El Comienzo Del Fin

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El comienzo.
El final.

No importa cuánto me esfuerce en pensarlo, la conclusión siempre es la misma. Cuando un ciclo termina, otro comienza, es así como debe ser, y es así como sucedió para mí.

Mi vida comenzó un 23 de julio de 1895.
Tan longeva como pudo ser, encontró su final menos de dos décadas después. Mi vida terminó un frío 14 de octubre de 1912, sin razón, sin un motivo que aún ahora me haga pensar que merecía lo que sucedió.

Ni siquiera fui consiente de que estaba viviendo mis últimos días hasta que me encontré exahalando mi último aliento, y entonces lo supe, estaba muriendo, sin poder hacer nada, asustada, y sola.

La muerte no es hermosa.

Tanto como algunas personas pueden atreverse a señalar la muerte como solo un paso más para dar, un ciclo terminado, el siguiente camino luego de que tu plazo en la tierra ha terminado, son solo palabras y figuraciones para consolar los corazones rotos que se quedan detrás.

Cuando mi ciclo terminó, prematuramente, arrebatado y forzado a llegar antes de lo que se suponía no hubo ni una sola palabra de consuelo hacia la familia, que ya no tenía. Cuando morí, no se me permitió llegar más allá de los diecisiete.

Por entonces, mi vida era superficialmente perfecta. Sabía con certeza que la mayoría de las muchachas de mi edad envidiaban mi vida, y sé que, cuando morí, una perversa satisfacción de justicia las hizo decirse que era justo que mi suerte hubiese llegado a su final.

Cuando estaba viva, vivía en una hermosa finca rodeada del bosque más hermoso que hubiera visto. Acres y acres rodeaban la preciosa finca familiar y el sol brillaba siempre en lo alto del cielo, calentándome el rostro por las mañanas, y escondiéndose en el horizonte cuando tomábamos el té en el jardín.

Los pájaros cantarían por las mañanas, despertandose de entre los árboles, volviendo solo hasta que atardecía.

Mirarlos desde la ventana de mi habitación siempre fue un dulce placer al que desearía congelar para poder vivirlo una y otra vez.

Cuando mi corazón latía y mi pulso era rítmico, firme y certero. Cuando la sangre me corría por las venas y mis mejillas estaban llenas de color. Cuando sangraba si me herían y derramaba lágrimas si mi corazón se rompía, siempre con la promesa de volver a sanar.

Cómo muchos podían afirmar, mi vida era perfecta en casi todos los sentidos.

Supongo que, por diecisiete años fue el regalo más grande que la vida pudo dar el antes de quitarme todo lo que conocía.

Mi familia era adinerada y una de las más influyentes de todo la región. Pero no era eso lo que la hacía especial, al menos para mí. Había crecido rodeada de lujos y atenciones, que ya no representaban ninguna novedad para mi, pero eran ellos, a los que podía llamar mi familia, las personas a las que amaba y con los que compartía más que lazos sanguíneos los que le daban sentido a mi existencia.

Mi padre era el hombre más generoso que he conocido, aún ahora que ya no puedo recordar cosas tan pequeñas como su voz. Marcus Carson, el mejor hombre y padre del mundo, mi mundo. Tan comprensivo como lleno de determinación y un poder excepcional de la intuición y la justicia.

No había nadie a quién admirara más, porque, a pesar de todas las propiedades, negocios y tierras prósperas y fértiles, seguía siendo sumamente humilde y benevolente.

Y luego estaba ella, la mujer que había robado su corazón. Mi madre era maravillosa. Una mujer cariñosa y dulce, con un corazón generoso y puro que hacía parecer su belleza como una cualidad adicional.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora