Quien dice que las chicas no saben pelear

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"Si te golpean..., golpea más duro" Las palabras de Robert aun se repetían en mi mente. La vida y las personas me habían golpeado de tantas y tantas maneras que pocas cosas conseguían actualmente, sacudirme el piso.

Debo reconocer entonces, que la velocidad a la que Igonda se movía, me resultó chocante. En un instante dejé de verla, al siguiente sentí un doloroso golpe en mi mejilla, demasiado cerca del ojo.

— Te lo advertí ese día, becada.

Los ojos grises comenzaron a teñirse de dorado, mientras se regodeaba por mi repentina sorpresa. Me tomó por sorpresa, y me había dolido, lo admito, pero...

— Ese día en el bosque... Tienes que aprender tu lugar, tú y esa piojosa hermana que...

Se vio interrumpida cuando mi puño cerrado impactó directamente en sus labios. Retrocedió un paso, mirándome sorprendida. En mi mente se repetía una y otra vez, su amenaza velada contra Ayelén. De mi podían decir, o hacer lo que quisieran, pero todo cambiaba cuando intentaban poner en su mira a mi hermanita. Por Yele daría mi vida si fuera necesario. El anhelo, la voluntad de proteger a Ayelén consumió todo pensamiento racional. Mis músculos, mi cuerpo, fueron llenos de una poderosa energía. Miré a Igonda, y todo lo que podía ver, era a un enemigo. Un peligro que debía ser eliminado. Mis puñetazos conectaron en su nariz, su estómago. Escuché sus quejidos y su jadeo de sorpresa. Se levantó y me devolvió el golpe en forma de un gancho de izquierda que me sacó el aire de los pulmones. ¡Vaya! ¿Quién lo diría? La rubiecita sabía golpear. No que importara, si ella sabía de lucha, entonces podemos decir que Yo soy la lucha. Me le acerqué a toda carrera, pateándola directo en el estómago.

En algunos lugares registré la caliente marca del dolor, pero era prontamente silenciado por la rabia en mi interior. Mis piernas barrieron las suyas y la obligué a tocar suelo. Entonces fueron mis piernas quienes conectaron con su cuerpo. ¿Qué mi estilo de pelea no es muy femenino? Puede ser, pero las cuadrillas no tienen división por sexo. Una neblina roja enturbió mi cerebro. La garganta me ardía, como si hubiese tragado una pelota de fuego, un curioso y punzante dolor cobró vida en mis encías. Los pensamientos racionales empezaron a desaparecer, solo visualizaba una y otra vez, su amenaza contra mi hermana pequeña. Mis golpes ganaron en velocidad y precisión, mientras los suyos se volvían más descoordinados y torpes.

Brazos de hombre se enredaron en mi cuerpo, sofocando mi ataque y restringiendo mis movimientos de una manera eficaz. La ira y los deseos de pelea persistían de una manera inquietante. Todo mi cuerpo ardía preso de una inquietante energía que incrementaba mis deseos de sangre.

— ¡Señorita Morante! Suficiente.

La voz, imperiosa y preocupada como nunca antes la había escuchado, se abrió paso a través de mi enturbiada mente. Al mismo tiempo, que una acuciante necesidad de detenerme. De alejarme. Se volvía una obligación asfixiante. La compulsión casi me había doblegado, cuando el recuerdo de Igonda, amenazando a mi hermanita estalló violento. Me agité entre los brazos que me sostenían.

— ¡Lo que necesito es que dejen de intentar controlarme!

Los ojos oscuros de la profesora Kiyomoto se abrieron con sorpresa. Gruñí un par de palabrotas, pataleando un poco. Los brazos de hombre se apretaron más entorno a mi cintura, dificultándome la respiración. No me importaba, como siguiera jodiendo lo iba a golpear y duro.

— Espe, por favor, para esto.

La pequeña mano de Yele se aferró a la mía. Su calidez filtrándose en mis venas, arrinconando la ira, poniéndole un alto al dolor. Miré nuestras manos entrelazadas, y luego sus ojitos, que me sonreían con inocencia y súplica. Ella quería que yo me detuviera, y por ella, yo debía hacerlo. Concentrándome en la calidez de sus manos, en su toque, vencí mis propios instintos y arrinconé mis deseos de sangre. La marea roja que nublaba mis sentidos, empezó a ceder, y mi visión a aclararse. Mi cuerpo se relajó, sin más deseos de continuar la lucha. Entonces también fui liberada. Cuando pude girarme, descubrí a mi profesor de equitación. Un tenso silencio se adueñó del lugar. Sorprendentemente, las miradas de todos, estaban fijas en mi hermanita. La profesora de Biologías se aclaró la garganta, incómoda.

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora