Amistad Forzada

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Sabía que, desde el momento de nuestro primer encuentro yo misma me encargué de marcar los límites entre ambos. Y era lo que debía de ser.

Tanto como encontraba fascinante estar cerca de él, algo me repelía, un instinto al que no podía dar nombre .

Lo único que sabía, era que no podía permitir que siguiera entrando a mi mente como si fuera suya, metiéndose en el lugar que yo consideraba un santuario. También era plenamente consiente que era su don a tiempo permanente, lo cual volvía todo más difícil. Contrario a mí, que podía utilizarlo solo cuando me viniera en gana.

Así que diariamente, cada minuto y cada hora mi único interés fue bloquearlo de mí ya que, para mí mala fortuna, tenía mucho que esconder en lo referente a él, además de los pensamientos que surgían con cada movimiento que hacía, así fuera el más leve me parecía interesantísimo. Todo en su actitud, en su forma de hablar y moverse era enigmático.

Frente a los demás sólo hablabamos lo necesario, o para hacer feliz a Carlisle, al que nada le habría dado más alegría que tenernos a ambos bajo su techo. Pero lejos de eso, cuando nada relevante sucedía en nuestra rutina, volvía a mí extraña obsesión.

Dedicaba más tiempo del que me gustaría observándole. Sus movimientos sincronizados,  encontrando fascinante cada uno de ellos, casi me causaba gracia que ni siquiera después de la muerte perdiera ese aire caballeroso que seguramente tuvo cuando vivía.

A veces sucedía.

Arrastrar actitudes, pensamientos y toda clase de cosas a la vida inmortal. Convertirse era como renacer, dándote la oportunidad de ser quien quisieras, pero pequeñas cosas, insignificantes en teoría, impedían que te olvidaras que alguna vez tu corazón latió y tu vida estuvo llena de aspiraciones, deseos y dolor.

Yo misma me encontré comportándome muchas veces como lo hacía cuando vivía con mi familia, en una vida y mundo muy ajeno al que me encontré al morir. Pero enterré lo que pude y seguí adelante con los fragmentos de mí que consideré funcionales.

Pero Edward, él tenía tanto de sí mismo. Causándome una duda tras otra. ¿Quién era realmente Edward Cullen? ¿O quién había sido?

Podía apostar toda mi fortuna a que era más que el hijo predilecto de fabulosas habilidades de Carlisle. Debía serlo por alguna razón.

Todo lo que era ahora, la masa de piezas unidas irregularmente, había sido forjada así por un motivo y deseaba descubrirlo.

Si bien era algo reservado en ocasiones, siempre se podía de él conseguir una sonrisa amable o simpática, a pesar de tener una amplia gama de palabras frías y distantes si hacían falta. Estaba volviéndome loca.

Intentaba pensar banalidades o simplemente no pensar nada la mayoría del tiempo, de verdad que lo intentaba, pero era casi imposible entre repartir mi tiempo en sacarlo de mi mente y luchar conmigo misma. Lo cual era sumamente difícil cuando lo encontraba mirándome fijamente, con sus propias dudas surgiendo ante mi actitud esquiva con él. 

Así que, como única esperanza, me refugiaba en Rosalie, la única que siempre se deslindaba de nosotros con sutileza, la misma que disfrutaba de su tiempo a solas, y aunque al principio creí que no aceptaría con tanta facilidad mi compañía, lo hizo.

Desde el primer momento.

Desde aquel día en cuanto atravesé el umbral de su habitación, me recibió mejor de lo que podría haber creído de ella, no sin antes un mirada inquisitiva, seguida de una sonrisita irónica, adivinando el motivo de mis problemas.

Pero sea como sea, me ayudó a poner distancia entre el magnífico y místico recién aparecido y de paso, para conocer más a la que ya consideraba como mi hermana.  Después de todo, resultó ser más parecida a mí de lo que creí, lo que resultó el doble de bien, viniéndonos bien a ambas.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora