ALEXANDRE
Desde que me empecé a fijar en las chicas, tuve infinidad de novias; no al mismo tiempo, claro está. Eso siempre me pareció una canallada.
Cada una de ellas me atrajo por distintas razones. Por ejemplo, Wendy tenía un cabello sedoso y largo; Irina tenía unos ojos enormes que parecían de muñeca, la piel de Cassie era oscura y tersa, los senos de Holly eran un encanto visual, e incluso Sigrid —sí, claro, soy hombre y no estoy ni ciego ni bruto—, bueno, a pesar de ser la encarnación de la palabra belleza, lo que me encantaba de ella era su inteligencia. Aunque no sé si contar a esta última, puesto que nunca salimos realmente.
Después, llegó Merybeth a complicarme la existencia. No voy a negar que esa chica me volvía loco de felicidad y que, si me dieran la opción de nuevo, la elegiría mil veces más. Pero para disfrutar de las llamas del infierno, primero hay que aprender a amar a todos sus demonios.
De la pelirroja me gustó solo una cosa: ella.
Sí, me gustaban sus ojos, cabello, el color de su piel, las pecas sobre su nariz, esos pechos pequeños y cada parte de su anatomía; pero solo porque venían en paquete completo. Cualquiera de esas características no me hubiera atraído por separado en distintas mujeres.
Luego, comenzó a hablar y a mostrar ese carácter que se cargaba; no obstante, eso le agregó belleza a su persona a pesar de que no solía tolerar esa actitud en nadie que no fuera yo mismo o Charly, mi adorada hermana.
No lo entendía. ¿Cómo una chica con un humor tan cambiante podía atraerme tanto?
Aquella primera mañana, en el hotel de Londres, se veía tan encantadora que quise cruzar la distancia que nos separaba y besarla hasta que se le olvidara su propio nombre, el cual aún no tenía el placer de conocer. Y no solo la besaría, le quitaría la poca ropa que traía puesta y le haría el amor con toda la pasión que tenía acumulada desde esa noche en Roma.
El hecho de que se enfurruñara no hizo más que incrementar mi deseo por poseerla, pero era obvio que ella no estaba en el mismo tren de pensamiento y decidí salir de esa habitación antes de que mis ideas se fueran más lejos o que mi miembro despertara del todo. Salí de la cama, recogí mis jeans del suelo, me los puse y vi que la pelirroja me miraba embobada. Para ser sincero, me fascinaba que las mujeres me miraran con deseo, pero su escrutinio me puso nervioso y dije la primera estupidez que se me ocurrió. Eso la hizo enojar más.
Me encantó que se hiciera la difícil. Cuando me dio esos benditos días para estar juntos, me devané los sesos pensando en algo lindo que le gustara.
Pocas veces me esforcé en las citas. No es que quiera presumir, pero sabía utilizar muy bien mis dotes físicos, así que rara vez tuve que recurrir a mi intelecto y, mucho menos, a las formas tradicionales de coqueteo: las citas.
Investigué un poco en internet para planear los días perfectos. Lo que no esperaba es que aquello me gustara. Pensé que serían paseos comunes y corrientes, pero me sorprendió darme cuenta de que eran algo más, no solo por lo poco convencional, sino porque la chica que iba a mi lado era la correcta. ¡Diablos! Incluso haber ido a la tienda de autoservicio me habría parecido especial si lo hacía con ella.
La verdad es que me hubiera encantado cocinar esa noche para ella. Cuando Simone vivía, decía que no hay mejor manera de demostrar el amor que cocinando para tus seres queridos. Pero bueno, no podía partirme en dos para hacer todo lo que quería.
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Dilema [Saga Doppelgänger]
ParanormalDespués de develar la gran mentira que era su vida, Merybeth intenta olvidar los últimos eventos en los que se vio involucrada. Sin embargo, el doppelgänger y su original ya se han visto frente a frente; y una vez que la maldición se activa, ya no h...