Llegamos a mi casa en menos de cinco minutos, con el mayor de los silencios. No sabía si eran las expectativas, los nervios o las dudas, pero nadie comentó nada.
Aparcó frente a mi casa. Antes de que bajara, Asa ladeó su cuerpo en el asiento, para quedar mirándonos cara a cara.
- Isa, quiero pasar estos últimos días juntos. Sólo nosotros dos, y nadie más. Pero necesito saber con certeza si eso es lo que tu quieres. Si estás dispuesta. No quiero obligarte a nada.
Podía ver la seriedad en sus ojos.
- Claro, eso es lo que quiero yo también. - Contesté.
- Bien. - Concluyó con una amplia sonrisa y, luego de una breve pausa, preguntó: - ¿Están tu padre y Ally en casa?
- Um... no tengo idea. Supongo que ya lo averiguaré. ¿Qué debo traer?
- Trae las cosas que más te gusten.
No cuestioné más, teniendo en mente que se rehusaría a contestar. Fui hasta la puerta de entrada y, medio a hurtadillas, me fijé si había alguien sentado en los sofás del comedor. Ni siquiera sabía de qué me estaba ocultando, pero preferí no tener que darle explicaciones a papá. Afortunadamente, no había nadie. Subí las escaleras rápidamente y me dirigí a mi habitación.
- Bien, ¿qué llevo? - Me dije a mi misma.
Pensé en las cosas que más me gustaban...
Tomé el bolso más grande que tenía; uno que me había regalado Ally hacía unos años, con estampado de conejitos rosas y celestes. Recuerdo estar abriendo los regalos frente a todos mis amigos en aquel entonces, y las risitas que se escucharon al sacarlo de su envoltorio. Me dio tanta vergüenza que no le hablé a Ally por semanas. Ahora me encantaba. Era una buena excusa para no soltar a mi niña interior.
Lo primero que se me cruzó por la cabeza fue la muda de ropa. No me parecía correcto llevar demasiado, para no ocupar espacio en el bolso. Busqué unos jeans negros, una chaqueta y, cuando estaba por tomar mi camiseta favorita azul marino, vi el vestido blanco y verde a rayas que había comprado una tarde con Lisa. Lo había usado en pocas ocasiones, pero me pareció que este momento lo ameritaba. Era el as bajo la manga. Guardé ambas cosas.
Tomé la copia de A este lado del paraíso que habíamos leído la noche del baile. Ocupaba un lugar especial en mi.
También guardé mi delfín de peluche, que estaba apoyado en un rincón de mi escritorio. Solía ser mi favorito cuando era pequeña.
Dudé sobre si llevar algunos de mis álbumes favoritos. Tomé tres: El camino, de The Black Keys, Abbey Road, de Los Beatles y Pet Sounds de los Beach Boys.
Así, fui llenando con cosas que encontraba en mi habitación que habían tenido algún significado para mi, desde maquillaje hasta mi cuaderno de sueños. Para cuando terminé, el bolso estaba a su máxima capacidad. Lo cerré con fuerza y me apresuré a salir de mi habitación.
Bajando las escaleras, escuché ruidos en la cocina. Me asomé silenciosamente para ver de quién se trataba. Era Ally. No sabía que yo estaba en casa. Conteniendo la respiración y procurando no mover ni un músculo de más, fui lentamente hasta la puerta de entrada. La cerré con la mayor delicadeza que pude.
Me subí al coche y tiré el bolso en el asiento de atrás.
- Vi a Ally entrar, pero tu padre no estaba. ¿Te vio? - Preguntó Asa, aún mirando a la puerta, y cuando volteó a verme, agregó, sonrojándose un poco: - Me gusta tu bolso.
- No, no me vio. - Contesté.
- Genial. Ya nos vamos, entonces.
Prendió el coche y salió en marcha.
- ¿Cuándo se supone que me dirás qué ocurre? - Le cuestioné.
- Dentro de poco. ¿Qué trajiste?
- Um... un poco de todo. Hice lo que me dijiste. Guardé ropa, algo de maquillaje, CDs...
- ¿CDs? - Preguntó.
Hurgué desde el asiento de adelante para encontrarlos. Le pasé 'El camino'. Él lo tomó, lo miró por un segundo, como analizándolo, y luego lo introdujo en el estéreo de la camioneta.
Escuchamos varias canciones en silencio. Los pocos edificios que podías encontrar en el centro de la ciudad pasaron a ser casas cada vez más distanciadas, y las calles se iban despejando. El sol lentamente se iba poniendo de mi lado del auto. Finalmente, el panorama cambió a una escena de campo, con pastizales altos y cosechas. Al otro lado, un poco a lo lejos, se podía ver el océano. Estábamos bordeando la costa.
Estaba tan ensimismada que olvidé dónde estábamos. Olvidé qué era lo que estábamos haciendo. No me importaba qué pasaría después. Subí el volumen a la música, bajé la ventanilla de la puerta y asomé la cabeza para poder ver mejor. Sentí el viento chocando contra mi piel; fresco, húmedo. Todavía no puedo recordar cuanto tiempo estuve así, dejándome llevar. Sólo volví de mi ensoñación cuando escuché la voz de Asa desde dentro del auto.
- ¿Qué? - Pregunté, a los gritos, volviendo a mi lugar.
- Tienes que hacer algo por mi. ¿Trajiste el celular? - Asentí, lo que hizo que él desvíe la mirada de la ruta unos segundos -. Bien, mándale un mensaje a tus padres. Diles que no se preocupen, que estás conmigo. Que volveremos en unos días. Yo ya le avisé a los míos.
- ¿Volveremos en unos días?
Contestó con una sonrisa, bajó su ventanilla también y devolvió los ojos a la autopista.
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Papá había contestado una hora después a mi mensaje. Me dijo que tuvo oportunidad de hablar con la madre de Asa, quien le dijo que ella y su padre ya sabían todo también. Asa les había explicado a dónde iríamos. Lo único que me dijo fue que me cuidara, y que le avisara cómo estoy. Me sorprendió que se tomara toda la situación con tanta calma.
Ya se había hecho de noche. Me había quedado dormida. Asa había sacado la música. Me froté los ojos para poder ver dónde estábamos con más claridad, pero la verdad es que no se podía divisar nada más que las zonas más próximas de la carretera, y la luna en el cielo.
- ¿Hace cuánto que nos fuimos?
- ¿Unas cinco horas, creo? Son las once.
- ¿Las once? - Me removí en mi asiento. - ¿No tienes sueño?
- No, no. Estoy bien. - Contestó, pero podía ver que tenía los ojos cansados.
- Vamos, tienes que descansar. Es peligroso que andes así.
No protestó.
Unos kilómetros más adelante, llegamos a un pueblito comercial. Asa andaba bostezando cada vez más seguido, así que frenamos en uno de los moteles que había junto a la carretera. Era bastante pintoresco. Tenía dos pisos, y una piscina en el frente. Aparcamos en el estacionamiento, yo bajé mi bolso y él sacó el suyo, que había guardado en el portaequipajes. Me alegró saber que eran parecidos en tamaño.
Asa se acercó a la recepción a pedir dos habitaciones, una al lado de la otra. No había nadie en las inmediaciones más que la anciana que atendía detrás del mostrador. Al parecer, no habían muchos huéspedes. Luego de registrarnos, subimos las escaleras hasta nuestras respectivas habitaciones. A Asa se le cerraban cada vez más los ojos a cada paso que daba.
- Bien, trata de descansar un rato, yo me voy a quedar viendo tele si me necesitas. No tengo sueño. - Le dije, con una mano sobre mi picaporte y mi bolso al hombro.
- Sí... mañana será un gran día. - Atinó a responder, en medio de un bostezo.
Y entramos cada uno en una puerta.
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Iban a ser cerca de las tres de la mañana. No podía dormirme, por más que lo intentara.
Me levanté.
Toqué la puerta de Asa.
Él me abrió luego de unos segundos, me miró, con los ojos entrecerrados. Me acerqué a él lentamente, y luego me dejó pasar.
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Cosas del destino (Asa Butterfield fan ficción)
FanfictionUna joven aburrida de su vida conoce un chico que podría darle un poco de emoción a sus días, el cual se muda a la casa de enfrente. Y este chico es nada más y nada menos que una estrella de cine. Para ser más precisos, Asa Butterfield. Tanto la his...