Ayelén al rescate

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Me deslicé por los pasillos del colegio en estado de alerta. Una parte de mí medio esperaba que alguien me asaltara en la primera esquina. Supongo que tantos encuentros fatídicos con sobrenaturales volverían cauta a cualquiera. Extrañamente, no había absolutamente nada fuera de lugar. Los estudiantes caminaban de un lado a otro, cada quien inmerso en sus tareas habituales, nadie parecía prestarme demasiada atención.

— ¿Qué tal has amanecido?

Cintia me abordó justo a la entrada del comedor. Le di una sonrisa que esperaba fuera calmante. Todo se sentía demasiado raro. No tuve mucho tiempo para poner mis pensamientos en palabras porque un pequeño torbellino se lanzó sobre mí.

— ¡Espe!

Por reflejo, estiré los brazos y sostuve a mi hermana pequeña cuando se abalanzó en su abrazo de buenos días. La levanté al aire y di un par de giros con ella. Su risa infantil llenó el salón de espera del comedor. Algunos estudiantes observaron en nuestra dirección. Sin poder contenerme, la abracé contra mi pecho, besando sus cabellos y aspirando su olor.

— Buenos días a ti también, enana –le contesté

Se me había hecho un nudo en la garganta, mientras observaba los grandes e inocentes ojos de mi hermana. Era tan pequeña, tan inocente y frágil. Esto era la receta del desastre. Si yo había estado expuesta ante esos vampiros, entonces ¿en qué lugar quedaba mi hermana? Si yo había tenido problemas para defenderme, ¿qué sería de ella?

— Espe, ¿por qué estás tan seria?

Su mirada estaba fija en mi rostro. La dejé en el suelo y forcé una sonrisa. No podía preocuparla. Era tan solo una pequeña niña y todavía estaba a mi cuidado. Le sacudí los mechones de la frente.

— Es que te extrañaba enana –le dije con una sonrisa.

A mi lado, percibí la mueca de comprensión de Cintia. Mi rubia amiga había intuido enseguida el motivo de mi congoja. ¿Cómo iba a proteger a mi hermana, si yo misma no podía cuidar de mí? Escuché unos pasos a mi espalda. El cuerpo de Cintia se tensó y mi hermanita compuso un puchero enojado. La respuesta llegó medio segundo más tarde cuando sentí la cálida mano masculina detenerse sobre mi hombro.

— Buenos días a las tres.

James. Durante unos segundos me perdí contemplando su rostro. Sombra de barba, líneas de cansancio bajo los ojos. Las pupilas doradas que me estudiaban con hambre.

— Fuiste malo con mi hermana. ¡Vete!

La vocecita de Yele se elevó sobre todo los murmullos del comedor. ¡Hombre, no! Mi hermana tomó su lugar delante de mí. Sus manitas aferradas en puños en la cintura, sus ojos entrecerrados con la expresión de un gato a punto de saltar. Habría resultado divertido, de no ser por las siguientes palabras que salieron de su boca.

— La hiciste llorar. Ella estuvo muy triste.

Mi boca se abrió en un gemido silencioso. Cintia se cubrió la boca conteniendo la risa silenciosa. Algunos estudiantes se habían detenido para observar nuestra conversación. ¡Qué vergüenza! Sujeté la mano de Ayelén con la intención de tirar de ella a mi espalda y evitar que siguiera contando cosas. James fue más rápido que yo, se agachó hasta quedar a la altura de mi hermana, sus manos apresaron la más pequeña de mi hermana y le dio una sonrisa triste.

— ¿De verdad? –cuestionó suavemente–. Lo siento, pero parece que a ti te lastimé más que a ella.

— Eso es porque Espe es muy orgullosa –contraatacó mi hermanita–. Mi mamá siempre lo dice. Pero ella lloraba mucho cuando creía que no la estaba viendo. Y siempre se ponía triste cuando tú te paseabas con la rubia fea.

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora