Capítulo 11: Pájaros y estrellas

1.8K 77 11
                                    

No podía tolerarlo. Lágrimas comenzaron a brotar finalmente de mis ojos ya humedecidos. Escuché sus pasos bajando las escaleras. Abrí la puerta de mi habitación como un acto reflejo, quizá con la intensión de retenerlo, pero él ya estaba abajo, saludando a papá y Ally. Se disculpó cortésmente por haber interrumpido y luego salió de casa.

Volví a entrar a mi habitación y cerré la puerta. Lo siguiente fue un recuerdo borroso. Lo único que sé es que me tiré en mi cama, me tapé con las frazadas hasta la cabeza y lentamente me fui quedando dormida, olvidando todo lo que me aquejaba en ese momento. Estaba furiosa, triste y débil, todo a la vez. Escuché a Ally tocar la puerta y preguntarme si estaba bien, pero no contesté. Fingí estar dormida.

A la mañana siguiente me desperté con la cara pegoteada y reseca por las lágrimas saladas que recorrieron mis mejillas. Froté mis manos en ellas para sacarme la horrible sensación y me levanté para ir al baño. Me miré al espejo y simplemente me quedé allí, contemplándome.

Jonathan. Repentinamente, como una luz, ese recuerdo cruzó mi mente. Jonathan. Una sensación extraña en mi pecho comenzó a surgir. No iba a llorar esta vez, me dije. Debía aprender a ser fuerte de una vez por todas y sobrellevar las cosas sin desperdiciar llanto. Siempre fui débil, tan frágil como el cristal, como un globo llevado a merced del viento en constante peligro de desaparecer. El único escape que encontré toda mi vida fue llorar. Pero no esta vez.

También pensé en mamá. En la abuela. Pero no estaba llorando. Podía sentirme horrible, pero no estaba llorando. Sólo me quedé mirándome fijamente a los ojos.

Finalmente cedí, apoyé mis manos en el lavabo y bajé la cabeza. Mechones de pelo cayeron alrededor de mi rostro como una cascada color castaño. Ni una lágrima.

Pensé en Asa.

Mi respiración se había agitado. Cerré mis ojos, presionándolos con fuerza. Esa sensación de angustia y desdén incrementaba cada vez más y más. Temblaba.

- Isa, vamos a ir al parque con Pedro, ¿quieres venir con nosotros? Sólo será un rato.

Era mi padre, del otro lado de la puerta. Esas simples palabras me despertaron de mi trance. Dejé de pensar. Estaba totalmente en blanco. Tardé un par de segundos en contestarle.

- Um...

- Vamos, va a ser divertido. Podemos comprar algodón de azúcar, y Ally le compró un frisbee a tu hermano para jugar.

- Bueno, pero dame un segundo.

Abrí la ducha y dejé que el sonido del agua corriendo me despejara. Luego del baño, me arreglé y todos juntos nos subimos a la camioneta.

Era un día tranquilo. El sol brillaba y no había casi nubes en el cielo. Eso me hizo sentir un poco mejor. El charlar con Pedro también me hizo sentir bien. Es un niño tranquilo y charlatán a la vez. Nada le afecta.

La plaza quedaba a unas diez cuadras de casa, cerca del centro del pueblo. Llegamos allí más rápido de lo que pensé. Bajamos del auto y todos nos encaminamos directamente al puesto de golosinas. Yo y mi hermano compartimos un copo de azúcar, y fuimos a elegir dónde instalarnos. Finalmente encontramos el lugar ideal: un árbol gigante que proporcionaba una gran sombra, cerca de un claro. Pasamos un largo rato jugando con el nuevo regalo de Pedro. Todos menos Ally, quien colocó una manta en el piso y se encontraba preparando sándwiches para más tarde. Cuando terminó, se acomodó apoyando la espalda en el árbol, y tomó su copia de A este lado del paraíso.

Pasado un rato, totalmente cansada por mi nulo estado físico, me senté junto a ella mientras los hombres seguían tonteando con el frisbee. Se habían sentado en el pasto recién cortado y se lo estaban arrojando de un lado a otro. Apenas Ally notó mi presencia, me sonrió.

- ¿Ya te has cansado? Bueno, me imagino. Hace mucho calor como para estar haciendo ese tipo de cosas. - Suspiró, con los ojos cerrados, como gozando de la brisa. - Hoy es el día perfecto para no hacer absolutamente nada.

Se veía más joven y radiante que nunca. Sus cabellos rubios brillaban con la luz que llegaba de por entre las ramas del viejo árbol, y su sonrisa le daba un encanto que parecía ser sólo propio de ella. Era una mujer verdaderamente hermosa.

Yo asentí, y busqué rápidamente mi celular dentro del bolsillo. Tenía mensajes de Lisa, preguntándome si quería ir el viernes a comprar algo de ropa para el baile.

El baile. Lo había olvidado completamente. En ese preciso momento, no podría haber tenido menos ganas de ir en toda mi vida. Porque eso implicaba ver a Asa, algo que quería evitar por el momento. No quería seguir involucrándome con él en ese mismo instante. Ni con nada, ni con nadie. Sólo quería recostarme, mirar el cielo en su mayor esplendor y pasar el resto de mis días contando pájaros, estrellas y toda maravilla que la inmensidad del firmamento pudiera mostrarme.

No contesté a ninguno de sus mensajes. Guardé el celular y me quedé viendo a papá y a Pedro jugar. Luego voltee a ver qué estaba haciendo Ally.

- ¿Qué lees? - Le pregunté, tapándo la luz por encima de mis ojos con la mano en un intento de leer la portada del libro.

- Oh, ¿esto? Es un libro que he estado queriendo leer por mucho tiempo. Es de Francis Scott Fitzgerald. Uno de mis autores favoritos.

- ¿Es bueno?

- Estupendo. Sus historias son verdaderamente hermosas y atrapantes.

- ¿Me... me lo prestarías alguna vez? - Pregunté con cierta timidez.

- ¡Por supuesto! Ya casi lo termino.

Ella cerró el libro y se acomodó para poder verme de frente.

- Isa, creo que es hora de hablar.

- ¿Sí? ¿De qué?

- No lo sé, de lo que tu quieras hablar. Yo sé que no me tienes confianza, pero quiero que sepas que estoy dispuesta a ayudarte en lo que necesites. A escucharte.

Ally parecía genuinamente honesta. Por primera vez desde hace mucho tiempo, la vi con otros ojos. Ella no tenía la culpa de nada. Era una persona amable después de todo. No mataría ni a una mosca, y se podía notar que no tenía malas intensiones.

- Supongo... que tienes razón.

Le sonreí, para hacerle saber que de verdad estaba de acuerdo, pero no sabía qué decirle. A pesar de todo, seguía siendo incómodo. Saqué mi celular de nuevo, y al ver que yo no contestaba, ella se volvió a acomodar en su posición inicial y abrió nuevamente el libro.

- ¿Te gustaría escuchar música? - Solté.

- ¿Uh? ¡Oh, sí, seguro!

Saqué los auriculares y le dí uno a ella. Poco a poco comenzamos a hablar de música y de nuestros propios gustos, y cada vez se hizo más y más fácil. Así fue como pasaron las horas y por fin me acostumbré a su presencia. Comimos los sándwiches y cuando empezó a oscurecer, volvimos a subirnos al auto, directo a casa.

Le contesté el mensaje a Lisa diciendo 'Sigo viva. Cuenten conmigo el viernes.'

Cosas del destino (Asa Butterfield fan ficción)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora