a su hija.

A pesar de que Beatriz ya conoce el estado de salud de Gwen, ha decidido no hablar con nadie sobre ello, ni siquiera con Christoph Schneider o los padres de Richard.

El chico ha perdido la calma. El sueño se le ha ido, la depresión está arrasando con él. Sin Gwen ahí, encuentra todo sin color, sin gracia. Incluso sus padres no han ido a verlo. Han pasado días sin saber algo de la chica, ahora piensa que aquello que le dijo Schneider es verdad. Ella lo ha abandonado a su suerte. Ya no queda nada para él. Llora en silencio mientras los escucha decir.

Siempre estarás solo.

—Richard, todos sabemos que lo mejor es morir.

—De este lado no hay dolor.

—Muere.

Después de tanta presión él contesta tranquilo, en voz alta y seguro de sí mismo.

Lo haré, pero ¿cómo?

Y la ola de ideas comienza a llegar a él en forma de voces en coro. Electrocutado en la bañera sumergiéndose con el televisor o la radio, apuñalándose con uno de los lápices del escritorio, usando una de sus prendas para asfixiarse. Todas suenan dolorosas y él quiere morir sin sentir demasiado dolor.
Ahora ya tiene la solución perfecta.

—Tranquila cariño. Las cosas no pueden ir tan mal sólo por faltar cinco días.

—Es que él tiene esquizofrenia padre. Temo por su vida.

August, al escuchar eso, recuerda a su amada Hilde. Toma la mano de Gwen.

—Cuando conocí a tu madre ella estaba en tratamiento. Podía vivir de esa forma, tenía pequeños episodios en los que hablaba cosas sin sentido. Decía que una chica podía decirle el futuro, que podía comunicarse telepáticamente con otras personas, que cada vez habría más como ella, también decía que moriría joven, pero antes debía completar su misión, jamás supe cual era o si llegó a cumplirla. Pude alejarme de ella por ese comportamiento, pero no lo hice. Más allá de lo hermosa que era, yo sentía que debía estar a su lado, que había nacido para apoyarla. Es estúpido, lo sé, soy un hombre racional y de ciencia, pero ese sentimiento me hizo temerle a ella ¿y si todo lo que decía era real? ¿yo estaba en lo incorrecto al pesar que el mundo tiene explicaciones que pueden comprobarse, medirse o experimentarse? El tiempo pasó, tu madre era extraordinaria. Tú, siendo psicóloga, sabes que las personas con esquizofrenia tienen un IQ mayor que el promedio. He aprendido que hay cosas que las personas comunes jamás entenderíamos, damos por sentado el mundo cuando existen miles de cosas que aún no comprendemos. Comienzo a creer que las personas con esquizofrenia no están enfermas, tienen un don pero muy pocas saben como manejarlo. Ahora te pediré algo, no abandones jamás a ese chico, sé que puedes salvarlo, sólo necesita comprensión y apoyo, algo que quizá jamás ha visto al estar dentro de una habitación con cuatro paredes. Jamás lo abandones.

Ella asiente con una sonrisa.

Al día siguiente, finalmente logra salir. Ha perdido un poco de peso y los moratones aún son visibles. Antes de abandonar el hospital toma una ducha. Su padre le ha llevado ropa limpia. A pesar de las recomendaciones de los doctores, y de su padre, para que vaya a casa a descansar, ella sabe que debe ir al instituto. Se muere de ganas por ver a Richard de nuevo y saber como han marchado las cosas.

Ha llegado el momento, el chico está seguro de la decisión que ha tomado. Le costó toda la noche lograr dar con la contraseña para abrir la caja fuerte que guarda el kit de primeros auxilios, y las navajas de afeitar. Ahí dentro tiene tiempo de sobra, por lo que pasó horas intentando dar con los seis dígitos que abrirían esa caja. Comienza a llenar la bañera de agua caliente, las voces comienzan a ser más violentas, causándole un gran dolor de cabeza, sabe que después de lo que hará, ya no se preocupará por dolores de ningún tipo.

Ha pasado cuatro días sin poder dormir, las ojeras son muy notables debajo de esos ojos azules hundidos y pequeños sin brillo alguno, no ha tocado la comida, esto lo ha debilitado de sobremanera, los dolores de cabeza no lo abandonan, el cansancio físico es evidente, apenas tiene energía para mantenerse en pie y caminar por la habitación mientras arrastra sus pies. Sus finos labios están secos, igual que su piel pálida, durante ese tiempo ha olvidado ducharse, por lo que huele a orina y sudor, pero no le interesa, su cabello está sucio, igual que su cuerpo en general, su delgadez logra marcar sus costillas. Kruspe es muy delgado, y la perdida de energía lo ha llevado a un grado crítico de salud. Christoph Schneider lo ha visto de esta forma, pero no ha hecho algo por ayudarlo, sabe que Richard ha dejado de tomar las píldoras, pero no hace algo por ayudarlo, y no lo hará.

Cuando la bañera se llena, él decide sumergirse, sin importar su ropa o zapatos. Ahora no sabe si lo que está a punto de hacer es un acto de cobardía o valentía, pero ya no le importa. Comienza a llorar, no puede creer que Gwen lo dejó, cuando finalmente confiaba en alguien, ella lo abandonaba. Al final él siempre había estado solo, pero esa soledad comienza a pesarle ahora, en medio de esas voces, esas cuatro paredes y la fragilidad que el amor por Gwen ha traído consigo.

Empuña la hoja de afeitar.

Hazlo de una puta vez.

—Termina con esto.

Te han dejado solo, como la cucaracha que eres.

—Cuando estés con nosotros descubrirás donde está Sophie.

—Si no puedes estar con Gwen en ese mundo, estarás con ella para siempre, hasta que la muerte la traiga contigo, entonces ella no podrá negarse.

—Hazlo marica.

—Corta la carne.

Richard finalmente lo hace. Corta su muñeca, profundamente. Siente una calma indescriptible, mientras ve a la sangre florecer de su herida y teñir de rojo el agua. Enseguida las voces hablan de nuevo. Pidiéndole que vuelva a cortar, pero estás se tornan desesperadas, gritando con gran intensidad. Otro dolor de cabeza lo invade y Richard comienza a cortar rápido, una, dos, tres, cuatro heridas más hasta una calma total lo hace sonreír. Él tira la navaja, trata de sumergirse de el agua. Las voces no han molestado más. Su cabeza descansa sobre el borde de la bañera. El total silencio se apodera del ambiente, él sonríe por la tranquilidad.

—Se siente como Gwen —dice susurrando para enseguida quedar inconsciente y resbalando dentro de la bañera hasta quedar completamente sumergido.

El Nuevo Mundo // Richard Z. KruspeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora