Después de que me dejasen en mi casa saludo a mis padres y a mi hermana y entro en mi cuarto.
Me tiro a la cama y acaricio a mi gato, Bola de pelo, que me gruñe e intenta arañarme.
-- Gato tonto, yo te intento dar amor - le hago un puchero a Bola de pelo, pero esta me mira con su cara gorda y eternamente enfadada.
Suspiro levantandome de la cama, que ahora es territorio de Bola de pelo y me tumbo en el pequeño saliente al lado de mi ventana.
Observo mi nuevo vecindario. Todas las casas son iguales. Blancas, grandes y con unos jardines que wow. Recuerdo mi casa de Brooklyn, un pequeño apartamento en una calle casi deshabitada. Siempre me daba miedo andar por allí, la gente nunca hablaba con mi familia, éramos como herejes allí.
Un escalofrío me recorre al recordar lo que sucedió en ese barrio. Cierro los ojos con fuerza ahuyentando las lágrimas que luchan con salir. Pero me prometí no llorar. No iba a llorar por alguien que no se las merecía.
Me doy cuenta de que no les pedí el número a las chicas, ahora no tenía nada que hacer. No había deberes, ni gente con la que salir.
Bola de pelo se me acerca y roza su cabeza peluda contra mi pierna.
-- Ahora si quieres mimos, ¿eh? - le acaricio detrás de lo que creo que son sus minúsculas orejas, haciendo que ronronee, pero cuando se cansa me pega un zarpazo y sale engreído de mi cuarto, con la cola en alto--. Maldito gato.
Como algo y me cambio de ropa. Voy a salir a dar una vuelta por lo que va a ser mi nueva ciudad.
Cojo el móvil y salgo a la calle. Empiezo a andar intentando acordarme de los lugares por los que paso, no quiero ser tan tonta como para perderme.
Veo como coches que nunca imaginé tener delante pasan por la carretera a gran velocidad, removiendo mi pelo. Intento hacerme una coleta pero, como no, no tengo goma. Seguro que el jodido gato se la comió.
Llego a una zona llena de tiendas. Distingo algunas que había también en Brooklyn, como Forever 21 o el Bershka. Entro en la segunda y veo que hay ropa diferente que en Brooklyn, ya tendré que venir un día. Sigo andando por la calle y veo la mejor tienda del mundo.
Una tienda de maquillaje. Donde hay pintalabios.
Entro corriendo y veo toda una pared llena de pintalabios de todos los colores. Siento como estoy empezando a babear y me acerco, tocandolo todo y memorizando los nombres. Le hago fotos a algunos y se lo mando a María, mi mejor amiga de Brooklyn.
Me compro dos, uno azul y otro color caramelo de café. Llego a la zona de la playa y me quito las zapatillas, metiendo los pies en la arena, que me hace cosquillas al tacto.
Me acerco a la orilla y miro el mar. Esta empezando a atardecer y el agua está de un color hermoso.
-- ¿Maya?
Me giro sorprendida y veo a Nora a mi lado. Lleva un vestido de flores y un cuaderno en la mano.
-- Hola, Nora - nos damos dos besos.
-- Me encanta la playa- comenta ella cuando nos sentamos en su toalla, cerca del agua-. Bueno, más bien me encanta el mar.
-- Es precioso.
-- Es un misterio - dice ella y me mira con los ojos brillantes-. De mayor investigaré las aguas más profundas del mar, descubriendo sus secretos - suelto una risa ante su entusiasmo.
-- Seguro que lo logras- le respondo y Nora asiente, pero su mirada se ha quedado fijo en algo detrás mía.
Me giro y veo a un chico de cabelli negro corriendo sin camiseta por la orilla. Dos finos cables salen de sus oídos, conectados a un aparato en su mano. Cuando nos mira me fijo en sus ojos, tan azules como el mar, que se posan sobre Nora. La miro a ella, pero mi amiga se ha levantado y está empezando a recoger sus cosas.