Capítulo 11

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Al terminar el beso, trató de poner su frente contra la de Micah. Quería sentir aquella misma paz que había sentido con Eric. Quería hacerle saber a su corazón que era un error. Ella quería estar con Micah, con nadie más. Grace tenía que estar con el niño que le había gustado desde siempre. No Eric. Eric estaba lejos, Eric la había dejado. Micah, Micah, se repitió. Pero su intento fue en vano. No sentía paz, sólo tristeza. Separó su frente al entender que era un intento sin sentido, sin propósito. No obstante, no tuvo el coraje de decirle a Micah que no quería estar con él. Ella simplemente pensó que si se repetía suficientes veces que era Micah quien le gustaba, ella se lo iba a creer.

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A las ocho de la noche Grace estaba sentada con su familia, cenando. A pesar de las protestas de Jocelyn, Françoise hablaba de los nuevos atentados. El alcalde de Hartstown ya empezaba a pensar que era hora de contraatacar. Grace tembló al oír la decisión y fortaleza de su padre. Su papá no podía apoyar la guerra. No ahora. No podía traicionarla de esa manera. ¿No lo entendía? ¿Todos esos aristos que serían obligados a ir a la guerra sin poder oponerse? Familias completas destruidas. ¿No pensaba en ello? ¿En ella?

¡Pero por todos los Reyes! ¡¿En qué pensaba Grace?! ¡Sus padres no sabían! Ella estaba sola. Quiso estar con Eric en el Invernadero, pero reprimió el pensamiento. Aunque no pudo evitar seguir pensando en la cueva de rosas. Sí, allí habría estado sola, pero ese lugar era bueno para ella. Al menos allí había lugar para esperanza.

Por poco lo olvidó, y ella no quería ir, pero después de oír a su padre apoyando la guerra no tuvo otra opción: tendría que ir a encontrarse con Edward. Intentó convencerse de que Edward no le tenía una trampa. No, era imposible. Edward dijo que lo hacía por Eric, y ellos eran muy buenos amigos. Eran tan amigos como Kat y ella. Grace también le habría hecho un favor a Edward si lo hacía por Katarina.

El primer paso de su plan consistía en arrumar sus almohadas y sus peluches debajo de sus cobijas para que pareciera que ella estaba ahí durmiendo. Al principio parecía un montón de bultos sin separación. Grace movió su conejo Orejón de las piernas a los brazos y un cojín de la cintura a la cabeza. Palmeó las cobijas con fuerza y al fin quedó una réplica aceptable de su cuerpo durmiente.

Grace se puso una camisa holgada negra, unos pantalones de chándal negro y sus zapatillas para correr. Iba a correr hasta la casa de Edward, quien vivía a unas diez cuadras de allí. Una vez hacía mucho tiempo había ido a hacer una tarea en la casa de Edward con otros tres compañeros. No recordaba exactamente cuál, pero tenía una vaga idea de la fachada. En la entrada había un escudo con un águila en él. Por el momento Grace no tenía que preocuparse por la casa de Edward, tenía que preocuparse por su casa.

¿Cómo iba a salir de allí? Primero bajó sin zapatos hasta la sala. ¿Y ahora? En la calle había dos guardias que se encargaban de proteger la casa, porque su padre estaba allí. Tal vez podría salir por una de las ventanas laterales. La que quedaba en la biblioteca estaba particularmente cerca de un árbol. Si podía llegar allí, tendría medio camino ganado. Y ella era una aristo; si corría lo suficientemente rápido, no la iban a pillar. No obstante los guardias también eran aristo. Lo que significaba que tenían mejor vista que el resto.

Iba para la biblioteca, pero un ruido allí le hizo devolverse y esconderse detrás de la escalera, en el pasillo que llevaba hacia el patio. Su papá estaba saliendo de la biblioteca. Menos mal no había entrado allí. Françoise tenía el celular en su mano y hablaba en voz muy baja. Detrás de él salió su mamá. Grace apenas y podía verlos sin que ellos la notaran. Su mamá estaba preocupada, casi al borde de las lágrimas y su papá estaba enojado, aunque su voz no lo dejaba entrever.

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