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   Dos meses. Dos meses habían pasado desde que Zaria había decidido escapar de Azgeda y la responsabilidad que recaía sobre sus hombros.

   Se había enterado de la muerte de su madre por los murmullos que inundaban Polis. Sabía que era peligroso ir, que alguien podría reconocerla, pero a ella no le importaba. Había escapado de la corona, no de su familia. Aún la amaba, la añoraba y deseaba volver en cuanto pudiera... Aunque fuera imposible.

   Tras la muerte de su madre, el reinado cayó sobre Roan cuando Zaria debía ocupar su lugar.

   Cada mañana cuando despertaba y una punzada de deseo inundaba su cuerpo, ella la espantaba enseguida con la realidad: no importaba cuánto quisiera reencontrarse con su hermano, había abandonado Azgeda escapando de la corona, y mostrarse en público significaría entregarse a una muerte segura, incluso si conseguía la manera de estar a solas con el Rey.

   Roan seguía órdenes, era un hombre digno de usar la corona y en cuanto tuviera a Zaria frente a sus ojos no dudaría en acusarla de traición.

   Zaria se repetía lo mismo todos los días, para convencerse de que estaba mejor en aquella cueva solitaria en lugar de en las sangrientas leyes de su Clan.

   Observó la luz del sol que se filtraba entre los árboles cada vez más débiles. Estaba anocheciendo y debía llegar a su escondite para no correr ningún tipo de peligro.

   Suspiró, agradeciendo en silencio que aquel día logró darse un baño en el lago más cercano sin oír nada extraño entre los arbustos y consiguió una buena cena, la cual envolvió en una bolsa improvisada que hizo con su propia tela, cargó el carcaj y las flechas y comenzó a caminar.

   Generalmente, la vuelta a la cueva era rápida, pero aquel día había decidido disfrutar un poco más de la naturaleza que la rodeaba. Jamás había tenido tiempo de observar los arbustos y árboles frondosos, el verde intenso que cubría la naturaleza, pero ahora que sus días eran solitarios, tomaba unos segundos para echar un vistazo.

   Sin embargo, aquel día fue un error. Zaria no lo vio venir ni lo oyó hasta que un grito escapó de sus labios y, alertada, tomó la espada que siempre cargaba y giró sobre sus talones chocando con el arma de otra persona.

   No necesitó más que un vistazo al rostro pintado del hombre para saber que era un guerrero de Azgeda. La estaban buscando... Y la habían encontrado.

   —El Rey estará contento cuando lleve tu cabeza, natrona —dijo entre dientes, con toda la furia que una persona pueda destilar.

   Zaria no esperó a que hiciera su próximo movimiento. Se alejó rápidamente. El guerrero perdió el equilibrio y ella intentó escapar pero el hombre fue más rápido y fuerte al pegarle en la espalda con su pie, haciéndola caer al suelo.

   Se giró con rapidez, ignorando la falta de aire. En aquel mismo instante, la espada de su oponente se clavó en la tierra, junto a su rostro. Zaria supo que si no peleaba, no saldría de allí con vida. Así que golpeó con su pie el estómago del guerrero, sabía que no le haría nada debido a las capas de pieles que vestía pero fue lo suficiente para impulsarlo hacia atrás y darle tiempo a ponerse de pie. Cuando lo logró, sintió un dolor agudo en su rostro. Le había dado un puñetazo. Zaria estuvo a punto de desmayarse, pero se mantuvo de pie y logró detener la espada que quería dar su golpe final sobre ella.

   El hombre era fuerte, estaba claro. Pero Zaria era más astuta, la habían criado para serlo. Entonces, cuando notó que no había más escapatoria y que en un combate cuerpo a cuerpo, perdería. Tomó el cuchillo que colgaba de su cinturón, golpeó su espada contra la suya causando un gran estruendo y se arrimó con velocidad a clavar el filo del cuchillo en el cuello del guerrero, quien soltó su arma y llevó sus manos hacia la herida, tratando de detener el sangrado en vano.

   Zaria observó cómo el hombre caía a sus pies y cerró sus ojos entristecida mientras sostenía el arma homicida.

   —Yu gonplei ste odon —susurró.

   —¡Allí! —oyó gritar. Abrió los ojos, el guerrero yacía sin vida a sus pies. Se abstuvo de cerrarle los ojos, debía escapar antes de que la encontraran. Debió saber que habría más guerreros, y esta vez su cabeza sí llegaría hasta Azgeda.

   Guardó sus armas y comenzó a correr en cuanto notó las figuras nítidas moviéndose entre los árboles. Rogó porque no la hayan visto, porque se quedaran junto al guerrero mostrando respeto y le dieran tiempo para huir. Era lamentable pensar de esa manera, el guerrero estaba cumpliendo con su deber y siguiendo sus ideales, debía ser respetado incluso en la muerte...

   Pero no había tiempo para eso, ya se lamentaría más tarde. Ahora debía huir.

   Esquivaba los árboles de forma sigilosa, incluso cuando se adentró a una parte del bosque donde jamás había estado. En dos meses, sus reflejos se habían desarrollado más que nunca, había logrado moverse con gracia y silenciosa sobre el césped.

   Comenzaba a cansarse, pero sabía que no podía parar. Debía seguir incluso cuando la luna estuviera en su punto más alto. Pero antes de que pudiera comenzar a idear un nuevo plan, ahogó un grito de dolor al caer por la raíz de un árbol que no vio por falta de luz.

   —Mierda... —susurró entre sollozos. Sus ojos cerrados para no ver el horror de lo que acababa de pasar. ¿Cómo iba a seguir? ¿Cómo se suponía que encontraría un lugar seguro ahora? Los guerreros debían estar cerca... La encontrarían y acabarían con lo que había comenzado hacía dos meses...

   —¿Estás bien?

   Zaria tomó su espada y la alzó, incluso cuando no podía ponerse de pie, no se daría por vencida tan fácilmente, pero no se encontró con un guerrero de Azgeda, ni siquiera con alguien de su Clan, en su lugar, de pie ante la espada con los brazos en alto de forma indefensa se encontraba un muchacho vestido de un uniforme gris, incluso bajo la oscuridad notó sus rulos marrones y su piel morena herida.

   —No te lastimaré —aseguró en voz baja.

   Sabía que debía parecer una loca, con su respiración irregular, transpirada y el cabello enmarañado, sosteniendo una espada contra un desconocido.

   —¿Quién eres? —preguntó tratando de disimular lo indefensa que se encontraba.

   —Bellamy —contestó el muchacho—. Bellamy de Skaikru.

El Viaje → Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora