ALEXANDRE
¿Quién hubiera creído que terminaría por proponerle matrimonio a una chica testaruda, caprichosa, desesperante y, por si fuera poco, con quien solo había pasado una noche —o media, si consideramos que me abandonó en plena madrugada—, como Dios manda?
TJ, Robert, Lucas y Charly solían bromear diciendo que, el día que yo decidiera sentar cabeza, el mundo se iba a acabar.
No pensé que aquello fuera literal hasta que lo vi con mis propios ojos.
Aunque mi propuesta fue la menos romántica del universo —e impulsada por la desesperación de ya no perder a la escocesa—, fue tan natural que ni siquiera tuve que procesarla en los pocos filtros que había entre mi cabeza y mi boca. Salió así, de súbito. Y debo decir que jamás había sentido tanta satisfacción; en verdad lo quería.
La reacción de la pelirroja fue algo que debió grabarse para la posteridad. Un miedo muy gracioso tiñó sus facciones; imagino que no salió corriendo debido a que la tenía encerrada entre mi cuerpo y el colchón, pero de haber podido, no dudo que se habría ido del hotel con solo mi playera y su ropa interior.
Si bien podría describir y llenar todo un libro con la infinidad de sensaciones y pensamientos que tuve en ese momento, lo cierto es que fue solo eso: un breve instante.
Un segundo después, el enorme espejo de la habitación explotó, ensordeciéndonos con su agudo sonido, y una fuerza apabullante me tomó del cuello para separarme de la mujer a la que le había propuesto pasar el resto de su vida soportando a un sujeto egocéntrico, payaso y que solía hacer malos chistes de sus propias desgracias. Lo sé, si lo pongo de esa forma, ninguna chica sensata aceptaría, pero hay que decir las cosas como son.
Retomando el tema anterior, la mano fría que me jaló con furia le pertenecía, nada más y nada menos, que a Sinclair. Sí, su molesta nueva habilidad era más inoportuna que mis trucos de salón para abrir cerraduras.
Vagamente me pregunté si haría eso cada vez que se le olvidaba la llave. Sería en extremo cómico tener que aparecer una versión de sí mismo para que le abra la puerta y lo reciba en casa. Y de nuevo, ese pensamiento revoloteó durante una fracción de segundo, puesto que mi cabeza fue estrellada contra la pared.
El grito aterrado de Merybeth fue lo que me obligó a aferrarme a ese endeble borde de consciencia que aún me quedaba. El martilleo en mi cráneo se sentía de los mil demonios; no creía poder ser capaz de siquiera enfocar la vista que se me había obnubilado, pero no iba a rendirme tan fácil.
—¡Graham, detente! —Escuché a mi chica en la lejanía.'
No creí que aquello fuera a funcionar hasta que, tras un enérgico golpe en mi estómago que me sacó todo el aire, sentí mi cuerpo resbalar, sosteniéndose únicamente a la pared que no volvía estrepitoso ese descenso.
No obstante, si Sinclair me soltó, solo fue para demostrarme que estaba postrado a su disposición y misericordia. Al aclarar mi visión, lo descubrí en cuclillas muy cerca de mí, observándome como quien mira a un bicho desagradable que agoniza en la acera.
Ese instante me pareció eterno; como si las manecillas del reloj se movieran en un medio gelatinoso que no las deja avanzar adecuadamente. La sangre martillaba en mi cráneo; no conforme con eso, terribles espasmos a la altura del diafragma me impedían adoptar una posición más digna para hacerle frente a lo que sea que viniera.
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Dilema [Saga Doppelgänger]
ParanormalDespués de develar la gran mentira que era su vida, Merybeth intenta olvidar los últimos eventos en los que se vio involucrada. Sin embargo, el doppelgänger y su original ya se han visto frente a frente; y una vez que la maldición se activa, ya no h...