Veinte

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Viernes por la tarde
El presente y sus daños

Salir a la calle la había tranquilizado,, no lo suficiente para olvidar la joya de sus padres, pero si lo bastante como para dejar de llorar. Pensó en que no tenía algo más para recordarlos, el collar era de su madre y su padre lo había grabado especialmente para ella. Era único y especial, lo era mucho más para Elsa.

Su rostro se sentía reseco por las lágrimas derramadas de hace unos minutos. Pero las vitrinas de las tiendas en las calles de Manhattan lograron des estresarla. La pusieron de mejor humor, aún hervía de furia contra Jessie, pero ya no había lágrimas. Cuando paso por una boutique para niños, vio un precioso vestido rojo, largo y adorable. A la mente se le vino Ross. Estaba segura que la niña quedaría perfecta en un modelo así.

Así que lo compro, así su adorada Ross estrenaría algo adecuado para la fiesta de su ascenso. Pero también recordó a su dulce Alex y decidió llevar también un conjunto para el. Camisa azul, pantalones caquis... Hermoso. Lucirán encantadores frente a las miradas de la prensa.

Llego a casa a las cinco de la tarde, más o menos, y su departamento ya estaba todo listo. Habían menos personas y había que esperar a que llegarán los invitados, además, gracias al cielo, Tooth ya se había marchado. Elsa suspiro de gusto cuando encontró a Gogo, Merida y los niños en la sala. Al entrar le sonrieron y ella también lo hizo.

—Hey, chicos —saludo cuando los vio correr a su dirección. Alex y Ross se abrazaron a sus piernas, Elsa los abrazo por los hombros. Y respiro profundamente, había algo que los niños lograban en ella. Una parte que ella creía muerta, resucitaba con la sonrisa de Alex y la ternura de Ross.

—Elsa, lo sentimos mucho. Nosotros no teníamos idea y...

—Alto —murmuro Elsa, negando suavemente con su cabeza, se puso de cuclillas frente a Alex, dejando de lado las bolsas de ropa, y lo miro con una expresión serena —. No es tu culpa, ni de Ross. Ni su padre puede controlar a Jessie, mucho menos ustedes.

—No podemos evitar sentir culpa, Elsa —dijo Ross, con la mirada baja y un puchero en sus labios rosados. Elsa le alzó la barbilla con su mano y le sonrió con tranquilidad. Ignoro olímpicamente las miradas de sus amigas, quienes no daban crédito a la escena que tenían frente a sus narices. Mucho menos que la protagonista fuera Elsa.

—Hey —la ánimo —. No tienen porque sentirse así. Yo no los culpo, niños —suspiro con cansancio —... Ni siquiera a Jessie. Digo, esta dolida.

—Eso no le daba ningún derecho.

—Yo sé, Alex. Y quisiera olvidar los sucesos de esta mañana. ¿Qué dicen?

—De acuerdo —. Ross frunció los labios en una pequeña línea rosada, Alex asintió y Elsa se puso de pie con algo de pesar.

Merida le sonrió desde el sofá y, Elsa, inmediatamente tomo asiento en medio de las dos. Gogo le dio una palmada en el hombro y Merida la abrazo por los hombros. La pelirroja sabia lo valioso que era para Elsa ese collar. Lo sabia desde que eran amigas de preparatoria y Elsa no dejaba que absolutamente nadie lo tocará. Siempre decía que era su posición más preciada y no por su valor monetario, era su valor emocional lo que la hacia la joya más valiosa y bella en el mundo.

—Quizá podamos recuperar la.

—No lo creo, Gogo. Jessie la vendió, ella es la única que sabe quien la tiene. Además, no sé cuánto le pagaron por ella y lo más probable es que ya se lo haya gastado todo.

—Oh, linda —murmuro Merida con pesar. Elsa se limpio las lágrimas antes de que pudieran salir más y respiro hondo.

Miro a Merida que estaba a su derecha y con una sonrisa, algo nostálgica, le acarició la barriga abultada.

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