Capítulo 22

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MERYBETH


Bertrand asomó la cabeza por la puerta medio abierta de la pequeña oficina que teníamos en el local. Estuve tentada a rodar mis ojos, pero frente a mí tenía al prospecto que quedaría a prueba como gerente de sucursal, así que me tuve que conformar con mantener una mirada neutra.

—Llegó una entrega para ti, jefa —dijo con la mayor formalidad posible, a pesar de que ese término era lo último que podría describir al hombre de ojos marrones.

—Recíbela por mí, por favor.

—Ya lo intenté, pero el mensajero quiere tu firma.

Tras una disculpa, regresé al interior del local. La única entrega pendiente era la de los nuevos productos, sin embargo, lo último que me confirmaron era que estaba programada para el jueves.

Me detuve en seco al ver el enorme florero con rosas rojas que sostenía un chico con uniforme amarillo.

—¿Merybeth McNeil? —preguntó, revisando el nombre en el sujetapapeles que había puesto sobre el mostrador. Ante mi incrédulo asentimiento, continuó—: ¿Podría firmar aquí, señorita?

Caminé dudosa hacia el muchacho. En cuanto hice lo que pidió, y me hubo entregado el pesado florero de cristal, se fue.

El obsequio era espectacular, por supuesto. Las rosas eran enormes y emitían su inconfundible aroma de una manera poco natural.

Un escalofrío me recorrió el cuello al ver el fino papel que acompañaba a las flores. Tanta ostentosidad no podía significar más que una cosa.


Como siempre, no sé qué hice para que te enojaras conmigo,

así que lo más sensato que puedo hacer es pedirte perdón.

Solo no tardes demasiado en otorgármelo porque te extraño,

más que nunca.

Canadá nos espera, amor.

-Alexandre-


Tuve que contenerme las ganas de calmar la picazón que surgió en mi cuello, debido a la inconfundible sensación de una presencia detrás de mí. Sin embargo, lo que no pude controlar fue mirar hacia la ventana; la paranoia que sentía me hacía creer que lo encontraría afuera, observando mi reacción al leer su mensaje.

—Vaya, ese Graham es todo un romántico. ¡Espera! ¿Quién es Alexandre?

Bertrand, quien había estado husmeando por encima de mi hombro, no perdió de vista el remitente.

—Graham Alexandre —murmuró Davinia que hasta el momento solo había sido una espectadora silenciosa—. Tiene un nombre muy sofisticado.

—O muy inadecuado —le respondió el otro—. Ni siquiera forman una buena combinación.

Él tenía razón, no había manera de combinar esos dos nombres. No obstante, no los saqué del error, ya que era más sencillo que creyeran en esa teoría.

Regresé a la oficina. Tras dar una disculpa, traté de concentrarme en mi labor de capacitación; aunque, claro está, esa vocecilla molesta se la pasó incordiando con más cizaña conforme mis deseos de silenciarla incrementaban.

Dilema [Saga Doppelgänger]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora