Renacimiento

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El amanecer nos dio la bienvenida al volver. Una vez que mi desesperado y primitivo instinto estuvo saciado, las palabras de Carlisle fueron adquiriendo mayor interés.

Ahora que me encontraba relativamente bien, podía escucharlo con la atención que todas sus explicaciones merecían.
La primera, fue una dura y severa advertencia.

Carlisle no fue gentil al decirme, o mejor dicho, prohibirme estrictamente la salida hacia el pueblo o los alrededores en los que pudiera interactuar con humanos.

Aparentemente, quería cuidar de ellos.
Y yo no pensaba hacerles nada, pero era cierto que nunca, no en este estado, me había encontrado con uno, y si el frenesí que sentí al cazar a aquel indefenso animal fue casi insoportable, no podía imaginarme lo que sería con un humano.

Catalogarlos así, cuando hasta hace poco formaba para de ellos era también sumamente interesante.

La segunda advertencia, fue nuevamente sobre mí, y la aparente fidelidad que debía guardar para con el secreto de nuestra condición.

—¿Debemos ocultarnos cuando el sol salga?— pregunté, riéndome un poco por el cliché en el que mi existencia se había convertido.

—Debes verlo por ti misma— me dijo, reteniendome afuera, mientras juntos esperábamos el amanecer.

El amanecer fue hermoso, acompañado del cantar de los pájaros en las copas de los árboles y de los primeros rayos del sol tocando las copas de los árboles tímidamente. Pero no fue hasta que hicieron contacto con mi piel que entendí.

Yo era magnífica. Y brillaba como nunca.
Como si miles de pequeños diamantes estuvieran impregnados en mi piel, deslumbrantes ante los rayos del sol.

Yo era deslumbrante.

Y cada vez quería conocer más sobre quién se suponía que era ahora.

Básicamente, no podría volver a dormir jamás, ni necesitaría ninguna clase de descanso mundano que no fuera mantenerme bien alimentada. Nunca envejecería, incluso cuando hubiese vivido tantos años como Carlisle, mi aspecto sería eternamente el de una chica de diecisiete años. Además de que, para variar, aparentemente había dotes vampíricos o mejor dicho, dones para algunos.

Si poseía uno, no podía importarme menos. Esto no era lo que yo había deseado, ni ninguna especie de regalo. Mi familia estaba muerta y ahora me enteraba que yo también lo estaba, sólo que irónicamente, seguía existiendo de alguna manera.

Era especial, si es que así quería llamarlo.
Pero tampoco era como cualquier vampiro.

Al ser una recién convertida, o neofita, según el término correcto de Carlisle era el doble de poderosa, y el doble de inestable que cualquiera. Esto se debía a que, básicamente, mi propia sangre, o la que me había pertenecido cuando estaba viva, aún circulaba en mi cuerpo, dotándome de más fuerza que cualquiera.

Pero era una amenaza controlada, o lo sería, mientras no sucumbiera a la sangre humana. Y ese era un camino que yo no quería recorrer. En mi interior seguía habitando la chica ingenua y marginada.

Pero con solo pensar en Adam, la venganza, el dolor y el odio hacían que cualquier riesgo fuera mínimo. Deseaba buscarlo, destrozarlo con mis propias manos y hacerlo sufrir tanto como él a mí.
Había acabado con toda mi familia y con mi propia vida, nadie merecía más el dolor como él, el único problema es que Carlisle aún no sabía que me había pasado pero debía suponerlo.

—Quiero volver a casa, doctor Carlisle— supliqué. — Puede que nadie esté buscándome ahora, pero yo he dejado tanto detrás, no puedo simplemente...

—No creo que sea seguro, Allison— murmuró con disculpa.— Lo siento, pero siendo una neofita, eres demasiado inestable y representas un peligro tanto para los otros, como para ti misma. Además, aún hay muchas cosas que no sabes.

—Doctor Cullen...

—Carlisle— me corrigió, sonriendo cortésmente.— No creo que debamos tener tantas formalidades.

—Carlisle—pronuncié, insegura.— Por favor, no puedo quedarme aquí cuando hay tanto que debo hacer.

A pesar de todo, confiaba en él. Sí, me había sentenciado a vivir toda la eternidad con el dolor de la pérdida, pero no lo podía culpar, además nadie me esperaba realmente en casa, más que mis ganas de venganza y justicia por mi familia.

—No planeo retenerte—me consoló. —Pero debes quedarte aquí, al menos por un tiempo. Te daré una habitación propia donde podrás limpiarte y tener toda la privacidad que necesites para procesar lo que está pasandote.

Sin otra opción, no pude más que asentir.
Él tenía razón, quería pensar, saber que es lo que haría de ahora en adelante, si deseaba continuar con este camino tan sinuoso o quedarme en el medio. Además de que, mi apariencia no debía ser la mejor.

Mis manos y ropa estaban llenos de barro, hojas y sangre. Mi aspecto debía ser espeluznante.

—Entonces ven— me pidió, guiándome por toda la casa, hasta llegar al fondo de un enorme corredor. La habitación no era la misma en la que había despertado.

Esta tenía un gran ventanal, un sofá, libros y un ropero vacío.

—Supongo que el hecho de que no debamos dormir ni comer, facilitará que te cuente todo lo que necesitas saber. Tenemos mucho tiempo, Allison, pero ahora creo que necesitas procesar todo. Cuando estés lista puedes buscarme.

Cuando intentó darse la vuelta, lo sujeté de la mano, quizás sin medir la fuerza que empleé, pues Carlisle se detuvo bruscamente. Todavía era incapaz de controlarme.

—Yo... Carlisle, gracias.

Él sonrió un poco y asintió, aunque no lucía orgulloso de sus acciones. Una parte de mí sabía que nunca podría terminar de entender porque me había escogido a mi, porque decidió darme una segunda oportunidad, pero la la esperanza del futuro, la certeza de que nada me destruiría, me hizo creer que un nuevo renacer era justo lo que necesitaba.

Crepúsculo Encontrarte (En Edición) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora