El Hijo Predilecto

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Y los días se convirtieron en semanas y estas a su vez, en meses.

Pero la verdad, si era sincera conmigo, era que nunca lo sentí como un plazo a cumplir, simple y sencillamente me dedicaba a vivir el momento sin prisas, porque no las tenía.

Cuando mueres el reloj cronológico deja de correr, y con ello todo lo demás que antes era indispensable y básico para subsistir, como comer, dormir y otras tantas cosas antes de vital importancia son dejadas a decisión de cada individuo.

Casarte, trabajar, estudiar y al final del largo trayecto, morir y dejar el mundo para los demás.

Al morir todo eso podía esperar. La existencia vampírica no era para nada aburrida, por supuesto, pero hacer esas cotidianidades era más como tener un hobbie con el cual pasar el rato. Podrías hacer todo para lo que una persona común necesitaría toda una vida para cumplir e incluso hecho, tener tiempo de más y más.

Por ello, no había ninguna prisa.

Ya no se trataba de algo tan banal como vivir, sino de existir.

Para muchas personas esto podría ser aburrido y por eso mismo buscan darle un giro a sus vidas y vivir de acuerdo a sus propias leyes, pero para otras, que nunca dejan de buscar el secreto de una inmortalidad, sería como un suelo difícilmente concretado. 

Supongo que cuando vivía, podía incluirme en el primer grupo, la diferencia era que yo conseguí el sueño que nunca perseguí.

Y ahora, nunca dejaría este modo de existencia. Lo mejor era aceptarlo, y esperaba que Rosalie lo hiciera pronto.

Aferrada a mi razonamiento, me lo repetía una y otra vez a cada oportunidad, o cuando las ganas de tomar mis cosas y marcharme de aquí crecían, era una inseguridad estúpida lo sabía, pero a veces aparecía y era casi imposible deshacerme de ella.

Por ello buscaba dividir mi atención, y hacer enfadar a Rosalie, platicar o leer con Esme y razonar sobre diversos temas con Carlisle era mi rutina diaria. Una que me sentaba tan maravillosamente como anillo al dedo. Y esa misma comodidad en la que estaba cayendo, hacia un precipicio sin retorno no era del todo mala, pero sí que se interponía en mis planes pasados, los mismos que llevé al pie de la letra durante décadas.

Ningún humano o vampiro se acercó lo suficiente a mí, ya fuera en el ámbito físico o emocional, si alguien me preguntaba, este último era el peor. Y si lo hacían yo sabía bien en qué momento empacar para irme sin mirar atrás.

Pero con los Cullen todo se complicaba, absolutamente todo, no había indiferencias de por medio, ni un pasado que me recordara rencor absoluto, tal vez un poco, pero era más esperanza y comodidad cálida.

¿Quién podría resistir a eso?

A la seguridad que solo una familia te puede dar, el consuelo y apoyo de personas que se preocupan por ti y hace tanto que no sentía nada igual.

Sabía que tardaría otro tanto de tiempo hasta decidir por marcharme, pero cuanto esperaba que ese día no llegara.

Y aunque en apariencia lo tenía todo con ellos, la razón que me ataría aquí todavía se sentía... Dispersa. Lejos de mi alcance, solo confundiendome al no entender porqué los Cullen no alcanzaban a llenar ese extraño deseo de pertenencia por completo.

Era extraño, como si, de alguna manera, estuviera esperando algo y fuera eso lo que me mantenía aquí. Y el sentimiento era fuerte, aún cuando no sabía porqué.

Hasta que él apareció, y con su presencia, más dudas que respuestas.

Parecía ser un día como cualquier otro, sin un aviso previo que nos indicara su retorno, simplemente apareció en la casa, tal como yo lo hice tiempo atrás. Con una aire seguro de sí mismo, pulcramente vestido según lo dictaba la época, con su mirada profunda y ni un poco de remordimiento ante el abandono en sus perfectas facciones.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora