Capítulo 40

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Eric la acompañó hasta su habitación. Allí la esperaban dos guardias, Naranjo y Linares. Sin importar el público, Eric la aprisionó contra la pared del pasillo y la besó... de una manera impropia para un caballero y una dama. Gabrielle vio de reojo que los guardias se giraban para darles privacidad. Cuando Eric se separó, ella quiso más.

- Te amo, Gabrielle. Eres más de lo que siempre imaginé.

- ¿Qué se supone que tengo que decir, Eric? Todos me dicen que siempre digo lo que se tiene que decir, pero llegas tú, me dices todas esas palabras y de inmediato mi cerebro se bloquea.

- Puedes decir que me amas.

- Sí, pero quiero decir una frase como la que tú dijiste.

- Es mi libro, puedo monopolizar las buenas frases.

- Es mi vida, soy la princesa y tu novia. Dime qué decir.

- Di: "Eric, creo que siempre te tuve miedo porque en realidad temía enamorarme de ti".

- Ahora no lo puedo decir, porque tú lo dijiste.

- La verdad me gustó mucho el discurso del cerebro bloqueado – rió él, y ella puso los ojos en blanco.

- Te amo, Eric. Nos vemos en unas horas.

- Contaré cada segundo.

- Yo también. Cuídese señorito, no sea que se pierda en los pasillos del palacio – bromeó ella.

- ¿Perderme sin usted, alteza? No sería divertido – respondió, le besó la palma de la mano y se fue.

Gabrielle esperó hasta que él giró en la esquina para lanzar un gran suspiro, que probablemente escuchó con su oído aristo. Se quedó unos momentos allí, pensando en él y en la noche. Se abrazó a sí misma por la cintura, ese sentimiento en su interior le hinchaba el pecho y le hacía arder las mejillas, también la dejaba sin aire y le dolía en los huesos. A pesar de todo era una tortura dulce, hermosa y placentera.

Quiso poder contarle a alguien, a Kat. Ahí su burbuja se rompió. Se apresuró a entrar en su habitación para arreglarse, ir a desayunar y reunirse con Roberta; sin embargo a ese paso no lograría estar lista a tiempo. Nunca le había dado órdenes a otra persona que no fuera Julia, aunque esas eran más como peticiones. Abrió la puerta, e inseguramente, le habló al guardia de apellido Naranjo:

- ¿Podrían traerme algo de desayunar, por favor?

- Claro, alteza. ¿Qué desearía?

- Lo que sea, pero que sea mucho – el guardia le sonrió. Se veía amable, así que se atrevió a preguntar –. Naranjo, ¿cuál es tu nombre de pila y el de Linares?

- Daniel, es el mío. Y el de mi compañero es Kevin.

- Voy a tomar una ducha, así que el desayuno puedes dejarlo en la mesita de la sala. Muchas gracias, Daniel.

Para Gabrielle era importante no ser vista como alguien que veía a los guardias como parte del mobiliario. Quizá eso haría que los guardias la quisieran más y sería mucho más difícil que alguno de ellos cometiera traición hacia ella. Sin embargo no era sólo eso, sus padres le habían enseñado a tener modales.

El baño fue rápido, aunque no pudo evitar pensar en Eric, en sus cuerpos juntos. El desayuno también fue aprisa. Julia la acompañó mientras se comía sus huevos revueltos con tostadas y chocolates, y una porción de frutas. Julia le secó el cabello, se lo dejó liso y le puso un par de horquillas en el cabello para no verse muy arreglada. Gabrielle le pidió que la maquillara un poco, para que relucieran sus ojos. Al final ella se veía casi de diecinueve o dieciocho, más madura y más hermosa que el día anterior. La sonrisa en su rostro era más grande. Además el vestido gris combinaba con sus ojos de acero, la tela era satinada, se ajustaba en la cintura con un lazo, caía en capas hasta un poco debajo de la rodilla, dejaba los hombros descubiertos y una rosa gris le tapaba la gaza sobre la herida. Sus tacones negros eran de tiras y se veían muy delicados.

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