Parte 17

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Mi corazón estaba cerrado a combustión espontánea cuando ella descansó su mejilla en mi pecho

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Mi corazón estaba cerrado a combustión espontánea cuando ella descansó su mejilla en mi pecho. Un jadeo silencioso escapó de mi garganta y esperaba que ella no sintiera mi reacción. Tan ajeno y desconocido como esto era para mí, yo sabía que ella necesitaba esto. Yo necesitaba ayudarla a quitar su cabeza de lo que había sucedido esta noche.

—Entonces dígame algo, Sr. Scott. Cualquier cosa.

Hice muecas cuando ella no podía verme porque muy dentro esta mierda de Sr. Scott me divertía. Ella siempre se las apañaba para hacerme reír. Froté la toalla a través de todo su cabello luego la lancé al piso.

—Tendrás que ser más directa que eso. Guíeme, Doc.

Ella rió nerviosa.

—Esta bien. Umm. ¿Cuál es tu pizza favorita?

Una carcajada retumbó a través de mi pecho.

—Esa es una profunda, Freud. Pepperoni. ¿La tuya?

—La misma. ¿Cuál es tu helado favorito?

—Yo no como helado.

—¡Kieran! Tienes que decirlo. —Me amenazó, empujándome con su hombro.

Otra risa por lo bajo rodó a través de mí. 

—¿Por qué tengo que decirlo? Honestamente no como helado.

—¡No comes! ¿Pero cuál es tu favorito si comes? —preguntó pellizcando mi costado.

—Malteadas de chocolate. Hecho con helado de vainilla y salsa de chocolate.

Sus ojos grises parpadearon a los míos.

—Wow. Para alguien que no lo come, eso es bastante malditamente específico.

—Bueno, tú preguntaste. ¿Cuál es el tuyo?

Ella sacudió su cabeza.

—Menta. Me recuerda a la Navidad.

—Nunca comí menta, no creo.

—Bueno, deberíamos poner eso en la lista —dijo ella con certitud.

Me preguntaba a que lista se estaba ella refiriendo pero mi corazón se expandió un poco pensando en hacer algo más con ella fuera de nuestras sesiones.

—¿La lista? —pregunté.

—¿Cuál es el lugar más bonito en que has estado? —Ella me ignoró.

No podía responder eso. Era o las islas Turks y Caicos o Suiza; pero ella no podía saber eso. No todavía.

—Pienso que el Noroeste del Pacífico es el área más hermosa de los alrededores. Verdaderamente. —Eso no era una mentira.

Ella asintió.

—Estoy tan de acuerdo.

—¿Qué hay de ti? —pregunté y me di cuenta que estaba corriendo mis dedos a través de su cabello húmedo, enredado. Me detuve. No había forma de dejar ir esto demasiado lejos.

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