Amazonas

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El instituto Black Moon se asemejaba bastante a Palacio de Cristal. Perdido entre montañas, solo que no rodeado de bosques de hoja caduca, sino de altas cumbres nevadas y escasos terrenos de bosque de coníferas. Cuando el autobús se detuvo en el patio trasero, apenas quedaban trazos de la luz crepuscular. Descendimos sin mucho ánimo y estiramos los miembros entumecidos. Discretamente estudié a mis acompañantes. A pesar de mi bravata en la mañana, sentí un pequeño retortijón en el estómago. ¿En qué clase de criatura se convertirían? Inevitablemente, recordé la persecución en el bosque, y a la manada de cambiantes. Fue el susto de mi vida. Estaban completamente salvajes. Otra pregunta obvia sería, ¿qué pasaría conmigo misma?

No soy humana, era un hecho establecido, y con el que ya había hecho las paces, sin embargo, no tenía la menor idea de que era. Me había descontrolado un par de veces; estaba el incidente en la fonda durante el viaje de recreo y cuando peleé con Igonda. Durante esos episodios había hecho cosas impensables, por desgracia, no recordaba casi nada. Era como si con el estallido de furia viniese también la amnesia. Sabía que era capaz de convocar al bosque, a sus criaturas, pero... ¿qué pasaría conmigo sin el control de la Tryannen?

— Salvaje, hazte cargo de tu yegua. No tienes criados.

Trigorian. Por supuesto que tenía que ser él. El aparcamiento estaba casi desolado. Algunos pocos rezagados se adentraban al castillo con movimientos perezosos. Mi pesadilla personal, caminaba llevando su caballo y sin darme otra mirada. Subí al camión donde guardaban a Plata Corredora, le acaricié el morro y susurré algunas palabras para tranquilizarla. Entonces descendí con ella y la guié hasta los establos donde Andréi guardaba a Corredor Nocturno. Estando en la escuela, me habría detenido hasta hacerlo rabiar, ahora, acomodé a mi compañera sin muchos aspavientos y caminé hasta reunirme con el resto de los estudiantes.

Los profesores habían reunido a la comitiva en el patio trasero. Las pesadas puertas se abrieron y cuatro personas salieron de ella. Asumí que eran instructores de Black Moon. Observaron todo con ojos de águila, no parecían particularmente interesados por ninguno de nosotros, ni siquiera en mí. El discurso de bienvenida fue más bien escueto, estaríamos todos asignados a la torre del ala oeste del castillo. Prohibidos los paseos nocturnos, los profesores se encargarían patrullar los pasillos, y las competiciones empezarían en la mañana. Nada nuevo, nada sobrenatural. Aunque..., bien pensado, creí distinguir una mueca de asco en sus rostros. Como si fuésemos lo más despreciable. Ocupé mi habitación, nuevamente estaba sola, y no puedo decir que me disgustara. Ni siquiera me molesté en sacar las cosas de mi equipaje, cuando me lancé de cabeza a la cama. Estaba agotada por el viaje.

Por primera vez en mucho tiempo, conseguí dormir de un tirón, sin sueños o pesadillas. Ni siquiera soñé con el idiota de Andréi a pesar de que estuvo fastidiándome todo el día.

El traje de amazonas, de color verde oscuro, y cortesía de la escuela, era un cambio refrescante con respecto al uniforme gris mate, y aunque esté mal decirlo, me quedaba genial. Me sentía inusualmente ligera, así que me dirigí a los establos.

Plata Corredora mordisqueaba un poco de heno, cuando entré.

— Buenos días, chica –saludé a mi yegua.

Abrí la puerta del compartimiento y palmeé su cuello. Un relincho suave de placer fue mi respuesta. Sonreí divertida. Alcancé un cepillo de un estante cercano para lustrar su pelaje. Sentí sus músculos relajarse bajo mis caricias.

— Así que esto te gusta ¿eh, chica? –cuestioné divertida.

— Entonces eres tú.

Salté en mi piel ante la repentina voz. Mis manos se congelaron sobre Plata Corredora y los latidos de mi corazón se dispararon. Unos cuantos pasos delante de mí, y mirándome con expresión astuta estaba una chica. Era bastante más alta que yo, con la piel, y los cabellos, calcáreos, incluso las cejas y las pestañas eran blanquecinas. Albina, pensé. Una mutación genética bastante errática. Sin embargo, la chica tenía ojos marrones y no casi amarillentos como era normal en estas personas. Tampoco parecía tener problemas de visión. De hecho, me observaba con mucho detalle. Los caballos, todos se mantenían bastante tranquilos, pero ya sabía yo que eso no era un indicativo de nada. Dejé de cepillar a mi yegua, pero mi mano izquierda, permaneció sobre su lomo. De alguna manera me hacía sentir segura. La mujer notó mi postura y sonrió mostrando toda una fila de dientes blanquecinos.

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora