El caballero y la bestia

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Los chillidos de los urogallos me sacaron de un dulce y reparador sueño. La verdad, con todo lo acontecido en el día de ayer estaba convencida de que no podría dormir, o que me lo pasaría con pesadillas, sin embargo, lo cierto es que dormí de un tirón. Me removí en la cama, enredando las sábanas en mi cintura, no tenía muchas ganas de levantarme. Repasé mentalmente lo sucedido desde el día anterior.

Luego de mi desastrosa presentación en el recibidor de la escuela, la señorita Tryannen nos guió a mi hermana y a mí a través de los pasillos. Si por fuera era impresionante, por dentro, ¡caray! Era aterrador como poco. Las paredes de piedra negra tenían algunos rastros de humedad, y a pesar de los grandes ventanales, las lámparas de las paredes quedaban a tanta distancia una de otra, que durante la noche, cualquiera podría esconderse entre las sombras. No me gustaría perderme por aquí cuando comenzara a caer el sol. Yele no debía pensar muy diferente, porque al ver que se había quedado rezagada por unos cuantos pasos, corrió hasta ponerse a mi lado, aferrando mi mano. Podía ver varias armaduras de caballeros adornando los pasillos, algunas panoplias. Lo dicho, todo un castillo gótico. La mujer, que resultó ser la vicedirectora de la institución, (por algún motivo la directora nunca se presentaba a los estudiantes, a menos que ameritaran la expulsión) nos guió hasta su oficina, en el piso inferior de la torre del homenaje. La oficina, que era con mucho más grande que mi casa, estaba en semi penumbra, unos amplios ventanales orientados hacia poniente dejaban paso a los últimos rayos del sol, había sin embargo unas pesadas cortinas que de correrse, sospechaba no dejarían pasar el más mínimo rayo de sol. El escritorio de Tryannen, franqueaba el paso a unas escaleras de caracol que daban acceso al nivel superior, el umbral de estas era custodiado por dos de esas armaduras de caballeros. En una pared lateral había una amplia panoplia, con todas las armas blancas inimaginables, desde la recta y ligera espada italiana, hasta la curva y afilada katana japonesa que conocía también por las películas del antiguo Japón. Finalmente, mi mirada fue atraída hacia la gran campana de la chimenea donde crepitaba el fuego, o mejor dicho, a lo que había sobre ella. Un escudo de armas. Un escudo que tocó alguna fibra sensible en mi interior. Estaba dividido en dos campos. A la izquierda, aparecía una mujer, vestida por completo de blanco, con largos cabellos oscuros fluyendo entorno a sus mejillas, detrás de ella, y como si volara sobre su cabeza, un águila real, al frente, franqueándole el paso, un lobo gris, con la cabeza vuelta, en un claro desafío, a la imagen que aparecía en el lado derecho, un lobo negro, con ojos rojos y colmillos afuera, encima, un cuervo con las garras extendidas, y detrás, una figura que no pude identificar. Dos espadas se entrecruzaban detrás del escudo, representando la lucha entre ambas mitades, y un lema borroso atravesaba ambas partes por el extremo inferior. Representaba una batalla, me di cuenta, una batalla eterna, entre los servidores de la doncella de rostro apacible, y los de la sombra amenazadora del otro extremo.

— Señorita Morante, agradecería que si ya terminó su inspección, se dignase a acompañarnos.

Sentí el rostro arder de vergüenza. ¿Qué había sido todo ese estúpido análisis? Era solo un puñetero dibujo de siglos de antigüedad. Me senté junto a Yele, quedando frente a la subdirectora de la institución. La vieja se demoró casi dos horas hablándonos de las normas de etiqueta, los reglamentos de la escuela y las consecuencias de desobedecer, blablabla... cosas inútiles. Yele era demasiado tímida y bien portada como para desobedecer alguna ley por mínima que fuera. Y yo, difícilmente me atraparían fuera de mi habitación más de lo estrictamente necesario, no quería tener nada que ver con esos niños pijos, y por otro lado, esta era realmente mi última oportunidad. La gente de servicios sociales y el juez de la corte, fueron muy específicos, si fracasaba aquí, mi hermanita se iría a vivir con su padre y yo sería enviada a un reformatorio juvenil.

— Señorita Morante, los tatuajes no son permitidos en este centro.

¡Mierda! Estaba firmando los papeles de inscripción y me olvidé por completo. Levanté la mirada y me encogí de hombros:

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora