Capítulo 55

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Tiempo después de que a Karenino le dieran de alta en la clínica, en la universidad, se reunió una gran multitud de estudiantes, así como de policías. Era de noche, y todos los presentes estábamos pendientes de un acto que ocurriría en la plaza, en términos generales los estudiantes estábamos emocionados. El verdadero Pipicasso había venido a pintar de nuevo el mural. El evento era un verdadero acto de triunfo. Estaban Tarot, Laura, Clarissa y Virginia, en medio de los estudiantes, mientras que Drugo estaba con su banda en la parte de adelante, cerca del entablado que se había armado para el acto artístico. Drugo y su banda comenzaron a tocar una melodía suave.

Al frente de la pared que antes exhibía al Che Guevara, se instaló un gran escenario para que el Pipicasso pintara de nuevo con su pene. El público presente pudo ver sólo sombras que resultaban proyectadas en una gran lona blanca que cubría, además del área proyectada de lo que sería el nuevo mural, al Pipicasso, a unos estudiantes voluntarios, al coronel de los antimotines con su asistente (el que había disparado a Karenino), a mí, y al hermanito de Karenino, quien tomaba el brazo de alguien y lo acercaba a él, el brazo de su hermano ya recuperado, con traje elegante pero con movimientos que denotaban que aún estaba convaleciente. Se prendió entonces un potente reflector que disparó su luz hacia la pared recién agraviada, y que permitió que la luz se aumentara y por ende que los cuerpos se proyectaran como unas ampliadas siluetas sobre la tela-pantalla. De pronto el público comenzó a aplaudir, al unísono, en una cadencia lenta y armónica, como si quisieran animar el acto de sombras dramatizadas que estaban presenciando.

El coronel miró con desdén el juego de poleas que parecían prometer movilidad circense en los andamios que cubrían la pared, y también observaba cómo el viejo artista se inclinaba con dificultad, renqueando, para extraer algo de su maletín. Cuando lo hizo, la sombra que se proyectó del artefacto que había tomado en sus manos, hizo que el coro de aplausos se silencie, incluso la banda de Drugo. El Pipicasso extrajo el accesorio que utilizaba para pintar con su pene. Una especie de cinturón de castidad del Medioevo, que se ajustaba por la cintura, por los muslos y con unas tirantas se completaba su amarre a los hombros. El accesorio era en cuero, con unos remaches metálicos que lo hacían perturbador, con un cilindro de unos veinte centímetros de largo y de unos cinco centímetros de diámetro, en un cuero más delgado en la parte por donde entraba el miembro. El coronel comenzó a reírse a la vez que se colocó su casco, lo que contagió a su asistente que lo escoltaba. El público vió proyectado en el tendido: al coronel con su casco y armadura como un Darth Vader riéndose, en frente del viejo con su artilugio a la altura de su cintura, como un Obi Wan Kenobi con una profusa erección. Algunos sonríeron. El coronel le arrebató el artilugio al viejo artista, y lo revisó en sus manos.

—¡Terminemos con esto que tengo trabajo de verdad por hacer! —dijo el coronel, girando hacia mi una vez terminó de reir, y manipulando el artilugio en sus manos.

El público ntonces vio proyectado en el tendido: a un Darth Vader con el artilugio a la altura de su cintura, como si tuviera una profusa erección, al frente de la sombra mía.

Obviamente, tal escena no podía pasar impune, y menos para un Drugo inspirado. Así que, tomando y luego hablando por el micrófono, se dirigió a todos los presentes.

—¡Luke, soy tu papi... y hazme una Fellini!

Se escuchó una risotada general y estruendosa. El coronel se amilanó y terminó por devolverle el artilugio al Pipicasso.

Como parte del acuerdo para detener la asonada en el campus, y como un acto de desagravio por el lamentable suceso que sufrió Karenino, las directivas habían aceptado que los estudiantes decidiéramos lo que se iba a pintar de nuevo en el muro. Lo que se hizo por una amplia votación, y sería precisamente Karenino el encargado de entregarle el boceto al Pipicasso.

Karenino, con cara de alegría y orgullo saludó al anciano (que estaba sobrio y de buen ánimo), como si fuera una ceremonia que había estado esperando por años. Con maña destapó la figura que había ganado en la votación de la multitud para reemplazar el anterior ícono de la plaza. El coronel, su asistente, el Pipicasso, y yo mismo, rodeamos con expectativa a Karenino, hasta que pudimos ver la figura. Era la imagen de la máscara de "V de Vendetta". 

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