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-pequeñas sonrisas-


Vacile antes de sacar las dos bolsas de gomitas que estaban en mi bolsillo.


-Solo quiero que...


-¿Por qué tienes gomitas?


-Necesito que las guardes.


-¿Por qué?


-Son para una amiga-me acerqué un poco más a su cama y él se apretó un poco más contra la cabecera de la cama, fruncí el ceño hacia él y coloqué las dos pequeñas bolsas muy cerca de él-Luego vendré a recogerlas.


-Está bien-él cogió las gomitas y las colocó bajo una almohada, luego alzó la mirada hacia mí.


-Bien, entonces...-miré hacia el reloj, dos minutos-Yo ya tengo que irme, tú...No le digas a Steve que vine ¿de acuerdo?


-Pero eres un voluntario, él debería saber que has venido a...a revisarme.


-Yo no le caigo muy bien.


-Pero él debería sab...


-No-miré hacia el reloj de nuevo, un minuto, luego volví la mirada hacia el chico que estaba en medio de un mar de sábanas blancas de hospital y algunas almohadas a su alrededor, con su torso desnudo y tratando de mantener una respiración estable, sus ojos verdes estaban intentando y fallando en no cerrarse, él estaba intentando que sus parpados no cayeran y sus pestañas no rosaran sus mejillas, mientras mantenía una conversación con un falso voluntario, Dios, él debía estar exhausto y yo ya debía irme, si Steve me atrapaba...


El pomo de la puerta empezó hacer clics detrás mío, giré la cabeza y me obligué a prestar atención, quizá solo había confundido el sonido con los beeps del monitor cardiaco que estaba conectado con él chico entre las sabanas, maldita sea si no era así.


El pomo se movió un poco.


Maldito Steve.


Giré hacia él chico.


-Te doy tres gomitas de una bolsa si me dejas meterme debajo de la cama-dije mientras me apresuraba y trataba en lo posible de hacer que mis rodillas me dejaran en paz por unos momentos.


-Una bolsa.


Maldito sea él.


-Media bolsa.


-Una bolsa, tu nombre y una pregunta-él estaba conteniendo una sonrisa mientras hacia su estúpida negociación, giré mi cabeza hacia la puerta y vi como el pomo ahora se sacudía, escuché a Steve maldecir y las risitas de una enfermera.


Volví mi mirada hacia él chico y juré en voz baja.


-Media bolsa, mi nombre y ninguna pregunta.


-Hecho.


En el momento en el que escuché la palabra salir de su boca me tiré al piso, yo era él peor si me pedían arrodillarme, hasta mi  terapeuta sabía que mis rodillas eran unas perras todo el jodido tiempo.


Rodé sobre mí mismo hasta que abrí los ojos hacia la parte posterior de una cama de hospital, tan limpia y en perfecto orden como cualquier rincón de la habitación, apostaba que hasta esas mini palmeras no tenían ni un pequeño pedacito de polvo sobre ellas.


El pomo de la puerta hizo clic.

usted me ruboriza (umr) ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora