La Omisión Del Deber

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Qué ilusa había sido al creer que nada cambiaría.

Después de que Edward Cullen me besara y yo, estúpidamente no tuviera más valor para enfrentarlo, que rechazarlo, era lógico que nada volvería a ser igual. Que nuestro distanciamiento sería evidente.

Los primeros días fueron, sin duda, los más difíciles de soportar. Lidiar con el recuerdo de sus labios contra los míos, la emoción compartida al consumar un hecho que ambos estábamos buscando desde hacia mucho tiempo.

Pensar la manera en que terminó todavía me hacía sentir idiota. Sin embargo, ¿Qué se suponía que debía hacer?

Lo que Edward me hacía sentir me aterraba de maneras inimaginables, así como también, despertaba algo en mí que creí, jamás volvería a experimentar. Solo una vez me creí enamorada y todo termino terriblemente mal.

Sabía, también, que comparar a Edward con aquel despreciable hombre que acabó con mi vida era una abominación. No, no le temía a Edward, jamás lo haría, tenía miedo de mí, en lo que podía convertirme cuando amo a alguien.

Lo frágil, expuesta y patética que me hacía sentir aquella versión de mí, tan enteramente entregada.

El amor volvía débiles a las personas, o al menos eso creía, a ese razonamiento me entregué por años, negándome a permitir dejar entrar a nadie más al marchito corazón en mi pecho que jamás volvería a latir. Si Edward me conocía por completo, si le permitía dejar ver esa parte de mí, no sabía que pensaría al respecto.

Quizás daría sentido a mi estúpido actuar como humana y entendería el motivo por el cual Adam me asesinó con tal facilidad.

Decirle que le amaba me dejaría en sus manos, a su disposición, y no creía soportar un corazón roto con el cual lidiar. Antes, no tuve más remedio que reunir las piezas y esperar que debajo de todas las capas y capas de falsa fortaleza, que construí para protegerme, nadie adivinara lo que realmente existía en mi interior.

Edward estaba acercándose mucho a descubrirlo. Lo que hacía el doble de difícil soportar sus miradas heridas, lo confundido que parecía con mi rechazo infundado cuando, debía admitir, le otorgue todas las señales de que realmente me encontraba interesada en él y la posibilidad de que, si se arriesgaba, yo terminaría por aceptarlo.

La culpa me consumía, el deseo por explicarle mis razones y admitir que, en realidad, solo me encontraba asustada. Por eso, huí, y no sabía de qué manera podía repararlo. No cuando, después del desastre, en tácito acuerdo, ambos entendimos lo incómodo que resultaba para todos nuestra indiferencia y decidimos repararlo.

Mientras los demás estuvieran en la misma habitación que nosotros, pretenderíamos amabilidad y, por lo menos, intercambiar algunas frases superficiales y ridículas solo por mera cortesía. Carlisle no soportaría saber cuáles eran mis deseos, lo mucho que deseaba no haber intervenido nunca en su buena vida.

Si jamás me hubiera cruzado con él, si Carlisle nunca me hubiese encontrado agonizante, quizás habría vivido una vida real, crecido, madurado, aprendido, envejecido y muerto, como cualquier humano. Tal vez habría visto a mis padres envejecer, a mi hermana enamorarse, quizás yo lo habría hecho también, teniendo una familia, hijos, nietos... Nunca lo sabría. Pero algo en el camino cambió, algo hizo que Adam apareciera en mi vida y que asimismo, yo lo hiciera en la de Carlisle Cullen.

Aquello desordenó todas las piezas de un rompecabezas predestinado a suceder de otra manera. Eso, me llevó a involucrarme en la vida de muchas otras personas, entre ellos, en la de Edward Cullen, que de ser otras las circunstancias, jamás me habría conocido.

Si bien todavía no hablábamos de lo ocurrido entre nosotros, lo que eso significaba, todos los demás debían saber que algo malo había sucedido esa noche, lo que no les explicaríamos. Simplemente nos dedicaríamos a ignorarnos mutuamente cuando estábamos solos y a pretender ser amables frente al resto de la familia.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora