10.

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   Zaria fue la primera en abrir los ojos. Pestañeó varias veces para cerciorarse de que aún seguía en el pequeño búnker, recostada en la cama con el brazo de Bellamy sobre su cintura. Notó su respiración acompasada contra su cuello y no pudo evitar sonreír. Allí abajo, se sentía segura.

   Tenía miedo de darse vuelta y despertarlo, pero no podía seguir sin poder mirarlo, así que se giró despacio sin mucho éxito, Bellamy percibió el movimiento y abrió los ojos, una sonrisa cansada iluminó su rostro en cuanto vio a Zaria.

   —¿Qué haces despierta? —preguntó en voz baja. Le causó ternura que no tratara de ocultar su cansancio, incluso cuando terminó de hablar, sus ojos volvieron a cerrarse tras un largo suspiro.

   No se molestó en contestar, quería disfrutar de la vista, del cabello despeinado de Bellamy, de sus hombros anchos que la sábana no llegaba a tapar, de sus pecas que aún no había terminado de contar... Había tantas cosas en él que llamaban su atención, que supo desde el comienzo que jamás llegaría a conocerlo por completo.

   Bellamy se acomodó. Estaba dormido, otra vez. Zaria vio como un pecado despertarlo, pero también sabía que debían comer antes de volver a la Estación. Así que se puso de pie y se vistió con sumo cuidado de no hacer ruido, una vez lista, le echó un último vistazo a Bellamy, no se había inmutado, y emprendió camino hacia la salida.

   El sol iluminó su rostro, cerró los ojos unos segundos para acostumbrarse a la luz mientras cerraba el búnker en silencio. Lo primero que hizo cuando recuperó la visión fue echarle un vistazo a su alrededor, ahora con los rayos solares, no veía nada sospechoso y el bosque estaba tan calmo como noches anteriores.

   Comenzó a caminar, dándose cuenta que no llevaba ningún arma encima. Alejó su preocupación. No quería pensar en nada más que en Bellamy y en la noche que habían pasado juntos. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras esquivaba un árbol con gracia. Era increíble todo lo que había sucedido. Jamás, ni en su más remoto sueño, había creído que conocería a alguien como él. No sabía si el destino era forjado por un ser superior, pero agradecía desde lo más profundo de su corazón haberse cruzado en su camino aquella noche en el bosque.

   Se detuvo cuando halló lo que buscaba, se agachó para tomar las pequeña frutas, redondas y rojizas. Sabía que no serviría de mucho pero esto era mejor que tener el estómago vacío. Tal vez podían comerlas en el búnker y pasar más tiempo solos...

   Cuando llenó su mano y supo que no cabrían más, se puso de pie y comenzó a trazar su camino de vuelta, esta vez con más entusiasmo de llegar y hallarlo despierto.

   Pero sus planes se vieron destruidos cuando notó que la puerta del búnker estaba abierta. Frunció el ceño, con miedo a seguir avanzando y miró a su alrededor, esperando ver a Bellamy caminar entre los árboles pero no la recibió más que un silencio sepulcral. Un escalofrío recorrió su espina dorsal cuando dejó caer las frutas y apuró su paso hasta el búnker, bajó las escaleras hecha una bola de nervios y el alma se le cayó a los pies al ver que allí no había nadie.

   Se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza. No podía estar pasando esto. No podía ser que... En la noche. En la noche había oído la presencia de una persona... Los habían seguido.

   Abrió los ojos y comenzó a caminar. Sobre la mesa estaba la pistola de Bellamy pero su ropa había desaparecido. Era casi seguro que la hubiera ido a buscar, pensando que estaban a salvo y se encontró con una emboscada. Azgeda había fallado en asesinarla cada vez que la oportunidad se presentaba, y ahora fueron por un juego diferente. Decidieron llevarla a ellos mediante Bellamy.

   Había sido una jugada inteligente, Zaria no estaba dispuesta a dejar que la vida de Bellamy corriera peligro.


   Cuando llegó a la Estación, la puerta estaba abierta pero no había nadie del otro lado. Las cruzó sin que ningún guardia la detuviera y la razón se halló frente a sus ojos. Todos estaban prestándole atención a un muchacho que estaba de pie junto a un rover hablando por el altavoz, tenía un papel en su mano y sin pensarlo mucho, Zaria supo que era la lista de las cien personas que sobrevivirían. Clarke estaba de pie delante del chico, su rostro compungido mientras más y más personas se acercaban curiosas por saber si su nombre sería pronunciado.

   Zaria no tenía tiempo para esto. Poco le importaba ahora si estaba o no en aquel papel, sabía qué era lo más probable. Pero en cuanto comenzó a pasar detrás del grupo, oyó el nombre de Bellamy Blake. Esta vez se detuvo a observar, y en cuanto el muchacho finalizó nombrando a Clarke Griffin, alguien protestó:

   —¿Bellamy Blake?

   Clarke abrió la boca para contestar, pero no supo que decir.

   —Claro que Bellamy y Clarke están en la lista —dijo una voz que reconoció como la de Jaha. El hombro se asomó de la multitud para ponerse de pie junto a Clarke.

   Zaria siguió su camino.

   Esta vez, comenzó a trotar. Debía llegar lo más rápido posible a la habitación de Bellamy, donde esperaba encontrar sus armas. Cuando la halló, abrió la puerta casi sin aire. Comenzó buscando debajo de la cama, pero no encontró nada. Abrió el ropero pero solo había ropa. Suspiró y se acercó al mueble donde había cajones grandes. Cerró los ojos, deseando que allí estuvieran sus armas. Cuando los abrió junto al primer cajón, no logró contener un grito de alivio. Allí estaba su ropa y su espada con las navajas. Se dispuso a cambiarse.

   En cuanto hubo colgado la espada en su cinturón, se dio la vuelta dispuesta a salir de allí pero se detuvo en cuanto vio a Clarke en el umbral.

   —¿Dónde está Bellamy? —preguntó con el ceño fruncido.

   —Creo que se lo llevaron —respondió Zaria tratando de contener el apuro que sentía. La rubia sacudió la cabeza, en negación.

   —¿Cómo lo sabes?

   —Han estado buscándome por meses ya, encontraron una forma de llevarme a ellos —replicó, esta vez sí impacientándose. No podía responder un cuestionario cuando la vida de Bellamy corría peligro.

   —No puedes ir —soltó sin siquiera mirarla. Zaria estuvo a punto de preguntarle a qué se refería pero la rubia se adelantó—: Si saben que estás con nosotros, vendrán a buscarte aquí —explicó—. No podemos arriesgarnos. Deja que hable con Roan, podemos negociar.

   Zaria notó una ola de furia e impaciencia recorrer su cuerpo.

   —No existe la negociación cuando se trata de mi cabeza —dijo entre dientes, dando un paso hacia delante—. Déjame ir, Clarke —pidió, pero la rubia negó sutilmente con la cabeza.

   —No puedo —contestó. Zaria notó que llevó su mano a la pistola que colgaba de su cinturón, pero ella fue más rápida y apoyó el filo de su espada en el cuello de Clarke.

   —Dame la pistola —pidió. No le importaba que Clarke estuviera dispuesta a apuntarle, sabía que había una gran diferencia entre levanta la pistola y apretar el gatillo, pero no podía perder el tiempo tratando de averiguar cómo convencer a Clarke de que la dejara ir.

   Cuando dejó el arma en el suelo y la empujó con el pie hasta Zaria, ella se agachó a tomarla y le indicó con la cabeza que se moviera dentro de la habitación. Aún con sus ojos sobre ella, se puso de pie bajo el umbral.

   —Por favor, Zaria. Podemos...

   Pero Zaria cerró la puerta, harta de oírla. En aquel instante, se dio cuenta que no tenía forma de trabarla, así que tomó aire e hizo lo único que se le ocurrió: correr.

El Viaje → Bellamy BlakeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora