Turbulenta Recompensa

10.5K 618 58
                                    

La belleza siempre sería una cuestión de perspectiva. O al menos, eso creía mientras estaba viva.

Sabía que, como mi madre, había heredado su belleza exótica.

No había muchas chicas pelirrojas por la región, la mayoría contaba con brillantes cabellos rubios, castaños y negros. Pero como el mío, en el que el fuego podía verse reflejado, aún en la obscuridad, era todo un atributo. Y los ojos azules, idénticos al color del cielo, complementaban un aspecto sobrio y hasta bonito.

Nunca me consideré poco atractiva, pero nada me preparó para lo que vería reflejado en el espejo. Sabía que era yo, de alguna manera, podía reconocerme todavía, pero el color en mis ojos, y la manera en que mi cabello parecía arder en bucles perfectos y sedosos fue arrasador.

Los últimos meses de mi vida, cualquier rastro de belleza habían desaparecido casi por completo. Los kilos que había perdido hacían que la ropa no se ajustara con la misma precisión que antes, que mis mejillas estuvieran hundidas, las ojeras marcaran mis ojos y todo en mi semblante fuera marchito y triste.

Ahora en cambio, cualquier resquicio de aquella depresión pasada no podían verse por ningún lado. Las heridas físicas estaban sanadas, sin una sola cicatriz de mi reciente ataque. Y mis caderas, en cambio, habían recuperado una saludable figura, incluso, estaban más redondeadas, mi cabello brillaba con fuerza, los rizos eran definidos y caían gráciles por mi espalda, y a pesar de estar metida en un vestido roto y sucio, me veía eclipsantemente hermosa.

Mi rostro era otra maravilla.

Donde antes había color llenando mis mejillas, muestra de la sangre fluyendo por mi cuerpo, ahora no había más que un grisáceo tono pálido, pero no por ello menos perfecto. Mi piel era como el mármol, frío y duro, pero en apariencia, completamente libre de cualquier mundana imperfección.

Pero fueron mis ojos, lo que más logró sorprenderme. El color azul en ellos no estaba, ahora reemplazado por un intenso y tenebroso color rojo brillante. Cómo las llamas ardiendo, peligrosas y al mismo tiempo, seductoras.

Cada facción era definida, cincelada, como si estuvieran esculpidas a mano en la porcelana más fina, sin ningún tipo de desperfecto, y aunque mi piel era palida e impecable tenía el aspecto de no haber dormido en años. Las ojeras podían verse todavía, no como antes, pero estaban ahí, muestras eternas de que mi cuerpo ya no volvería a ser el mismo nunca más.

Cuando miré a Carlisle la primera vez, a pesar de estar agonizando, su belleza me atrapó y ahora yo, compartía aquella característica tan sobrehumana. Habría querido decir que me tomó solo unos minutos terminar con aquel minucioso escrutinio, pero no fue así.

Bastaron horas, para que pudiera separarme de aquel espejo, hasta que me sacie de la visión que me devolvía la mirada. Después, lavé mi cuerpo, tocando cada fragmento de piel, admirando quién era yo ahora, y como es que me sentía tan... Normal. Cómo si hubiera estado preparándome para ese momento.

Al bajar, horas más tarde, Carlisle estaba allí, con un libro entre sus manos y el silencio llenando la casa entera. No me imaginaba la soledad que sentiría habitando un lugar tan cómodo, y al mismo tiempo, tan solitario.

Esa era la primera noche que, conscientemente, me encontraba fuera de casa, lejos de unos padres que ya no tenía, sin familia, dependiendo únicamente de mi, y del hombre que había cambiado todo mi mundo. En tan solo dos días, todo era diferente.

Yo estaba muerta. Mi familia también.
Pero ahora era inmortal, sin una sola oportunidad de poder volver a verlos.

—Siéntate— me invitó Carlisle al verme, señalando el sitio a su lado.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora