Parte 35

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Ella quería probarme. Nunca he tenido a una chica diciendo cosas como esa antes. Infiernos, ellas normalmente solo caían sobre sus rodillas. Pero no iba a dejar que ella me mamara... no esta noche. Quería mostrarle que podía entregarme a ella con ternura en lugar de sacarle la mierda. Seguía acostada en la cama... completamente desnuda para mí y excepcionalmente hermosa a la luz de las velas. La forma en la que me miraba mientras trepaba de vuelta a la cama me hacía preguntarme si ella había hecho esto antes. Mientras me arrodillaba en la cama, su boca se abrió como un pájaro bebé queriendo ser alimentado.

—Solo un segundo, —le digo, como si no fuera a permitirle más por su bien. Era cien por ciento para mí... tenía miedo de poder volarle la cabeza con el poder de lo que estaba creciendo dentro de mí en cuestión de cinco segundos.

Ella asintió y con mi pulgar, empujé abajo hacia su boca. La calidez de su boca y su lengua triunfaron fácilmente sobre cualquier sentimiento que pude haber llegado a experimentar. Y mientras levantaba la cabeza de la almohada para tomarme, yo sostenía la parte de atrás de su cabeza.

Todo un silbido escapo de mis labios mientras su lengua se movía hacia la cima, entonces ella trato de tomarme más profundamente. Aunque no lo demostraba, sentía como se atragantaba y tiraba para afuera.

—Está bien, —susurraba, acariciándole su mejilla—. En otro momento.

—Dios, lo esperaba.

Asintió y me acosté a su lado... besándola.

—Megan, —susurré—. Esto es poco familiar para mí. Nunca he ido despacio. Nunca me ha importado.

Sus dedos acariciaban la longitud de mi cara.

—Está bien.

No queriendo esperar un segundo más, gentilmente me posicione entre sus piernas y ella las abrió para que pudiera acomodarme. La posición del misionero nunca ha sido mi favorita... principalmente porque no me gustaba estar a la vista de los ojos de otra persona. Pero podía controlar mis movimientos mejor de esta manera.

—Kieran. No estoy tomando anticonceptivos, —dijo quedamente y con una expresión ansiosa. 

¡¡SANTA MIERDA!! En 26 años, NUNCA me he olvidado el impermeable para el pequeño amigo. Nunca. Nunca. Nunca. ¿Qué estaba mal conmigo? Me agaché y saque un condón de la billetera en mis pantalones cortos. Cuando lo saqué del envoltorio, miré rápidamente hacia ella y ella miraba cada movimiento que hacía.

Me reposicioné sobre ella y podía decir que estaba un poco nerviosa solo por el temblor. Simplemente desde su entrada, irradiaba calor. Y mientras me metía poco a poco dentro de uno de los lugares más apretados en los que he estado alguna vez, cerró sus ojos.

—Por favor mírame, —le susurré, y sus ojos perezosamente se abrieron.

Fue entonces cuando gradualmente y con mucho cuidado empujé dentro de ella, deslizándome perfectamente. Sus ojos rodaron hacia atrás mientras jadeaba por aire. El momento con el que fantaseaba.

Cubrí mi boca con la de ella. Hubiera respirado por ella si lo hubiera necesitado. Mi cuerpo rindiéndose al de ella como un capullo y nadie había encajado conmigo tan perfectamente. El placer que sentía mientras crecía en mi interior ahora esparcía un calor en mi pecho, y mientras mis lentos, deliberados movimientos continuaban, era mi respiración la que era robada.

—Megan, —gemí, cerrando mis ojos, apoyé mi frente sobre la de ella.

—Abre tus ojos —dijo.

No pude evitar sonreír ante sus palabras. Mirando su cara... sus expresiones... wow. Saber que yo le daba tanto placer me dio una completa satisfacción. Me preguntaba si ella sentía lo mismo. 

Quería ese condón fuera. Sabiendo que ella no había estado con ningún otro hombre. Sabiendo que yo nunca había dejado de usar látex. Quería sentir todo de ella.

—Aaaah, —gritó, y mis ojos se abrieron. Sin querer, mis embestidas se habían acelerado.

—Lo siento, —le dije, besando sus labios, aunque no totalmente.

—No... no te disculpes. Yo quiero. —Hipo una respiración—. Todo de ti.

Ajuste mi posición donde estaba entrando a otro ángulo diferente.

—Megan. No quiero lastimarte. —Dios, ella se sentía tan bien. Sus caderas se arquearon hacia mí y nunca he visto una cara tan bella llena de deseo... de necesidad.

—Señor Scott, —dijo con un tono profesional y le di una media sonrisa— . Lastímeme.

Nunca podría lastimarla.

—Megan.

—No. No pienses. Solamente hazlo.

Ella ganó. Me empujé completamente fuera y la hice rodar sobre su estómago.

—Levanta las caderas, bebé, —dije y deslicé una almohada debajo de sus caderas, dándole el perfecto arco a su cuerpo. ¡MIERDA! Ella estaba impresionante. Me introduje entre sus piernas y lentamente entré en ella. 

—Mmmm, —gimió, y mirando su cuerpo retorcerse se me hizo agua la boca.

Deslicé mi mano debajo de ella y comencé a frotar su lugar preferido con mi dedo, causando que se arqueara más... permitiéndome entrar incluso más profundo. Sus dedos se clavaron en las sábanas, agarrando pedazos del algodón.

—Megan, me voy a venir y quiero que tú acabes conmigo, —le dije con voz ronca al oído y aplicando un poco más de presión con mi dedo. Su cuerpo se empujó contra el mío, buscando el placer que le estaba dando.

—Oh, Kieran, —gimió. Sus manos como puños en las sábanas, su cuerpo en un ángulo para que mis embestidas fueran tan profundas como fuera posible—. Ahhh, —gritaba y lo sentí... cómo se vino alrededor mío.

Su interior pulsando alrededor mío, y eso fue todo lo que basto para mí también.

Un sonido primario, animal salió de mi garganta. Uno que no reconocí. Y terminé tratando de no lastimarla pero disfrutando cada último latido por mi cuenta. Mi cuerpo se relajó... colapsó a su lado. Su cara estaba hacia el otro lado y yo respiré la esencia de su pelo. Ninguno de los dos se movió. Ninguno de los dos habló. No hasta que la sentí temblar, agarré el cobertor de la cama y lo puse sobre nosotros. Si la conversación no era lo que ella quería, yo podía hacer eso. Se durmió pacíficamente, y mientras me acurrucaba a su lado, mi corazón se llenó.

***

Un olor a quemado me despertó y me senté medio erguido. Las velas estaban una por una extinguidas por su cuenta, el humo subía y se acumulaba en la habitación. Probablemente debería haberlas apagado.

Rodé por la cama para encontrar a mi chica pero Doc no estaba ahí. Me senté completamente erguido y me di cuenta que no estaba en la habitación.

Me puse unos jeans y caminé descalzo para encontrarla. No estaba por ningún lado. El reloj marcaba las 2:15 a.m. Su teléfono estaba todavía en la mesa de la cocina. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho y un ataque de pánico estaba empezando.

Corrí hacia el patio. ¡Mierda! ¿Dónde podría estar? Con las dos manos, agarré mechones de mi cabello y tiré, mirando hacia la playa oscura y el rugiente océano. Cayó un rayo sobre el Pacífico y ahí es cuando la vi, creo que sentada en la playa. ¿Qué demonios estaba haciendo afuera y sola en el medio de la noche? Sin pensarlo, salí. 

Sessions interrupted.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora