Parte 49

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El golpe en la puerta de mi oficina hizo que mis ojos se abrieran

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El golpe en la puerta de mi oficina hizo que mis ojos se abrieran. El sueño me había eludido la pasada semana. Había crecido acostumbrado a tener mi pequeña caldera acurrucada cerca de mí. Era más caliente que el infierno tener su cuerpo entrelazado con el mío, para despertar con su mejilla sobre mi pecho, su cabello distribuido sobre mi hombro. Pero nunca quería vivir sin esto.

A lo largo de mi vida, nunca había encontrado algo de lo que no podía alejarme, hasta ahora. Los pasados siete días franqueaban como los peores siete días de mi vida. Cuando mami y papi fueron asesinados, ellos se habían ido, no había devolución y el dolor de nunca tener otro día de la madre o día del padre... otro día de Navidad o cena de Acción de Gracias, era desgarrador. Pero esto... estar sin ella... no podía continuar. Pensar que ella destruiría mi vida si estaba conmigo completa, total tontería.

Y esa jodida creencia que me había golpeado. Cristo, su puño rozó sobre mi pecho; sí eso había sido de rabia o frustración pero no me produjo ningún daño. Eso sólo alimentó sus miedos de ser una abusadora. Descansé mi frente entre mi pulgar y los demás dedos mientras mi codo descansaba sobre el escritorio.

La había oído gritando en el teléfono a Ruthie. Durante todo nuestro tiempo juntos, ella nunca gritó —excepto cuando azotó la puerta después que la desnudista Penny la puso celosa. Una lenta sonrisa se esparce sobre mi rostro. Un dulce recuerdo es todo lo que me trajo bienestar pero tan pronto como el recuerdo se escabulle, el dolor está de vuelta.

—¿K? —Bert dijo al frente de mi escritorio.

Yo apenas llevé mi cabeza hacia arriba y mis ojos fue todo lo que moví cuando traté de enfocarme en ella. Nunca la oí entrar.

—Necesito decirte algo —dijo ella—. No sé lo que significa pero podría ayudar.

—Bert —Duele respirar pero me forcé a mí mismo—. Por favor siéntate

— Sugerí apuntando a la silla.

—K. Te ves como la mierda. Ve a casa. Descansa un poco. Ella lo resolverá.

Después de arrastrar mis manos por toda la extensión de mi rostro, miré fijo hacia ella a través de ojos vacíos, huecos. —¿Es eso lo que viniste a decirme?

Lentamente, ella se sentó en la silla, finalmente cayendo en ella una vez que alcanzó cierto punto.

—Ella te ama. Vi el amor en sus ojos el día que vino aquí incluso si ella estaba enfadada.

—¿Es eso lo que viniste a decirme? —Pregunté fríamente.

Instantáneamente su artrítico dedo voló hacia arriba y su rostro se endureció. —No te atrevas a tener ese tono conmigo muchacho.

Descansando mis codos sobre el escritorio, una mezcla de pesar y miedo me consumió. No había muchas personas a las que yo tuviera miedo. Bert era una.

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