El Precio De La Eternidad

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A partir de entonces, de esa fatídica noche, el tiempo dejó de correr.

Sí, continuó en cuenta regresiva hacia mi muerte, pero mi vida tal como la conocía había terminado. La felicidad se extinguió, el aire que llenaba mis pulmones era inútil para mí. Ahora deseo haber disfrutado más de ello, de la vida llenándome sin ser consiente de lo maravilloso que es estar vida. Respirar, sentir, saber que estás dirigiéndote hacia algo, que tu vida tiene una propósito y avanza hacia algo.

La eternidad, por el contrario, es un limbo.

Pero eso yo no lo sabía, y no es algo en lo que pensé esa noche. Cuando Adam se fue, saliendo de mi habitación sin mostrar una pizca de remordimiento, me dejó amordazada al menos sólo de un brazo, como muestra de su cínica cortesía.

Lo primero que hice, fue liberarme, por supuesto. Pero luego, cuando tuve que entender que acababa de suceder, todos los sentimientos en mi interior se diluyeron. Pero mi cuerpo, inconsistentemente, sin pedir permiso a mi conciencia, comenzó a derramar saladas lágrimas que no podían detenerse.

Casa una de ellas se sintió como un desgarre más a mi vida, a mí alma, cuando todavía tenía una. Cada sollozo era un adiós a lo que me identificaba, despidiéndome sin saberlo de quién solía ser hasta entonces. No puedo saber cuánto tiempo estuve así, tumbada en mi cama, con el rostro húmedo y el corazón estrujándose en mi pecho, hasta que pude ver el amanecer asomándose en el cielo.

Pero todos mis pensamientos, siempre me llevaban al mismo lugar, Adam tenía razón.
Yo ya no era la misma que solía ser, ni volvería a serlo jamás, y todos podrían saberlo.  ¿Quién iba quererme luego de todo lo que él había hecho conmigo? ¿Cómo podría yo querer a alguien de nuevo? En ese instante detestaba a todos, a Adam, a mí, la repulsión era tan grande que  entendí que ahora estaba reducida a nada más que deshechos de lo que fuí.

Y lo peor era que Adam, tan poderoso como se había hecho, con tanta de la confianza de mi padre puesta en él fácilmente podría dejarnos en la ruina, y ahora estaba segura que era uno de sus planes.

Me sentía sucia, tonta y usada. Me odié en mayor medida de lo que lo detestaba a él.
Pensé en acabar ahí mismo con mi vida.
Un pensamiento que jamás había cruzado mi mente ahora daba vueltas una y otra vez, pero no pude hacerlo, realmente yo amaba la vida, adoraba vivir... Y me aferré a ella con desesperación.

Lo único con lo que soñaba era con tener el control de nuevo, ser yo quien volviera a decidir, ser yo quien tomara el manejo de mi vida y también, de la de los demás. Para que nadie más pudiera herirme jamás, no si podía evitarlo y detenerlos antes de que fuera demasiado tarde.

Quería manejar todo, quería mi vida de vuelta, pero sobre todo, deseaba hacerlo pagar y controlar cada acción, hacerme dueña de sus pensamientos, hacerle sentir la impotencia y el dolor que él a mí.
Tontamente creí que, en algún momento, podría recuperarme y seguir adelante, así pasarán muchos años para ello, pero tenía a mi familia y yo realmente deseaba ni dejarme vencer y tener una vida a su lado... Sin saber, que no quedaba mucho de ella.

El tiempo pasó, silencioso y doloroso, y no bastándole todo el dolor que estaba causándome con su sola presencia en mi casa,  me obligó a comprometerme con él.

Irónicamente, fue bien recibido por la mayoría, como si por fin mi más grande sueño se hiciera realidad. Estaba tomándome de nuevo, atándome a él para siempre y haciéndome, efectivamente, suya.  La única que pareció desconforme fue mi madre, que había notado un cambio en mí, y cada que me encontraba llorando, taciturna y sola, sus preguntas no cesaban y simplemente... No pude decírselo.
¿Cómo no saberlo si era su hija? Una madre sabe esas cosas, pero hasta donde ella sabía yo estaba enamorada de Adam, y sin mi cooperación nada podía hacer por ayudarme. Fuí tan estúpida... Ya no era más dueña de mí.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora