Capítulo 19.

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"En la bandera de la libertad bordé el amor más grande de mi vida." Federico García Lorca.

***

Con su cabeza acunada entre mis manos, le pego una patada a la puerta de la habitación de Hugo, cerrándola de un portazo que no nos sorprende a ninguno. Me quito toda la parte de arriba nada más estar los dos solos mientras el chico de pelo rapado se quita lo mismo que yo pero también los pantalones.

Me posiciona sobre su escritorio, cerniéndose sobre mí con una necesidad que consume, atrapa. Noto su erección con rapidez y sin pudor entre mis piernas al estarse presionando sin medida alguna mientras nos encontramos besándonos como si fuésemos depravadores; ansiando más y más.

Hugo se separa, baja los calzoncillos hasta sus tobillos y después me quita los pantalones junto la ropa interior. Se posiciona entre mis piernas mientras me besa el cuello, colmándome con sus manos mientras yo le toco con una rapidez que le sorprende. Los gemidos hacen eco en la habitación, pero más aún cuando su cabeza está entre mis piernas o viceversa.

Escucho constantemente el sonido de las hojas arrugándose sin parar y como se caen ciertas cosas al suelo, a las cuales no les damos importancia. Deja de tener su cabeza entre mis piernas y me besa con deseo, calentura; noto su erección calentarme la zona interior del muslo mientras sus manos se aferran con fuerza a mis caderas y yo paso con rapidez mis uñas por su espalda.

Cuando está a punto de penetrarme, le paro haciéndole retroceder con una mano en su pecho. Hugo se queda estático por unos segundos sin comprender el motivo por el que le he parado.

-Sin condón nada, Hugo.

Le miro y tiene el iris dilatado, sus labios rojos e hinchados como nunca antes había visto. Asiente con rapidez y corre hacia su camilla, saca un preservativo y rompe el envoltorio con los dedos, tendiéndomelo para que se lo ponga.

Al acabar, me abre más las piernas y escucho su respiración recaer con pesadez sobre mi nuca mientras me masturba de nuevo. Me penetra con dureza y de un golpe a pesar de ser su segunda vez, aún así, disfruto ese simple hecho.

Soy consciente de que no estamos haciendo el amor porque esto es simplemente el polvo de reconciliación tras haber estado todo este tiempo sin hablarnos y en una situación que podríamos haber hablado antes si hubiésemos pensado mejor las cosas.

La cadera de Hugo se mueve con rabia y fuerza, provocando que largue varios quejidos en voz baja y mis uñas se claven continuamente en su espalda. Escucho de lejos el eco de sus jadeos cuando me pierdo, por cuarta vez en mi vida sexual, en el orgasmo.

-Veo que has llegado por primera vez desde que estás conmigo - me dice tras haberse venido.

Estamos tumbados en su cama hecha, recuperando la respiración.

-Sí - asiento y me posiciono de lado, cubiertos por una manta sobre la cama -, y mira que es difícil.

Él me sonríe, se acerca para besarme y cierro los ojos.

-Me alegro - susurra sobre mis labios, besándome después.

Nos quedamos abrazados por un largo rato en el que nos dormimos y, cuando me despierto, son las cinco de la tarde y no hemos comido. Me pongo en pie, vistiéndome mientras Hugo duerme largando algunos ronquidos.

Tras haberme vestido por completo, recojo las cosas que hay tiradas por el suelo para cuando escucho a Hugo pronunciar mi nombre. Miro sus ojos marrones somnolientos y esbozo una media sonrisa, acercándome para besarle castamente.

-¿Te vas ya? - su mirada se posa en las hojas. Asiento - No te vayas.

Sus labios impactan con mi cuello, devorándolo con unos besos que me colman y hacen que ponga los ojos en blanco debido al gusto que me da. Una de sus manos baja al filo de mi jersey, tanteándolo para empezar a quitármelo.

-Hugo, no - me separo de él, riñéndole con el dedo como si fuese una profesora.

Él me sonríe somnoliento.

-Por favor, uno rápido...

Niego con la cabeza.

-Joder con el niño, y hace nada ni lo habías hecho - murmuro divertida, poniéndome las zapatillas a la vez.

Puedo ver de reojo la erección, que está al aire, de Hugo; aún así, me pongo el pie y beso sus labios castamente para ir abajo a por mi bolso y chaqueta e irme.

-¿Seguro que no quieres? - sale de su habitación justo cuando estoy a punto de salir. Se ha puesto los calzoncillos.

Niego con la cabeza divertida.

-No - le lanzo un beso - ¡Adiós, Hugo!

Hugo.

2 meses y medio después...

Entro a casa, cerrando tras mí la puerta principal y dejando caer la mochila en el recibidor para ir corriendo a la cocina y poder comer después de este largo día.

-Hugo, hazme el favor de coger tu mochila y llevarla a tu habitación - mi padre entra en la cocina con el delantal puesto. Resoplo, qué pereza -. Hugo...

-Ya voy, ya voy... Qué pesado.

Tras haberla dejado, vuelvo de nuevo a la cocina y esperamos los dos a mi madre, que a los quince minutos viene de trabajar. Con una sonrisa, besa a mi padre y después a mí en la mejilla.

-¡No sabéis lo contenta que estoy!

Mientras ponemos la mesa ella y yo a la vez que mi padre se encarga de cocinar, los dos la miramos asombrados debido a la alegría y efusividad que desprende desde que ha entrado en casa, cosa que por la mañana no era así.

-¿Te han subido el sueldo? - pregunto yo, sin saber el por qué de su alegría.

-Que va, para nada - me guiña un ojo y se marcha corriendo hacia el recibidor a por su bolso.

-¿Y ella sí que puede dejarlo ahí, no? - le reprocho a mi padre, que me ha hecho recoger mi mochila de ese lugar y a mi madre no le dice nada.

-Pero es que ella lo recoge - me apunta con una cuchara de madera.

Mi madre vuelve agitando unos papeles en su mano con otra sonrisa, tomamos asiento y mi padre nos sirve.

-¿Qué es?

-Podemos hablarlo después de comer, si os parece.

Mi madre niega con la cabeza.

-Que va, que va, que va. ¡No! - me entrega los folios - ¡Te han aceptado en la universidad de Salamanca, Hugo! ¡Esto no merece esperar para después de comer!

-¡¿Qué, enserio?!

Mi padre pregunta sorprendido, dejando la olla y corriendo hacia mí para abrazarme mientras me da la enhorabuena. Una alegría inmensa se instala en mi cuando leo los papeles en los que me admiten en la universidad, pero rápidamente la sonrisa se borra de mi rostro.

Estaré casi en la otra punta de España, lejos de Melissa.

A pesar de eso, me alegro realmente por tener la oportunidad de estudiar en la universidad de Salamanca, una de las más buenas de España. La comida pasa entre planes de futuro, risas y comentarios nostálgicos por parte de mis padres cuando se dan cuenta de que en menos de un año estaré ya en la universidad.

Sentado en mi escritorio mientras miro mi ordenador, deslizo mi dedo sobre el ratón y doy doble clic sobre el icono de Google Chrome, accediendo al instante y escribiendo en la barra: "¿Cuánta distancia hay entre Salamanca y Córdoba?". Lo primero que me sale es que en coche hay 515'4 km, lo cual hace que me ponga triste al pensar que tendré a mi novia tan lejos.

Y, lo peor que viene ahora, es que tendré que contarle que por septiembre ya no estaré en Córdoba, que solo podré hacerle el amor, besarla y tener citas con ella en las vacaciones. Realmente me deprime saber que estaré tan lejos de ella.

Tú,  Hugo. [Parte 3]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora