Treinta Y uno

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El mal cubierto de buenas intenciones
Presente.

Aeropuerto de New York.
7:50 am.

Jack salio por las puertas automáticas del lugar, apretó el manubrio de su maleta con coraje, aún hervía de cólera contra todo y todos. Ni siquiera fue capaz de disfrutar el aire de New York y el olor a mediados de otoño en el aire. Lo único que sentía era furia y un extraño calor dentro de si, como llamaradas. No espero a Hipo quien corría detrás de él, tomó un taxi velozmente y guardo la maleta en el maletero. Hizo caso omiso a los gritos de Hiccup y subió al auto amarillo. Le indico el destino al taxista, rumbo a la comisaría de Brooklyn y este se puso en marcha.

Miro por la ventana y la ciudad matutina lo recibió. Pero tampoco encontró belleza en aquel precioso paisaje, al contrario. Desde la muerte de Aurora Nueva York le parecía un lugar vacío y apagado, eso lo puso nostálgico. Volvía a pisar la ciudad que lo vio adorar a Aurora, la ciudad donde dos de sus hijos nacieron, sin embargo no podía disfrutar de la vista o del clima porque todo en lo que pensaba en esos momentos era en Jessie. Jessie sola de noche, Jessie en Brooklyn, Jessie en una fiesta, ¡Jessie en una celda!. La furia le recorrió cada centímetro del cuerpo.

Su teléfono sonó al estar a mitad de camino, eso lo hizo estremecer. Jack suspiro con fastidio al ver el nombre de Gabriel Agreste en la pantalla de inicio. Bien sabia que eran malas noticias, eso era Gabriel, el portador de las malas noticias en la vida de Jack. A la mente se le vinieron dos cosas. La primera; algo andaba mal con sus acciones o con los ejecutivos, o la segunda, y la más probable; Jessie había involucrado en su pequeño show de ayer a Adrien. Eso era lo más seguro.

Sin tener opción contesto;

—Agreste, me tomas en un mal momento —contesto.

—Ya lo creo —dijo el hombre del otro lado, Jack notó la burla en su tono casi inmediatamente —. Quiero decir, tú vida ya nunca tiene momentos buenos. Aunque no llamo para recalcar eso.

Jack apretó los dientes. No era el momento para hablarle así. Ahora que no estaba de humor para aguantar a nadie. Mucho menos a un ser tan despreciable como Gabriel.

—¿Cuales son las malas noticias esta vez?

—¿Por quien me tomas? —río el hombre con desdén —. Solo quería avisarte que tú hija ya no está en la comisaría, desde ayer en la noche. Como verás, la dulce Elsa tiene un corazón bastante blando.

—Demonios —musitó pasándose las manos por el cabello, puso su mano en la bocina del celular, para que Adrien no pudiera escucharlo —. De la vuelta, por favor, vamos de nuevo a Manhattan.

El taxista asintió no muy contento. Pero temeroso de reclamar algo, le pareció que el peliblanco era un hombre de cuidado y le imponía miedo inevitablemente. Así que se limitó a hacer su trabajo.

—Ahora entiendo —murmuro Jack con molestia —. Me imagino que el motivo de tu llamada es porque arrastró a Adrien a todo esto ¿o me equivoco? —Jack se apretó el puente de la nariz, estaba cansado, enojado, harto.

—No te equivocas, por desgracia. El motivo de mi llamada es aún más simple; o te encargas de que tú hija no vuelva a contactar a mi hijo, o me encargo yo.

A su petición, Jack hirvió. No pudo creer que le llamara para esas tonterías. Estaban en pleno siglo 21 y el hombre quería imponerle ese tipo de amenazas. Jack apretó el teléfono celular en su mano, guardo silencio un momento, porque quería contenerse lo más que pudiera.

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