Capítulo 8

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Seguramente mientras Karenino estaría sentado en una silla universitaria (situación que pasaba sólo al inicio del semestre porque ya después no asistía a las clases), de esas que odiaba por básicas y estériles, divagando, mirando hacia el techo en plena clase, yo estaría juicioso siguiendo lo que impartía el profesor. Esto lo digo desde la generalidad, desde lo que éramos en el aula a la vista de todos. Pero lo que quiero contar acá es lo particular, lo que realmente nos hacía diferentes, lo que nos hacía cineclubistas. Por ejemplo en muchas de las clases pasaba esto: de pronto un papel comienza a ser rotado por el salón, y cada estudiante que lo toma anota algo en el papel. El papel le llega finalmente a Elde, a mí, el de mostrar, el que es reconocido por todos por ser el presentador de las películas, y éste lo lee. Se entera de que es un listado de respuestas a una pregunta que sobresale en el encabezado: "¿qué película quiere ver este semestre en el cineclub?". Y entonces cuando estaba leyendo los títulos de las películas que los compañeros de clase anotaron (y que conste que lo que voy a contar a continuación también pasaba mucho en clases), era sorprendido por el profesor quien llegaba y me retiraba el papel para leerlo. Sin decirle nada, el docente que fuera tomaba su lapicero y apuntaba el título que quería ver. Ese papel para mí era muy importante, porque además de ser el primer listado tentativo para nuestra programación de semestre, también me recordaba que era el momento de hacer una llamada, la única llamada que le hacía a mi madre cada semestre:

—¡Mamá cómo estas... ya sé más o menos lo que cuestan los libros... también necesito unas fotocopias... en fin... consígname lo de siempre que con eso me financio... incluye también el arriendo del cuarto del primer mes... te quiero... besos!

Yo sé que suena triste... ¡una única llamada!... pero eso no era lo peor, porque casi siempre terminaba hablándole a un buzón de mensajes.

LOS CINECLUBISTASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora