Capítulo 41

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El día siguiente recibió una sorpresa para nada agradable, Angie estaba en sus clases de protocolo. Según parecía, Ángela iba a pasar una buena temporada en el palacio y querían adecuarla al mundo de la realeza. La muchacha no parecía desagradable, la verdad intentaba entablar una charla cada vez que tenían un poco de privacidad, pero Gabrielle se rehusaba tajantemente. No era que quisiera ser grosera, sin embargo su voz y sus actitudes no podían salir de otra manera; ni aunque quisiera.

- Me encantan tus zapatos – comentó Angie alguna vez.

- ¿Los quieres? – preguntó Gabrielle, intentando ocultar su aversión –. Si no tienes más, puedo darte los míos.

- No... – emitió una sonrisita tan evidentemente falsa –, no princesa. Tranquila, no me refería a eso – a pesar de la dulzura de sus palabras se podía escuchar la hostilidad.

El hombre que les daba etiqueta y modales, Oliver Cloves, era un señor que había pasado décadas trabajando con dirigentes y funcionarios de todo el mundo. Les enseñaba las maneras correctas de hablar; cómo dirigirse a los distintos públicos, multitudes, presidentes de otras naciones, miembros de un parlamento o concejo; expresión corporal y manejo del espacio; comportamiento en cenas, reuniones, debates, ruedas de prensa y todo en lo que alguien les pusiera algo de cuidado. Por poco y les enseñaba la manera correcta de doblar el papel higiénico para limpiarse el trasero.

En la tarde casi deseó estar en la clase de protocolo. Las reuniones con los ministros eran agobiantes. Los temas le interesaban, pero eran un embrollo. Le contaban mucho, pero no lo suficiente. Todos evitaban el tema de la guerra, ninguno parecía saber mucho de esta. Era como si el rey estuviera escondiendo la información relevante, Gabrielle tuvo la certeza de que así era. Sólo unos pocos conocían lo que en verdad estaba pasando entre Lempen, Nueva América y el verdadero responsable de los atentados en el interior.

A las seis estuvo libre y se cambió de ropa. No le importaba si no era la ropa apropiada de una princesa, había pasado toda una mañana rodeada de la palabra apropiado y estaba cansada. Se puso unos jeans desgastados que tenía antes de convertirse en princesa, una blusa negra ajustada y sus tennis estilo convers. De las pocas cosas de antes de los terremotos que habían vuelto a hacer, junto con los iPods. Se cogió el cabello en una coleta alta y le pidió perdón mentalmente a Julia por desbaratar el hermoso peinado que le había hecho en la mañana.

Se encontró con Roberta, Roger y Ángela en la puerta del comedor. De inmediato deseó no haber cambiado su ropa. Ángela se veía hermosa con ese vestido azul. Su cabello también iba recogido en una cola de caballo, pero le habían hecho rizos que le caían sobre la espalda de una manera ridículamente perfecta. Sin duda se ayudaba del maquillaje, pero lo que había debajo también parecía muy hermoso. Cabello dorado y vestido azul, los colores del país. Detestó que le quedaran tan bien.

El día patéticamente aburridor pronto se tornó en el día patéticamente asqueroso. Edward se había enterado de la traición de Kat y ahora la tenía que defender también de él. Le había dicho a su amiga que le contara la verdad a ellos, pero nunca pensó que fuera ella la que llevara del bulto por hacer lo correcto. Nadie parecía entender que hubiera perdonado a Kat, nadie parecía entender por qué todavía le hablaba y nadie parecía entender por qué era que la seguía protegiendo.

Micah era uno de los que tampoco la entendía. Habían estado recobrando algo de su amistad, porque a veces hacía cambio con alguno de sus guardias. Él guardaba sus distancias, pero la conversación era fluida, como antes, cuando tenían su noviazgo en el colegio. Sin embargo ni él entendía que hubiera perdonado a su amiga.

- Yo no podría – le dijo. Estaba reemplazando unos minutos a Naranjo mientras que llegaba otro guardia que cuidaría de su habitación.

- Nadie puede. Todos quieren que le deje de dirigir la palabra, que la trate como a una paria, pero ya la perdoné.

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