Una entrada desastrosa

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Bajé de la diligencia, un increíblemente viejo carromato tirado por dos flacos y sudorosos caballos, y miré a mí alrededor.

- "Bienvenida al paraíso" -susurré para mí misma.

El día era gris y frío amenazando con lloviznar y estaba probablemente a cuarenta kilómetros de la civilización más cercana. En un internado de mierda metido en medio de los bosques alpinos. Un lugar entre la nada, en alguna parte en toda la cordillera de los Alpes. ¡Sip! Esa era yo con mi sarcasmo. Eché una ojeada de reconocimiento a lo que sería mi nueva morada y nuevamente maldije a los ineptos de servicios sociales, al idiota de Róger, y sobre todo al imbécil de mi progenitor. Una enorme verja de hierro con intricados diseños barrocos franqueaba la entrada, adosándose a un muro de piedra volcánica de más o menos cuatro metros de alto. A través de ella pude ver una larga y ancha, senda empedrada, que atravesaba los grandes y bien diseñados jardines. Después de eso mi mirada siguió hasta la edificación que era "Crystal Palace". Menuda burrada. Lo de palacio le iba bien, era un verdadero castillo gótico, ahora lo de Cristal¸ nunca vi un sarcasmo mayor, y eso que yo, soy la reina del sarcasmo, todo el edificio había sido construido con el mismo material del muro, sólidos bloques de oscuras rocas volcánicas. Mi mirada fue entonces atraída a un grupo de unos cuatro o cinco estudiantes detenidos cerca de la puerta del castillo. Estábamos bastante lejos de ellos, pero aun así pude notar que todos usaban ropa a la última moda, las chicas se veían tan delgadas como las modelos de pasarela, y obviamente vestían como tal. Los sorprendí mirándome, una de ellas, rubia y con cabello perfecto, según me imaginé, señaló en mi dirección, hizo un comentario y noté que comenzaron a reírse. Podía hacerme una idea de que era tan divertido. Volví a maldecir al mundo, esta vez asegurándome de reservar las mejores al cretino de mi padrastro.

- Imbéciles -gruñí.

Como ya dije, estábamos lejos, lo bastante como para que nos fuera imposible escuchar lo que dijéramos a menos que lo gritáramos. Aun así, uno de ellos, un joven, que permanecía junto a la rubia metiche (no la conocía pero ya me caía mal) giró la cabeza en mi dirección. Un escalofrío realmente malo corrió por mi espina dorsal, dejándome clavadita en mi sitio. No podía precisar bien su forma, solo que como el resto, parecía vestido probablemente por un sastre personal, tenía una postura indolente, aunque, casi mejor decir que agresiva, la tez se vía clara de lejos, y el cabello, tenía un tono castaño, hacía ondas sobre su cabeza. Fui golpeada por una tremenda urgencia, un deseo irracional de dejarlo todo y regresar a casa. El sudor frío comenzó a perlar mi cara, quería zafarme de aquella extraña sensación, pero era imposible. Cuanto más me resistía, más me atrapaba, mientras más trataba de recordar y aferrarme a los motivos que me habían traído a Palacio de Cristal, más se aferraba a mí el miedo y la necesidad de huir. Estaba a punto de hiperventilar.

- Espe.

- Espe -el llamado se repitió.

Con un movimiento casual, el desconocido dejó de mirarme para enfocar su atención en otra cosa. El aire entró de golpe a mis pulmones, y sentí las rodillas de goma. ¿Qué acababa de pasar? ¿Yo...?

- Espe

Entonces registré el llamado de la suave voz infantil, así como la pequeña mano de mi hermanita aferrándose a la mía. ¿Había estado a punto de caer en una crisis de pánico? Sip. Supongo que era mejor pensar en esa respuesta, aunque realmente, yo no suelo ser de ese tipo. Como sea, sacudí mi cabeza para desprenderme de esos estúpidos pensamientos y dirigir mi atención a mi hermanita.

- ¿Qué quieres Yele? -le pregunté.

Ayelén, Yele para mi madre y para mí. Tenía solo seis años, y éramos la antítesis la una de la otra. Yele me miró un momento, sus ojitos verdes muy abiertos e indecisos, pero luego bajó la mirada, hizo un pequeño puchero con los labios y comenzó a trazar círculos con su piecito sobre el césped de la entrada. ¡Oh, no! Conocía esa expresión. Ayelén quería algo, y ambas sospechábamos que no me gustaría nada. Tratar con niños, o con antojos de niños, no era para nada mi especialidad, pero, realmente ¿qué opciones tenía? Me agaché un poco hasta quedar a su altura, y modulé mi voz intentando parecer segura y cariñosa.

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora