Capítulo 30

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En esta ocasión tuvimos que bajar las escaleras, la sala del trono estaría en la primera planta.

Nos acercamos lo más que pudimos, escondidos detrás de la columna descubrimos que en dicha la sala no había nadie. Solo el rey.

-Puede ser una trampa –susurró Loki-.

-Quedaos aquí.

-Espera, Anikin –volvió a decir Loki-.

Pero esta vez no pude escucharle, mejor dicho, no quise escucharle, algo me dijo que nada de eso sería una trampa. No sé explicarlo... lo sentí. Quizá fue Dylan. Me acerqué a la posición del rey, hasta estar frente a él, debajo de las escaleras que conducían al trono. Me resultó extraño, pero el rey me sonrió. ¿Tendría miedo?

-Bienvenido a mi castillo, rey de reyes. Sabía que hoy era mi día, acaba ya conmigo si es lo que deseas.

Cerró sus ojos y miró hacia arriba, mientras sus brazos se extendían, es como si quisiera suicidarse.

-¿Sabías que vendría hoy?

-Sí... estaba escrito que hoy moriría junto a mi hija. Dejé ir a los soldados para que fueran libres de hacer lo que deseen. Nada podría pararte, ¡estaba escrito!

Ahora entendía porque no nos cruzamos con ningún guardia aparte de los de la puerta, y el por qué no habían barcos en el puerto de la isla. Este hombre estaba muy loco.

-Tu hija ya ha muerto.

-Me lo figuraba –dijo agachando su mirada-. Pero pronto me reuniré en el cielo junto a ella, y junto a la diosa Astrich.

-¿Dónde estaba escrito?

-La diosa se me apareció y me dijo que no tendría nada que hacer contra ti, rey de reyes. Estaba escrito en el papel del destino.

Creo que este tío deliraba, pero tampoco mentía, Dylan estaba conmigo, y si un dios está contigo eres invencible. Estiró sus brazos mirando hacia arriba de nuevo.

-¡Acaba conmigo de una vez!

"¿Es esto lo que quieres, Dylan?" pensé. Matarle de esta forma era muy... (resoplé). Solo espero que no me juzgues por esto, observador. Saqué mi espada, empecé a subir los escalones, no sentía miedo, y si no siento miedo es que.... Estaba listo para cumplir mi destino, para ser un rey de reyes. Con un solo acto decapité al rey, y su cabeza rodo por la sala del trono. La sangre emergía, era como una fuente. Pero me sentía... ¿bien? Mejor dicho, me sentía libre, como si me hubiera quitado una cadena opresora. La sangre había manchado mi rostro. Miré hacia la posición de Tahiel y Loki, ellos se habían acercado a mí, mirándome confusos, mientras yo, respiraba profundamente. Pegué un chillido de victoria. Y Dylan apareció ante mí, una vez más. Sonreía. Me aplaudía. Y por fin me habló.

-Bien hecho, mi rey –dijo con suma ironía-. Cuando estés listo para escuchar ven al santuario de la montaña de Astrich.

Después de aquellas palabras se marchó, sin dejar rastro. Y la voz de Loki interrumpió mis pensamientos.

-Anikin... ¿Estás bien?

-Mejor que nunca –dije respondiendo con una gran sonrisa-.

-Tú ya no eres Anikin –me dijo esta vez Tahiel-.

Me miraba confuso, como si hubiera visto un fantasma, y me hubiera gustado haberle contestado, pero no tenía tiempo, pues las llamas que había creado empezaron a azotar el castillo con violencia.


El Rey PerdidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora