ALEXANDRE
Las manos de Charly peinaban mi cabello con suavidad.
Desde que tengo memoria, a mi hermana siempre le gustó acicalar a las personas. Cuando tenía cinco o seis años, todos fuimos víctimas de sus travesuras; mamá estaba encantada, supongo que eso es algo inherente de las chicas; pero papá y yo sufríamos al ver a ese pequeño monstruito con su caja rosa, repleta de brilloso maquillaje infantil. Obviamente, como los hombres que somos, nuestro sufrimiento siempre fue interno, puesto que no queríamos desalentarla con malas caras o quejas absurdas.
—Por favor, dime que el gel que me estás poniendo no tiene estrellas de colores —bromeé.
—¿Jamás me dejarás olvidarlo?
—Charlotte, fui la burla en la escuela. Es mi deber recordártelo por el resto de mi vida.
Ya no respondió. Al menos, uno de los dos tenía la madurez suficiente como para no fomentar una potencial discusión.
Después de cinco minutos, terminó lo que estaba haciendo y puso un espejo frente a mí. Incómodo, desvié la mirada hacia su rostro, sonriendo con falsedad.
No es que esta vez me hubiera pintado el cabello de un verde fosforescente, o que tuviera un look excéntrico; al contrario, el peinado que me hizo era mucho mejor que el que yo mismo me hacía. No obstante, ver mi reflejo se convirtió en una actividad que evitaba a toda costa.
El problema radicaba en que ya no era el mismo de antes. El tiempo que estuve en el hospital me afectó bastante; tanto así, que ni yo mismo me reconocía a través de la súbita delgadez, la piel cetrina, el cabello sin vida, ni el perpetuo cansancio que se veía en mis facciones. Es más, parecía que había envejecido cinco años en solo dos semanas. Al menos ya me había afeitado la horrible barba que me hacía ver como Tom Hanks en Cast away.
En definitiva, no era una imagen que me agradara visualizar.
—¿Estás listo? —preguntó Monique, entrando por la puerta.
La chica que cruzó el umbral no era la misma a la que me había acostumbrado en las últimas horas. El vestido dorado que le había conseguido mi hermana, combinaba a la perfección con el tono de su piel y le acentuaba las pocas curvas que tenía. No conforme con eso, el maquillaje sutil le confería cierto encanto y la diadema, con discretos diamantes, la hacía ver como una princesa medieval.
Si decidí llevar a Dunne como mi acompañante fue porque necesitaría el apoyo de alguien a quien no le tuviera que dar explicaciones. Además, si de todos modos iba a pasar las siguientes semanas con ella, más me valía irme acostumbrando a su presencia.
—Denme un minuto a solas, chicas —pedí con cortesía.
En cuanto salieron de la habitación, saqué mi antiguo teléfono celular y le marqué a TJ. Afortunadamente, él era de esas personas aferradas a un solo número que no cambiarían por nada del mundo, muy por el contrario de Robert o Lucas, cuyos números ya no eran los mismos.
De nuevo la contestadora.
Esta vez no me molesté en dejarle un mensaje. Todo lo que tenía que decirle, ya se lo había hecho saber en más de una ocasión. Por supuesto que no le di detalles, solo que había tenido un accidente que me había regresado a Canadá y que necesitaba cuanto antes el teléfono de Merybeth.
Miré con resignación las ruedas de mi silla, dudaba mucho que en algún momento llegara a acostumbrarme a la imagen deplorable que daba últimamente. Quizá mi renuencia era la culpable de que trasladarme de un lado a otro me resultara tan complicado.
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Dilema [Saga Doppelgänger]
ParanormaleDespués de develar la gran mentira que era su vida, Merybeth intenta olvidar los últimos eventos en los que se vio involucrada. Sin embargo, el doppelgänger y su original ya se han visto frente a frente; y una vez que la maldición se activa, ya no h...