Capítulo 24

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Subieron corriendo hasta el quinto piso. Se sentaron en una banca a descansar. En las ventanas empezaba a golpear la lluvia. Aunque no estaba haciendo frío Gabrielle sintió que el frío en sus huesos se apoderaba cada vez más de ella. Sus dedos seguían entrelazados con los de Eric. Se dio cuenta que era el mismo banco donde se había sentado con Micah en la mañana y recordó su enojo, y el dolor.

- Vi a Lord Camp – dijo Gabrielle tratando de olvidar ese momento con su guardia –. ¿Por qué Edward no está aquí?

- Él vino, cuando tú no estabas.

- Es una lástima. No sabes cuánto lo extraño.

- ¿Extrañas a Edward? – Eric se rio, pensando que había sido una broma. Paró cuando se dio cuenta que no era así –. ¿De verdad lo extrañas?

- Nos hemos hecho buenos amigos. ¿No te lo dijo?

- No. Como tú no me dijiste que eras aristo.

- ¡Cállate! – susurró.

- ¿Es secreto?

- Sí, claro. Como lo tuyo. Edd me ha estado ayudando para ocultarme, salimos todos los martes y jueves a las doce de la noche. Y ha estado saliendo con Kat, desde hace un mes.

- Espera... No es cierto. Tú no le caes muy bien a Edward. ¿Y desde cuando le llamas Edd? – Eric estaba confundido, pero un poco celoso del apodo.

- ¡Claro que le caigo bien! Además, ¿cómo quieres que te diga? ¿Rich? Eso es de Richard.

- Después hablamos de mi nombre. ¿Cómo así que Edward ha estado saliendo con Katarina?

- ¿Es tan impensable? Kat puede ser un poco imprudente y bocona a veces, pero es una muy buena persona. Es linda, también.

- Sí, pero... Edward, él no debería. Él nunca ha estado con una chica por más de una semana.

- Tal vez está cambiando.

- No lo creo.

Él se mantuvo callado por lo que parecieron segundos, reflexionando. Gabrielle quiso pasar sus dedos por el cabello largo de Eric. Nunca lo había visto con el cabello tan largo. Estuvo celosa de lo sedoso que se veía su cabello negro. Y sus ojos eran como esmeraldas. Y su boca tan rosada y delineada. Los incipientes vellos naciendo en sus mejillas y su quijada. Gabrielle suspiró, tan fuerte que Eric la vio extrañado.

Cuando ella recibió la luz de esas grandes joyas que estaban incrustadas en sus globos oculares, no pudo resistirlo más y pasó sus dedos por el cabello de Eric. Sí, era tan sedoso como se veía. Pasó su mano por su mejilla, esta vez la superficie era rasposa. Él puso su mano en la nuca de Gabrielle y se besaron. Era la cuarta vez que se besaban, pero la primera que podían estar tan íntimamente y tanto tiempo.

- Mi padre no estaría de acuerdo con esto – susurró al separarse. La reina había muerto esa mañana y se sentía culpable por estar besando a Eric.

- ¿Por?

- La reina murió. Ella era... – Gabrielle quiso decirle quien era, pero se quedó sin palabras. Eric completó su frase.

- Una muy buena dirigente.

- ¿Entonces por qué estás en contra de la monarquía? – espetó.

- No estoy contra estos reyes, pero este régimen está acabado. ¿Por qué se empeñan en mantenerlo? No tienen herederos. Y si los tuvieran, ¿quién dice que no será un mal rey? Deberían darle la oportunidad al pueblo de escoger.

- Hay gobernadores, alcaldes, la cámara de los comunes. Esos se escogen democráticamente.

- ¿Los vas a defender hasta la muerte?

- Sí.

- Pero sabes que la monarquía está a punto de llegar a su fin. Hoy murió la reina. Aunque el rey podría casarse de nuevo, tener un descendiente.

- ¡Él no se va a casar! – replicó Gabrielle. Era como si le pidieran que los colores del cielo cambiaran. Ella no quería que nadie llenara el espacio de su madre, por más egoísta que fuera para con el rey.

- Si quieren continuar con el mismo régimen, sería lo mejor. Al menos ir buscando la manera para cambiar a un régimen presidencialista, asegurar la estabilidad política del país.

- No hablemos de eso – pidió. La charla le recordaba que algún día tendría que dirigir el país.

Paseó con Eric hasta las diez de la noche. Caminaron por los jardines y recorrieron partes del Palacio que Gabrielle no había visto todavía. No volvieron a hablar de política o de la reina. Ella le pidió que le contara sobre la vida en Yacar, después de todo iba a ser su hogar de ahora en adelante.

Eric había llegado al mejor colegio privado en Yacar, y había hecho todo lo que quería hacer desde un principio. No volvió a jugar basquetbol. Se involucró en un grupo de escritura, y secretamente en un colectivo estudiantil asociado al Partido Republicano. Había estado participando en todas las marchas y protestas en las que había podido sin que su mamá se enterara.

- ¿Has tenido novia? – preguntó Gabrielle, pero Eric no contestó. Ella repitió la pregunta.

- Sí. Una o dos, o tres – murmuró.

- ¡Estás bromeando!

- No. ¿Pero qué se supone que hiciera? Edward siempre me decía que estabas con Micah.

- No estuve con él todo el tiempo y terminamos hace poco. Edward me dijo que no lo utilizara más.

- Claro que él quiso que terminaras con Micah.

Gabrielle no supo qué significaba aquello, se sentía demasiado celosa de las novias de Eric. ¿Tres novias? ¿Tres? No tuvo tiempo de replicarle porque Roberta fue a buscar a su hijo y ellos tuvieron que separarse. No se cohibieron por Roberta y se despidieron con un beso que los entusiasmó a ambos. Se abrazaron por otro rato mientras la jefa de la oficina de Medios carraspeaba. Se soltaron y ella quedó sola en el jardín. Pasó un rato allí, viendo las luces de la ciudad.

Se dirigió al salón en el que se encontraba en piano. Quería tocar para poder traspasar todo aquello que había pasado en esos días hacia el instrumento. Pero ante el piano estaba sentado el Rey. Con su dedo índice saltaba entre las teclas. El himno de la alegría de Beethoven. Gabrielle se acercó a su padre y le hizo los acordes con la mano izquierda y otro acompañamiento con la derecha. Cuando Médéric se detuvo, ella también lo hizo. Se recostó en el hombro de su papá y los dos exhalaron.

- No puedo creer que ya no está – susurró su papá.

Ella lo entendía. Toda su vida había deseado con todo su conocer a sus verdaderos padres y a los reyes. Y resultó que siempre fueron uno solo. Lo que le había dicho a la reina antes de la cirugía había sido verdad. Ella quería haber tenido la oportunidad de amarla. Decidió que no sería así con su papá.

- No me dejes sola – le susurró. Gabrielle había cogido sueño allí con su papá.

- Nunca otra vez.

Se durmió recostada en su papá. Era cálido, cómodo y se sentía tan protegida como cuando estaba con Eric o Edward.

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