Capítulo 28

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MERYBETH


El cielo era de un gris perlado cuando el taxi dio vuelta en Wolfhill Road. Quizá llovería más tarde y es por eso que los vecinos se apresuraban a recolectar los vegetales; o tal vez fuera porque en ese lugar no había gran cosa por hacer, mas que cosechar los frutos de una vida tranquila.

Al entrar a la granja el aroma de galletas de canela llegó hasta mis fosas nasales con la firme intención de abrirme el apetito. Graham estaba en la cocina, extendiendo la masa con el rodillo.

Seguía molesto. Eso era obvio por la forma en que ejercía demasiada presión con los cortadores de galletas. ¿La razón? Pudo entender mis intenciones apenas le dije mi segunda condición y, sin dirigirme la palabra, subió por las escaleras para empezar con sus labores diarias. Como no supe qué decirle, fui al granero un rato antes de regresar a Newington donde, ya lo veía venir, Alex había irrumpido para hacerse un hueco en mi piso, como si no le fuera suficiente el que ya tenía en mi corazón.

Nuestras prendas en la silla de la habitación, los cepillos dentales en el baño, y nuestros aromas combinándose para formar uno solo, me dieron una idea de cómo pudo haber sido.

Luego, para rematar la fantasía, llegó con las bolsas de las compras. Pero por mucho que la idea de llevar esa rutina con él me atrajera, tenía que darle la oportunidad de siquiera tener una vida.

Estar junto a mí le quitaba la posibilidad de un futuro. Si antes estuve dispuesta a hacerlo por Graham, por Alex ni tenía que pensarlo, puesto que su existencia me importaba más que un final juntos.

No sé cómo es que tuve el valor de romper nuestros corazones usando palabras y alegatos que lo lastimaran. Sin embargo, funcionó. Y aunque terminara odiándome por recordar la culpabilidad que sentía por la muerte de su madre, o haciéndole ver que Graham podría darme más, al menos sabía que eso evitaría que siguiera insistiendo.

No lloré. Estuve a punto de hacerlo en un par de ocasiones; nada me apetecía más que dejar salir todo el dolor que se iba acumulando en mi interior; no obstante, no lo haría. Era la cruz que yo había decidido cargar.

La pregunta de Aileen fue lo que puso mis prioridades en la perspectiva correcta. Por mucho que me aterrara la idea de que uno de los dos debía morir, la realidad era que ese era un precepto que mis oídos escucharon desde que mi amigo Chester me contó la leyenda de Zenobia y Basilius. Lo entendía, pero no lo aceptaba.

Cuando el cuestionamiento de mi amiga hizo eco en mi cabeza, por fin comprendí el peso de lo que estaba enfrentando. La idea de que Graham muriera me paralizaba los sentidos; me negaba a creer que él fuera tan mortal como cualquiera. Sin embargo, imaginarme a Alex sin vida, sin esa chispa que tanta luz le brindaba a mi interior, el dolor simplemente era intolerable; no solo hería mi alma, sino que hasta podía sentir las punzadas físicas y la ansiedad abrumadora en la boca del estómago. Una tumba con su nombre escrito no era concebible de ninguna forma.

Después sopesé hechos y premisas. Recordé la noche de febrero y la del Radisson; estuve tan cerca de perderlo sin darme cuenta. Fue entonces que llegué a la conclusión de que haría que viviera, a como diera lugar.

La posible solución fue un recuerdo. Alex mencionó que no le daría al doppelgänger lo que quería. Él no, pero quizá yo sí.

Di un sobresalto que me devolvió a la realidad cuando Graham azotó la puerta del horno. Adentro, una nueva charola metálica ocupaba el lugar de la que ahora estaba sobre la rejilla de la estufa, enfriándose.

Dilema [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora