El gato y el ratón

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Entonces, chicas mías. Ya ven que no soy tan mala. No me demoré nada en ponerles la conti. Está recién sacadita del horno. Ahora veremos quien fue el psicópata que secuestró a Espe y que és lo que quiere de ella.

El dolor me trajo de vuelta a la conciencia. Un pulsátil latido en la sien, empeoraba la peor jaqueca de la historia. El primer rayo de conciencia me envolvió en dolor. Al tratar de moverme descubrí un par de cosas. Lo primero, estaba completamente restringida. Mis manos atadas en la espalda, cuerdas gruesas envolvían mis brazos, y mi torso, apegándome a un árbol. Una venda oscura cubría mis ojos, y una mordaza atrapaba mis labios. ¿Qué mierdas había pasado? El movimiento me hizo sentir cuan magullado estaba mi cuerpo, y eso fue lo segundo que descubrí. A juzgar por cómo me sentía, debía llevar al menos un par de horas fuera de servicio.

— Parece que la conejita está despertando.

La voz burlona llegó de demasiado cerca de mi oído. Casi enseguida unas manos rudas, y con movimientos bruscos, arrancaron la venda que cubría mis ojos. La luz pinchó sobre mis retinas de una forma dolorosa que arrancó lágrimas. Apreté los párpados con fuerzas, esperando mitigar la molestia.

— No pareces tan ruda ahora. ¿No, becada?

Reconocería esa maldita voz. Abrí los ojos a pesar del dolor. Parpadeé luchando contra el reflejo lagrimal. Aun con la visión emborronada, me fue fácil distinguir la silueta de Daniel. La misma mano que me retiró la venda, arrancó la mordaza que silenciaba mis labios. Estaba enojada, sentía el aguijonazo del miedo, y lo peor de todo, no tenía ni puñetera idea de que estaba ocurriendo. Obedeciendo a un instinto, en lugar de ponerme a patalear, y a chillar como una histérica, guardé silencio mientras estudiaba mi situación.

Estábamos en medio del bosque. Bastante más lejos de lo que alguna vez me hubiera adentrado. Rodeados por gigantescos árboles que dificultaban el paso de la luz solar. A un lado y otro solo veía árboles y mas árboles, algunos troncos caídos, dunas de musgo, colonias de hormigas. La escasa luz que conseguía atravesar las copas de los árboles, era amarillenta, y con mis brazos a la espalda, me era imposible mirar mi reloj. No obstante, si tuviera que adivinar, diría que estábamos en el crepúsculo.

Miré a mis captores. Daniel, Cord el guardabosques, Julián, y un par de chicos más que reconocí de vista del internado. Eran siete en total. Sus miradas fijas en mí, con un febril brillo de expectación. Muy bien, Espe. ¿Dónde diantre te metiste ahora? Envalentonado por mi falta de respuesta, Daniel invadió mi espacio personal. En dos zancadas estuvo justo frente a mí, intimidándome, o al menos intentándolo. Clavé mis ojos en los suyos. Esperando. Una ráfaga de cruel satisfacción iluminó sus pupilas ambarinas. Se inclinó hacia mí, echándome el aliento en la cara, una de sus manos, corriendo a lo largo de mi pierna:

— Oh, Becada. ¿Tienes miedo? Te lo advertí. Voy a disfrutar mucho enseñándote...

Lo tenía justo frente a mí. De cuclillas, tratando de amenazarme, yo estaba asustada, enojada, y tenía las piernas libres. El resultado, desquité mi nerviosismo en forma de un rodillazo en la ingle que estoy segura, lo dejará sin descendencia y habría hecho sentir orgulloso a Robert.

— ¡Maldita perra loca!

Seguro. El dolor no le quitaba el habla. Una completa lástima. Lo miré con odio chisporroteando por cada poro de mi piel, mientras escuchaba las carcajadas de mis otros secuestradores.

— ¡Vete a la mierda, psicópata acosador pervertido! –le grité–. Ni siquiera tienes los huevos de enfrentarme en igualdad de condiciones.

Un coro de abucheos y silbidos acogió mi bravata. Daniel se levantó poseído por una furia violenta. Los cabellos despeinados, los ojos completamente dorados ahora. Sus manos agarraron mechones de mis cabellos en puñados, y sacudió mi cabeza contra la corteza del árbol. Entre los tirones que le estaba dando a mi pelo, y las sacudidas, puntos dolorosos estallaron en mi cráneo. Gemí dolorida.

Palacio de Cristal #PGP2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora