Capítulo 36

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Faltando diez minutos para las once la mandaron a llamar. Richie y Osvaldo venían por ella. Su tía la tomó del brazo bueno y la ayudó a caminar hacia la plaza, su madre iba atrás y en algún punto mientras iban al primer piso Françoise se les unió. Todos estaban tensos, así que ninguno habló. En la plaza había una tarima que habían construido esa misma mañana. Hombres del ejército y de la policía custodiaban los alrededores, la seguridad era máxima, Gabrielle entendía el temor de su padre.

No entendía nada de lo que gritaba la multitud, pero no era hostil, no en su mayoría. Su corazón latía tan fuerte que opacaba la ruidosa muchedumbre. Su padre la estaba esperando en las escaleras para subir a la tarima. Tenía un traje azul oscuro, corbata amarilla y su corona dorada brillando en su cabeza. Gabrielle nunca lo había visto con la corona en persona. Se veía menos infantil. El poder de la corona, sabía qué pasaba cuando se tenía ese pedazo de metal en la cabeza. El peso era insoportable, le quitaba a la persona toda espontaneidad.

Le dio a su padre su brazo bueno para poder subir la escalera. Vio hacia atrás, Françoise le sonreía y Jocelyn le alzaba un pulgar. Estaba tan elegantes y formales como cuando ganaban las elecciones. Lucrecia estaba más arreglada que nunca, eso no le debía gustar para nada. En la tarima estaban algunos Lords. Lord Camp y su familia estaban allí. Eric estaba entre Roberta y Roger. Verónica Orjuela estaba con su papá, el ministro de seguridad y guerra. Los otros miembros del gabinete también se encontraban allí, la secretaria general de la UNINAS y una gran parte de Hartstown conmocionada por estar entrelazando brazos con el rey.

Había dos sillas, réplicas de los tronos, pero más pequeñas. El rey guió a Gabrielle hacia el asiento que antes ocupaba su madre Hélene. Las personas callaron y aspiraron, como si fuera su último respiro; todos prestaron atención. Gabrielle se sintió más pálida que nunca, ya no sentía tantas fuerzas como esa madrugada cuando había sentido que no aparecer era un acto de rendición.

Su padre la dejó y se acercó al atril en el cual ya había unas hojas. Se puso sus gafas con el ritual conocido y aclaró su garganta. Saludó a sus súbditos, habló un poco de cómo iba la guerra y de las políticas internas de seguridad que se estaban ejecutando. Después pasó a hablar de lo que había ocurrido en la madrugada.

- El objeto del atentado fue mi hija Gabrielle – Médéric miró de reojo a su hija –. Fue herida en el hombro y gracias a la acción rápida la bomba no explotó en el interior del Palacio.

Las personas empezaron a hablar entre ellos. No entendían nada de lo que él decía. No se suponía que así iba a pasar todo, se suponía que él iba a explicar brevemente y en la página web del Reino saldría un comunicado con todos los comprobantes nacionales e internacionales en los que se verificaba que ella era Gabrielle.

- Gabrielle, ven aquí – pidió su padre. Se levantó de la silla y se acercó al atril –. Ella es mi hija y de Hélene, la Reina. Su nombre es Océane Gabrielle White, Princesa del Reino de Nueva América. Futura Reina de esta gran nación.

A continuación el Rey le dio la palabra a la secretaria general de la UNINAS. Ella dio su palabra y leyó documentos firmados secretos de lo que había pasado los meses posteriores al accidente. Luego Françoise y Jocelyn tuvieron oportunidad de hablar. A pesar de ser una multitud las personas mantuvieron el silencio, estaban sin palabras mientras que se presentaban las pruebas. Roberta también habló, habló de la existencia de documentos secretos en los que se evidenciaba la contratación de seguridad para ella y acuerdos de confidencialidad para ella y otras personas que incluían varios doctores, miembros de la UNINAS y guardias reales.

Por último, el rey volvió al atril y llamó a Gabrielle de nuevo. Roberta le pasó a su padre una caja en madera que le era conocida. Gabrielle respiró profundo un par de veces al caminar. Se hizo delante de su padre y él tomó la corona plateada, él también se veía nervioso, pero sólo si le veía firmemente a los ojos. Controlando el temblor de sus manos, el rey le puso la corona a la princesa. Esta caía perfectamente en su cabello y su frente.

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